La historia del tico que cambió de vida para fotografiar más de 150 cataratas

Javier Elizondo recorrió toda Costa Rica, durante poco más de tres años, con el propósito de crear una ruta que le permitiera dar con esos lugares que escondían una historia y belleza inigualables. ¿Qué fue lo que encontró?

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Una de las mayores constantes en la vida es cuestionarse el costo que puede implicar cumplir un sueño. Para Javier Elizondo, alcanzar la meta implicó dejar atrás su anterior existencia, una que ya tenía resuelta, y lanzarse a lo desconocido, incluso jugándose la vida.

Así fue cuando decidió renunciar a su trabajo como arquitecto –hace más de tres años– para materializar uno de sus más grandes anhelos, el mismo que ahora sostiene entre sus manos y que se siente más real que nunca. Se trata del libro La ruta de las cataratas y leyendas, y en el que a lo largo de 344 páginas deja constancia fehaciente de la inversión emocional que le implicó aventurarse.

Para este josefino, de 26 años, crear esta especie de “mapas de tesoros naturales" de Costa Rica lo llevó a poner en práctica su propia teoría cuando, por ejemplo, contrajo leptospirosis en una montaña de Turrialba; aprendió a tomar fotografías en condiciones inhóspitas y desarrolló una fortaleza física que le permitió llevar consigo una carga extra de más de 18 kilos.

Elizondo se sostiene la cabeza y abre sus enormes ojos color café, mientras asegura que estos últimos cuatro años le permitieron convertirse en una persona distinta: “Sí, lo sé, suena cliché, pero es cierto. La verdad es que me parece que este último tiempo he vivido tanto, que es como si tuviera 50 años. Me siento otro y agradezco que haya sido así”, expresa el arquitecto para volver su mirada y perderse en uno de los paisajes de la comunidad de Vara Blanca.

La afirmación del joven no es gratuita. Durante ese tiempo se dio a la tarea, junto a Felipe Alfaro, Esteban Quesada, André Mora, Iván Cuzuko Salazar y Allan Brenes, sus compañeros de travesías, de cumplir con el objetivo de trazar una ruta nacional de las principales cataratas de Costa Rica, y que tras exponer su existencia, promover un mensaje de preservación responsable.

“Después de toda la experiencia, me convertí en un buscador de tesoros de mi país para conservarlos en imágenes. Se siente raro decirlo, pero eso es lo que son para mí cada una de las cataratas a las que llegué, las leyendas que escuché de estos lugares y a las personas que conocí. El camino me llevó a descubrir esos tesoros, que terminaron siendo más de 150, pero de los cuales solo dejé plasmados 129. Sentía necesidad de conservarlos”, cuenta.

Esta aventura inició cuando, luego de ir a un paseo junto a unos amigos al río Agrio, en Alajuela, recorrió montañas que le eran desconocidas, descubriendo saltos de aguas imponentes. De inmediato sintió la necesidad de compartir estos lugares con la mayor cantidad de personas posibles, de mostrarles su existencia para hacer entender la importancia de cuidar y proteger la riqueza natural que hay esparcida en los 51.100 km² del territorio nacional.

Al explicar las razones que lo llevaron a documentar las cataratas del país y no apostar por otra temática, Elizondo considera que se debió a la poca información que existe sobre ellas, por lo que sabía que era vital contar con un “inventario” un poco más claro de esos saltos de agua y hacerlos parte de la conciencia histórica y ecológica de Costa Rica.

A eso se refiere Elizondo cuando habla de “conservar", haciendo referencia a la importancia de darle un valor a esos lugares , porque en cuestión de segundos, pueden transformarse o ya no estar. Él mismo lo vivió casi finalizando este proyecto, cuando se le quemó un disco duro en el que tenía guardada las fotografías que había tomado hasta ese momento, y al volver a algunos de estos lugares ya habían cambiado o, simplemente, no existían.

