Cámaras de video y luz infrarroja
Todas las sesiones se documentan con video y fotografías. La luz infrarroja permite grabar en la oscuridad y recopilar material para analizar si hay o no actividad paranormal.
El ‘fantasmómetro’
Se trata de un medidor de frecuencias magnéticas que reporta picos de energía. Según explican integrantes del grupo, la disminución de las frecuencias se produce en lugares donde se registra actividad paranormal.
Grabadora digital de voz
Todas las sesiones de trabajo son grabadas para, posteriormente, analizar los audios e identificar sonidos que no fueron percibidos en el momento.
Medidor de campos magnéticos
Este dispositivo cumple una función similar a la del “fantasmómetro”.
Luxómetros
Se usa para visualizar objetivamente cambios en la luz de la casa y también determinar si puede haber problemas eléctricos que expliquen los fenómenos reportados.
Es de noche y todas las luces están apagadas. La investigación se hace a oscuras para que sea más fácil percibir actividad paranormal. Una voz de un hombre, ahora invisible, comienza a lanzar preguntas a la oscuridad.
– ¿Quién es usted?, ¿qué está haciendo en esta casa?
La respuesta es silencio. – Demuéstrenos que está aquí con nosotros. ¿Puede mover algo? ... Mueva algo– ordena la voz.
Minutos después, la falta de luz pone los sentidos paranoicos y parece haber sombras en donde el manto negro de la noche solo oculta lo que no hay.
Estamos en una sesión de trabajo del grupo de investigación paranormal Hades, una agrupación de más de diez personas que suma ya cuatro años de experiencia visitando casas cuyos dueños nerviosos los contactan tras percibir fenómenos sin explicación.
El que lanza las preguntas es Óscar Araya, el director del grupo, un hombre tan grande como su gruesa voz. Los otros miembros de Hades caminan cautelosos por la oscuridad de la casa con una labor ensayada dentro del ritual que se ha memorizado el equipo. La búsqueda de respuestas se ha vuelto una rutina en un oficio que exige el compromiso de todos sus fines de semana.
Cuando se encienden las luces, los miembros de Hades hacen un círculo para comenzar a contar la historia del grupo. Todo empezó en el 2009, cuando dos amigos decidieron comenzar con investigaciones de casos inexplicables.
Con los años, se reclutó a más interesados y la experiencia los ha llevado a perfeccionar la técnica de investigación. Ahora, el equipo cumple con una serie de requisitos autoimpuestos antes de calificar una actividad como paranormal.
Lo primero es realizar psicofonías –preguntas al aire– para propiciar las muestras sobrenaturales. Cuando se dan manifestaciones, se deben reproducir los eventos extraños reportados y tratar de encontrarles una explicación lógica. “Por ejemplo, señala Óscar, si se reporta que se apagan y encienden las luces, hay que revisar el sistema eléctrico de la casa”.
Después de esta etapa, sigue el proceso de descartar que se trate de manifestaciones parapsicológicas. La parapsicología es considerada por la comunidad científica como una pseudociencia que intenta explicar fenómenos producidos por la mente humana que se manifiestan en el mundo exterior.Según esta disciplina, una persona con estrés puede provocar movimientos de cosas o bajonazos en la electricidad, por ejemplo.
El grupo hace entrevistas de varias horas con los dueños de las casas que visitan. Así se logra determinar si una persona tiene algún tipo de desorden parapsicológico que provoque los fenómenos. “Una vez, nos pasó con una señora que nos había contactado para que fuéramos a revisar su casa. Esa misma noche, le avisaron que un amigo suyo había muerto y la actividad comenzó a darse cuando ella estaba afectada”.Cuando esto sucede, deben alejar a las personas de la propiedad donde se reportan los fenómenos para determinar si la actividad es provocada por alguno de los presentes.
“Si nada de lo anterior resulta, se concluye que estamos ante un caso paranormal. Casi nunca pasa –señala Óscar–. Llevamos más de cien casos y solamente dos de ellos han sido confirmados como paranormales”.
