Eugenia Chaverri se mira en el espejo

Dos cánceres, 12 premios y 50 años de trayectoria artística han sido las protagonistas de su propia historia, marcada por el éxito y el dolor de la partida de su esposo.

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“No me dejo vencer, estoy luchando con 75 años porque de repente uno quiere hacer más cosas... pero estoy cansada; entonces digo: ya a los 75 ¿qué me toca hacer? conservarme físicamente lo mejor que pueda para poder ver los nietos lo más grandes posible, esa es mi ilusión”.

A los 75 años la vida se mira desde una perspectiva diferente: la simpleza, la calidez de la familia y la tranquilidad pasan a ser las prioridades tras una vida cargada de estrés y de problemas que con el paso del tiempo se van haciendo más insignificantes.

Al menos así es para la actriz costarricense Eugenia Chaverri, quien este 2019 cumple cinco décadas de trayectoria en el teatro. Ahora, ella solo desea ser feliz, sin preocuparse por lo que pasará mañana o el qué dirán, pues ya hubo mucho tiempo donde eso la agobió.

“A esta edad no quiero que nada me atarante”, dice la también protagonista de la película costarricense Violeta al fin y directora de Madre coraje.

Al entrar a su casa, se percibe esa sensación de paz. Su hogar es un perfecto reflejo de la forma en la que ha escogido disfrutar su vejez doña Eugenia.

La casa es de dos plantas es color blanca tanto por dentro como por fuera, con grandes ventanales y puertas corredizas de vidrio. El jardín es pequeño, pero lo suficientemente espacioso para disfrutar de un día soleado. El segundo piso es sencillo y lo que tiene es básicamente el baño, su habitación y un espacio para tocar el piano, además de una habitación un poco más pequeña.

Es la casa de sus sueños, en la que invirtió todos sus ahorros y la que la hace feliz.

“Este fue un proyecto importante… Yo siempre quise desde joven diseñarme mi casa pero tenía un marido que no me hubiera ayudado a ir a comprar ni un tornillo a la ferretería, entonces yo dije: ‘o casa, o marido’ y me quedé con el marido. Entonces las casas que tuve fueron ya hechas, pero cuando surgió la oportunidad de vivir aquí (en ese residencial), pensé que este último espacio de mi vida lo quiero para las necesidades de hoy y para disfrutar yo mi vejez”, explica.

Ella la diseñó con la ayuda de su yerno, quien siguió al pie de la letra todas las indicaciones de la actriz: que fuera como una pecera, en una propiedad esquinera, que pudiera cocinar y lavar al mismo tiempo, que estuviera comiendo y no se tuviera que levantar por una cuchara, con una pared en el cuarto que midiera 1.50 cm para colocar el tocador de su mamá y que no se mojara cuando se bajara del carro.

“Yo le dije: ‘esta es la plata que tengo y no puede costar un cinco más porque esto se compró con el presupuesto y a esta edad a uno no le prestan ni el perro’. Y bueno ya no tengo de donde sacar un cinco más, pero tengo mi casa, con mi personalidad”, añade.

Y de hecho, cada rincón habla por ella, su historia de vida, sus amigos, su familia y sus hobbies. Desde el sillón blanco que siempre anheló tener, hasta los portaretratos con fotografías en blanco y negro que se encuentran en diferentes partes de su casa.

Eso sí, ha sido muy selectiva con las cosas que tiene, ya que quiere mantener la sobriedad de su casa y solamente conserva sus más grandes tesoros.

“Hay ocasiones que yo me cuestiono ¿por qué yo decidí vivir así? Yo me acabo de pasar a esta casa, tengo un año de vivir aquí y uno va comprando y comprando y cuando uno se da cuenta está lleno de chunches y ya después hay que estar limpiando ¡y ya no!. Diría yo que me deshice del 70% de mis cosas. Pienso que esta simpleza que me dejé y en la que estoy viviendo es muy agradable porque creo que es muy linda mi casita, está respondiendo a que uno debe vivir con lo necesario”, afirma.

Por ejemplo, conserva unos sillones que trajo de Rusia, una puerta que era de la casa de sus abuelos, así como un par de cuadros y esculturas de amigos cercanos. En el segundo piso tiene en una esquina un piano, una pasión que disfruta en todo momento y que le permite relajarse cada vez que lo toca.

Al frente hay una repisa donde se encuentran 12 premios, los cuales ha obtenido por su carrera como actriz y directora. También hay al menos tres álbumes de fotos, en los que atesora recortes de periódico donde aparecen su nombre y varias fotografías con algunos de sus colegas.

El teatro se convirtió en su vida desde los 20 años, cuando regresó de Nueva York, Estados Unidos, ciudad a la que la envió su madre para estudiar inglés y mecanografía tras finalizar el colegio en 1961.