“Me pasó con un lugar cercano al Volcán Rincón de la Vieja, que cambió por completo en ese tiempo. Llegué, por segunda vez, a tomar fotos luego de que se me quemó el disco duro y el río se había transformado, ya no era el mismo. Ese es el más fiel reflejo de lo importante que es conversar, documentar, dejar constancia de lo que nos importa, de lo que es valioso, de lo que nos define. Si no lo tienes, no puedes aprender a apreciarlos y protegerlos”, explica.

Salto a lo desconocido

¿Cómo darle un vida a un proyecto tan ambicioso? La respuesta llegó a través de unos de sus trabajos como arquitecto, cuando en medio de una remodelación que desarrollaba para un cliente y coterráneo en los Estados Unidos, tuvo el tiempo para conversarle sobre su idea y la forma en la que tenía planeada ejecutarla. Más allá de si se trató destino o casualidad, Elizondo considera que todo fue estar en el momento exacto, con las palabras precisas y compartir uno de sus sueños a la persona indicada.

Hablar con tanta pasión del objetivo que quería cumplir hizo que, en tan solo minutos, el costarricense Rodolfo Ballesteros le preguntara qué era lo que necesitaba para iniciar con la producción del libro. Ante su sorpresa, se limitó a responder que requería algunos lentes fotográficos y un drón, entre otros artículos.

“Para mí, los proyectos de vida son, en realidad, problemas a resolver. Aquí, el problema a resolver es que en nuestro país hay una extensa de belleza de cataratas y lugares que no sabemos que existen y la solución a eso era documentarlo. De allí es que nace toda esta idea. Costa Rica tiene algo único en su topografía, y es que por las pendientes tan altas y la cantidad de agua que cae en nuestro país, estos lugares son como pequeños corazones en nuestra selva tropical. Eso te permite sentirte libre”, comenta.

Una vez superado ese obstáculo, llegaría el momento de enfrentarse a la siguiente fase que era la manera en la que planearía la ruta y por dónde se comenzaría. Conseguirlo le resultó muy complicado, porque este joven estableció una serie de parámetros para las cataratas que serían retratadas: tenía que ser un lugar hermoso, además de contar con suficiente caudal y una gran altura.

La investigación incluyó el uso de mapas cartográficos e imágenes satelitales, ya que era necesario determinar si existía una ruta de acceso, pero en la mayoría de los casos no era así, por lo que no había otra opción que trazar su propio camino y complementarlo con sistemas de navegación y localización. Lo que seguía era proyectar la incursión a la montaña, para establecer cuántos días les tomaría llegar a la catarata y la cantidad de cuerda que sería necesaria para escalar hasta algunas de ellas.

“La primera vez que decidimos meternos montaña adentro fue terrible, nos perdimos (ríe). Fui con Felipe Alfaro al río Ángel, en Vara Blanca, pero decidimos hacerlo subiendo por el río y no nos dimos cuenta de que había una catarata, antes de la catarata que esperábamos ver. Hubo entonces que hacer una ruta de montaña y allí fue cuando nos perdimos, además de que empezó a llover durísimo, creció el río y no podíamos devolvernos. Entramos al lugar a las 8 a. m. y salimos hasta las 4 p. m., en medio de la burlas de los lugareños”, expresó el joven, quien es amante del senderismo, el rapel y el mountain bike.

Tras superar el ataque de pánico que les valió sentirse perdidos en las primeras etapas del recorrido, comprendieron que lo intentaban lograr requería de muchísima concentración y cuidado. A esto se sumaba desarrollar otras destrezas físicas, como la escalada, y que poco a poco fueron adquiriendo al complementar una rutina que incluía gimnasio, prácticas de ascenso y descenso en vertical, además de caminatas de más de 20 kilómetros.

Después de ello, lograr lo “imposible” parecía cada vez más real, al menos así lo sintieron durante la incursión final a Cacho Negro, en el parque nacional Braulio Carrillo, un lugar al que todos les decía que no se podía llegar caminando. Sin embargo, hoy la historia es otra, ya que Elizondo junto a un par de sus compañeros pudo desplazarse hasta ese enorme salto y tomar la fotografía que ilustra la portada del libro y que, según dice, resume la esencia de la publicación.