El oficio es autodidacta y los aparatos tecnológicos que se usan para cumplir con las sesiones de investigación son también autofinanciados. Una caja llena de lámparas, termómetros, medidores y dispositivos con luces de colores son las herramientas de trabajo y el tesoro compartido entre los miembros del grupo.
Óscar es educador; Isela Madriz –otra de las integrantes– es odontóloga; Martín Sánchez, un doctor; Emiliano Saborío –el más joven de ellos– está terminando noveno, y así se sigue dividiendo el grupo en profesiones y ocupaciones que roban tiempo a sus rutinas para investigar.
Después de la sesión de trabajo en la casa donde se reportan los fenómenos, el grupo se dedica a revisar el material que quedó documentado: fotografías, audios y videos.
–¿Y les pagan?– pregunto. – No– se apresura a responder Óscar, al tiempo que el resto del equipo niega con la cabeza.
– No nos interesa hacer negocio, añade. “Además, si no cobramos tampoco nos vemos en la obligación de encontrar siempre respuestas a lo que sea que perturbe la casa”.
Es más un pasatiempo que se alimenta de las ganas de matar la curiosidad.
Todos y cada uno de sus miembros se califican como escépticos, pero la conversación los lleva a desbordarse cuando narran las historias de fenómenos que han presenciado.
Parecen tener miedo de hablar abiertamente pues reconocen que hay muchos prejuicios. Por eso, antes de explayarse, tantean a quien pregunta, lo miden, certifican si –aunque sea parcialmente– comparte sus creencias, y luego, ya en confianza, mencionan casos, eventos, nombres en inglés, toda una montaña de información.
Algunos lidian con los inconvenientes del oficio, entre ellos Martín. Él tiene 48 años, es médico y, cuando se presenta como miembro de Hades, omite decir su lugar de trabajo y reacciona con evasivas para no dar detalles sobre su empleo. Es uno de los más reservados en cuanto a su participación en el grupo y las críticas que ha recibido lo han vuelto discreto. En su caso, los fenómenos que presenció mientras trabajaba en hospitales lo ayudaron a descubrir su gusto por buscarle explicaciones a lo paranormal. Ya lleva más de dos años con el equipo.
“Una noche, yo andaba caminando por una de las alas del hospital a las que no permiten el ingreso de pacientes, y vi a una niña pequeñita caminando por el pasillo. En ese momento, no le di importancia. Poco tiempo después, me enteré de que la misma niña había fallecido unas horas antes”, cuenta. “Después de esa ocasión y de otras similares, me han pasado más cosas con el grupo y cada vez experimento más claramente la adrenalina cuando uno se lleva sustos. Me quedé porque me gustó sentirme así”.
Óscar tampoco habla mucho en el colegio en el que trabaja respecto a su afición.En su caso, los curiosos son siempre sus estudiantes. Su segunda vocación lo ha hecho bueno contando historias de miedo y según él, hay quienes las escuchan por curiosidad; otros que, incrédulos, las oyen y las desmienten, y un tercer grupo que prefiere no escuchar.
“A mí, eso no me afecta . Yo no voy a dejar de hacer algo que me gusta por lo que piense la gente”, asegura. “Me imagino de viejito haciendo esto mismo y no creo que vaya a dejar nunca al grupo”, asevera, mientras se escuchan varios “yo tampoco” de otros de los miembros que le dan la razón.
Comienza a llover y las historias de fantasmas, espectros y apariciones, hacen que cualquier sonido en esa noche se torne sospechoso. Sin embargo, con cada sombra mal puesta, la única que parece estar sobresaltada soy yo.
“En este grupo, cuando algo pasa, todos queremos saber qué sonó o qué se movió. Aquí nadie intenta salir corriendo”, cuenta Isela.
– ¿Y no les da miedo?– le pregunto.
– No, nos gana la curiosidad.