“Mi mamá hizo ese esfuerzo porque quería que al regresar pudiera ser autosuficiente y que si quería estudiar en la universidad tuviera esa herramienta para pagarme los estudios. Y vea que curioso, en el anuario, releyendo cosas viejas del colegio --porque ya uno a esta edad se devuelve para recordar el historial de la vida--, decía ‘va a ir a estudiar a los Estados Unidos, aunque hubiese sido una excelente actriz cómica’”, recuerda con una gran sonrisa.

Cinco décadas

A principio de este año durante el ensayo de la obra La fiaca ahí estaba ella dando consejos entre corte y corte a sus compañeros, quienes le prestaban atención con mucho cuidado y seguían al pie de la letra las recomendaciones.

Y no es para menos; este 2019 no es un año cualquiera para doña Eugenia si del teatro se trata, ya que cumple 50 años desde que presentó en el Colegio Castella, en La Sabana, El herrero y el diablo, obra con la que debutó en las tablas en el año 1969.

Aún tiene muy presente lo que significó ese montaje, donde era estudiante avanzada de teatro. Sin embargo, fue con Las fisgonas de Paso Ancho, en 1971, que catapultó su carrera como actriz.

A partir de allí vinieron muchos otros proyectos, principalmente en la docencia: fue profesora en la Universidad de Costa Rica (UCR) durante seis años y en la Compañía Nacional de Teatro (CNT) por tres décadas.

Esa formación le permitió ver el teatro como algo más que un hobby; a pesar de que siempre ha sido una pasión, para doña Eugenia este es un trabajo serio y le molesta cuando la gente dice comentarios como: “¡Ay, mirá! se suben a un escenario, pasan muertos de risa y aún así les pagan”.

“Yo creo que uno en la vida es lo que piensa y lo que hace y yo decidí que no era un hobby para mí. Yo creí y sigo creyendo que el arte visto como arte está manifestando una necesidad interior de transmitir y de conversar con la sociedad, es un medio de comunicación y por pequeñas que sean (las obras) tienen algo que decirle al público. Entonces en esa escogencia uno trata de hacer las cosas lo mejor posible, es decir, yo no soy sin el teatro, el teatro es mi profesión y lo que yo soy también”, añade.

Doña Eugenia ha aprendido a ser sincera consigo misma y reconoce que la energía no es igual a la de aquella joven de 25 años que debutó en las tablas. Se siente cansada y la vida se ha encargado de enseñarle que tiene que escucharse y cuidarse.

Ahora es más selectiva y antes de escoger un proyecto lo valora y analiza cada ventaja y desventaja que le trae, más allá de la parte económica.

“Pesan en la vida y en el teatro (los 50 años de trayectoria). El otro día estaba pensando desde el punto de vista de la carrera teatral, que hace ya cinco años que dirigí Madre coraje que para mí fue un esfuerzo sumamente grande y satisfactorio, pero ahora los 75 años sí se sienten, yo me siento muy bien pero la energía que di en ese montaje tan grande ya no estoy en capacidad de darla. Cerrar la temporada a teatro lleno fue para mí el cierre artístico más importante, es decir, a nivel de teatro misión cumplida”, asegura.

No obstante, sigue activa y tiene claro que no desaprovechará las oportunidades que toquen a su puerta, siempre y cuando se ajusten a sus necesidades.

El aprecio que tiene por esta carrera es muy grande ya que le ha dado todo. Además, no olvida que ella fue parte de las actrices que tuvo la oportunidad de vivir la que considera la época dorada del teatro en Costa Rica.

Sin embargo, le causa tristeza pensar que actualmente la carrera teatral no es la misma, ha cambiado y pese a que ha crecido, también hay menos apoyo por parte de las autoridades. La actriz habla específicamente del Ministerio de Cultura y Juventud (MCJ), pues asegura que hoy en día los jóvenes no cuentan con la ayuda suficiente para desarrollar teatro propio y tienen que gestionarse las producciones por su cuenta.

Por eso siente una gran admiración por los actores jóvenes, quienes se esfuerzan por seguir haciendo teatro en el país y presentar al público trabajos de calidad. Para doña Eugenia se ha perdido el valor que tiene el arte para la sociedad.

“Si los políticos no fueran tan cerrados --hablando de la gente que no quiere ver-- entenderían que el arte es inclusivo porque el artista se genera su propio trabajo, entonces si un grupo hace una obra de teatro, va a generarle trabajo a un ilumino técnico, a uno que está en la boletería, es decir, son grupos autosuficientes; entonces yo veo que hay una incapacidad de los políticos por darse cuenta de la importancia de la educación y el arte. El pensamiento que desarrolla la carrera artística te hace un mejor ciudadano a mí no me cabe la menor duda y lo siento a los que les caiga mal”, dice.