“Cacho Negro es increíble, te saca las lágrimas (suspira). Es demasiado hermoso verlo, como huele... ¿A qué huele? Huele a puro bosque, a una ráfaga de aire con sabor a montaña. Cuando uno entra, es como si te diera una bofetada de pureza. Al verte allí, entre tanta majestuosidad, comprendes lo ínfimo que eres ante algo tan poderoso como la naturaleza, pero eso te permite conectarte con ella de manera eterna”, recuerda.

Fue en este lugar donde contrajo la enfermedad infecciosa que lo mantuvo internado en cuidados intensivos del Hospital México y en proceso de recuperación durante un mes, lo que le hizo comprender que después de los momentos difíciles, la recompensa por el esfuerzo sabe “a dicha y fortuna”. Siendo consciente de lo frágil que es la vida, y del riesgo que corrió, no teme en afirmar que se siente feliz por compartirle a otros la oportunidad de conocer esos lugares a los que, muy probablemente, nunca tendrían acceso.

“A veces me pregunto qué pasaría si algún día me dicen que solo tengo tres años de vida. ¿Qué haría? La verdad, es que haría exactamente lo que estoy haciendo hoy, en este momento, y ha sido así durante los últimos cuatros años de mi vida. Me siento afortunado, aunque esto me ha costado mucho, pero esa es la mejor definición de lo que significa para mí el estar vivo”, afirma el arquitecto.

Pistas del camino

El objetivo de La ruta de las cataratas y leyendas no es decirle a la persona cómo llegar hasta el salto de agua, sino que sepa que estos existen. Elizondo lo considera ese anzuelo necesario para que las personas sientan esa curiosidad de investigar más sobre el lugar y la forma en la que puede llegar. Esa es la principal razón del por qué solo se pueden encontrar en estas páginas el nombre del río y de la catarata.

“Esto es como una búsqueda de tesoros. Yo te digo las pistas y vos tendrás que encontrar el resto investigando e involucrándote con la comunidad al preguntarles cómo llegar hasta allí. Te aseguro que un 99% de las personas no va a ir, pero solo por ese 1% que sí lo hará, que es el que realmente respeta y ama a la naturaleza, es que nosotros hicimos este trabajo. Solo por esa persona que se tomará el tiempo de descifrar las pistas para poder llegar y disfrutar como nosotros lo hicimos”, argumenta.

Complementar las imágenes con las leyendas fue una decisión que tomó por voluntad propia, cuando fue teniendo contacto con personas que enriquecieron más su andar. Desde su experiencia, incluirlas le permite al lector tener un mayor conocimiento sobre lo que enriquece verdaderamente la cultura del “pura vida” y lo que hace que el tico sea muy supersticioso.

Es así como hace un repaso mental por las historias que le fueron contadas, se detiene en una que conoció días después de haber estado en Talamanca, y que está relacionado con la desaparición, en 1965, del avión argentino TC 48 y del cual nunca se encontró rastro.

“Nunca presencié nada que pudiera dar un indicio de que el avión se encuentra realmente en la selva de nuestro país, tampoco puedo dar fe de que nuestros indígenas tienen en su poder artículos obtenidos tras el siniestro aéreo, del que nunca hallaron el avión y ni sobrevivientes. Sin embargo, haciendo una retrospectiva de nuestra visita a este lugar, y luego de haber escuchado algunas historias, ahora nos parece extraño que los lugareños no nos permitieran ingresar a ciertas montañas a tomar fotografías o que nos restringían nuestro paso por ciertas zonas”, expresa Elizondo.

Este recuerdo es otra de las formas que tiene para confirmar con hechos su premisa de que la curiosidad, en algunas ocasiones, puede más que la propia razón. Es por eso que al experimentarla a través de los cinco sentidos, se convierte en una especie de premio o reconocimiento al esfuerzo y la dedicación, algo que en el fondo, siempre buscan las personas.

Su recompensa, en este caso, llegó con la impresión del libro, las charlas que está impartiendo sobre este en distintas zonas del país, además de la exigencia que le ha requerido comenzar a planear lo que implicará convertirlo en un audiolibro y presentar su versión en inglés. Es en un escenario como este en el que su profesión como arquitecto juega un papel primordial.

“La arquitectura es la voluntad del tiempo traducida al espacio. Un proyecto como este requiere tener muchísima voluntad de aceptar lo inesperado, de volver a descubrirse y entender que, aunque la recompensa te parezca intangible en un inicio, siempre termina materializándose. Yo he aprendido que cuando uno tiene establecida una ruta en la vida, hay que dejar que las cosas fluyan nada más”, asegura.

Monedas de cambio

El dejar su trabajo no fue lo único a lo que tuvo que renunciar en esta etapa de su vida. Los sacrificios a nivel físico también le implicaron un alto costo emocional y social, perdiéndose actividades importantes de familiares y amigos; dejando pasar una oportunidad que le garantizaba un “éxito momentáneo” y aprendiendo a lidiar con las dudas de si todo ello valía realmente la pena.

El instante de mayor incertidumbre fue cuando se le quemó el disco duro en el que guardaba las fotografías que había tomado en un año y medio, lo que retrasó la publicación del libro hasta el 2019. Fue entonces cuando se cuestionó si se trataba de una señal de que “no debía seguir con esto” o si representaba la oportunidad de hacer las cosas de manera distinta.

Elizondo apostó a que era esta última, por lo que hoy cree que el perder este material significó poder regresar a algunos de estas cataratas a tomar fotografías con una mejor luz, una mayor calidad y dedicación, haciéndolo sentir que el resultado final podía ser mucho más prometedor que el que se planteó al comienzo.

“Eso resultó realmente devastador. Ves, esa es una de las cosas que te digo que te hacen dudar, que te tumban y te destruyen. En ese momento dudé continuar... Hubo lugares a los que no pudimos regresar porque eran muy difícil de accesar y hay otros que ya no existen. Fue demasiado duro. Esto me hizo entender que todo lo malo trae algo doblemente bueno, solo hay que cerrar un poco los ojos y poderlo observar”, confiesa.

Considera que mantener la buena energía en estos casi cuatro años fue otro de los retos, pero que fue la misma montaña y la experiencia vivida en ella, la que le enseñó asumir que existen días buenos y malos, en los que todo saldrá según lo planeado y otros en los será necesario recomenzar varias veces.

“Lo que te enseña la montaña es eso, a que tienes que compartir, entender y asimilar, a estar en comunidad con otros. Los mejores momentos de esta experiencia no hubiesen sido posibles si no hubieran estado las personas que estuvieron, los que me acompañaron en esta aventura. Los momentos más lindos no son cuando tomas las fotos, sino los momentos que viviste junto a otros para llegar hasta la catarata para retratarla”, dice.

La clave para no dejar llevarse por la frustración hoy la sostiene entre sus manos. Al ser toda una realidad, el primer ejemplar de La ruta de las cataratas y leyendas también lo hizo enfrentarse con su parte más perfeccionista, la que asumió al capturar la verdadera belleza de estos saltos de agua y poder transmitirlas por medio de sus páginas.

“Lo primero que me pasó por la cabeza fue una duda, aunque no lo creas, de si realmente había escogido la foto indicada para la tapa del libro. De hacer todas las fotos, que fueron 10.000, para luego pasar a 5.000, quedarnos con 1.000 y que solo llegáramos a imprimir 300, saber cuál merecía ser la portada, fue un reto enorme”, reconoce mientras señala la imagen de Cacho Negro.

Después de casi cuatro años, Javier Elizondo vuelve a vestirse con camisas manga larga, corbata y pantalón formal, pues la ruta trazada lo lleva a recorrer el país en una frenética promoción de su libro. Sin embargo, como él mismo lo explica, la conexión con la montaña es inquebrantable, por eso cada cierto retorna a los senderos que lo conducen a volver a sentirse en libertad con el agua que fluye.