Mujer valiente

Dos cánceres y la muerte de su esposo, han sido tres de los golpes más duros que Eugenia Chaverri ha recibido en su vida. Tres golpes que la marcaron y que ahora la han permitido comprender muchas cosas, que antes no entendía.

Aunque los tres cayeron inesperada y tristemente en diferentes etapas de su vida le permitieron valorar la vida, la parte humana, la amistad, la familia y a ella misma.

El primero fue un cáncer de mama que le detectaron meses después de renunciar a un puesto de dos años que tenía en el MCJ como Directora de Cultura, allí pasó muchos tragos amargos, pero su orgullo le impedía reaccionar. Cuando finalmente decidió renunciar se enteró que había desarrollado esa enfermedad.

“Yo digo que fue un momento donde Eugenia no tuvo salida. Uno tiene que saber cerrar, yo debí haber sabido irme pero a veces hay un ego, un no querer darse por vencido, una tontera pero que en ese momento uno está en lo álgido de una profesión y seguro para mí era importantísimo. Fue un esfuerzo muy grande salir de ahí que dije ‘voy a ir a hacerme un chequeo’ y fue donde encontré el cáncer con mucho tiempo de antelación”, se sincera.

Pasaron más de 10 años y vino otro golpe; en 2001 murió Álvaro Quesada, su compañero de vida por más de 25 años, el esposo por el que dejó Costa Rica y su carrera por algunos años y se fue a vivir a Rusia, donde él trabajaba. Y el que la enamoró en un teatro cuando ella se proponía estar sola para concentrarse en su carrera.

“No la esperaba, estábamos haciendo planes para su pensión, él quería un terrenito en Limón y estábamos en una parte importante de la vida nuestra de volver a estar él y yo, con planes de disfrutarnos como compañeros y yo pienso que esa partida me hizo generar el segundo cáncer. Yo siento que cuando en la vida hay un descontrol de cómo afronto algo y uno no logra aceptarlo es que el cuerpo comienza a destruirse”, comenta.

El segundo fue un cáncer de colon que desarrolló en el 2004, sin embargo, afirma que “nunca me vi muerta y siempre dije ‘ah bueno, voy a ir a operarme porque ya tengo que seguir haciendo esto’; o sea, nunca me pasó por la mente dejar de vivir por ese cáncer” y esa motivación e ímpetu fueron los que le permitieron luchar por su vida.

Fueron golpes fuertes, pero que le hicieron ver desde otra perspectiva lo que significa estar viva. Con la muerte de su esposo comenzó la etapa de aprender a disfrutar individualmente cada cosa que hace y lo ha logrado.

De hecho, es muy activa y a sus 75 años tiene una agenda bastante ajetreada: hace yoga, sale con amigas y por supuesto, va al teatro. Aunque la mayor parte de su tiempo la consumen sus nietos: esos cuatro pequeños y sus ocurrencias la han obligado a poner una manta sobre su preciado sillón blanco para que no se lo ensucien y son el motivo por el que su jardín está lleno de juguetes.

“El amor de los nietos es el amor más puro de los tres amores que uno vive (el del esposo, el de los hijos y el de los nietos). Es el que es el amor, por amor mismo porque para estar casado hay que querer estar casado, con los hijos hay una responsabilidad muy grande y los hijos le cargan siempre la factura a los padres de todo lo que pasa y con los nietos es disfrutarlos, hay una sensación de una pureza de amor y es muy lindo vivirla y haber llegado a la edad que tengo y poderla vivir”, afirma.

Y aunque reconoce que aveces la desesperan no imagina lo que sería de su vida sin ellos y su mayor deseo es que sean felices, por eso les aconseja que siempre sigan a su corazón.

“Creo que lo más importante es aprender de la vida, que a los 75 años se ve como una broma pesada, pero era eso, una broma. Uno a los 20 creyó que era importantísimo que me dieran un premio y esto y lo otro, pero mirá, para convivir con amigos o pasar un rato contento no necesitás una mesa de oro para estar alrededor y pasarla bien y la sociedad, que es una sociedad de consumo, nos tira que la felicidad es eso, entonces hay que escuchar al corazón para escoger el nicho donde podamos sonreír y estar en paz sin pensar que el dinero o la apariencia, que es lo que nos enseña esta sociedad que es la felicidad, no lo es”, explica.

A sus 75 años doña Eugenia es más sabia, camina con más cuidado pero también, con más firmeza. Se siente satisfecha, orgullosa de sí, de sus logros y agradece la vida que le tocó vivir.

Por eso sigue de pie sobre el escenario, protagonizando la obra que más enseñanzas y satisfacciones le ha dejado.