Este 16 de abril, el alemán Joseph Ratzinger cumplirá 85 años de edad y, tan solo tres días después, celebrará siete años de haber sido asumido las riendas la Iglesia Católica bajo el nombre de Su Santidad Benedicto XVI.
No han sido tiempos fáciles para el Santo Padre. Le tocó relevar a Juan Pablo II, quien durante 26 años y medio dirigió los destinos de la Iglesia con innegable habilidad para las relaciones públicas, gran popularidad y un marcado énfasis en la “misión internacional”.
Ratzinger, mucho más introvertido, se ha enfocado en cambio en reformar y modernizar la gestión de la Santa Sede, en promover la transparencia en los dineros de la Iglesia y en cortar de tajo la permisividad con los abusos a menores. Sin duda, parte de su deber ha sido dar la cara por los “pecados” cometidos por el ala humana de la Iglesia.
En estos siete años, ha reconocido casos de pedofilia protagonizados por sacerdotes en todo el mundo. También ha pedido perdón por algunas atrocidades históricas que las autoridades eclesiales dejaron pasar en silencio. Y le ha tocado hacerlo sin el carisma mediático de su antecesor.
Sin duda, esto le ha generado anticuerpos fuera de la Iglesia, pero también dentro de ella, por increíble que parezca.
Las fricciones se han intensificado al tiempo que saltan a la vista los achaques físicos del anciano pontífice, quien hace unos meses redujo su cantidad de salidas públicas y pidió el traslado de su médico de cabecera a la residencia papal.
El capítulo más reciente de esta saga de escándalos parece sacado de una película: la Santa Sede, reconocida por su casi infranqueable control sobre la información, se convirtió de pronto en abundante fuente de documentos secretos que se han filtrado a la opinión pública.
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La prensa bautizó aquella fuga de datos como ‘Vatileaks’, para aprovecharse de los ya famosos Wikileaks –término del momento– y parodiar el nombre. Y el papa Ratzinger fue el primero en ser alcanzado por ese bombardeo.
Durante un viaje a Portugal , en mayo del 2010, Benedicto XVI habló con la prensa que lo acompañaba y dijo algo que resultó premonitorio, a propósito de una pregunta sobre el tercer mensaje de la Virgen María en Fátima.
“La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no solo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aprender, por una parte, el perdón; pero también la necesidad de la justicia”.
Esa premonición papal parece haberse comenzado a hacer realidad hace tres años, con la filtración de documentos que solo circulaban en el interior del Vaticano, en Roma, Italia.
En el 2009, apareció una carta del Papa en la cual admitía el error cometido al concederle el perdón al obispo que negó el Holocausto. Casi al mismo tiempo, se filtró la nota con el levantamiento de la excomunión a los lefebvristas. Y ambas noticias fueron divulgadas por periódicos italianos sin el consentimiento de los obispos.
Las filtraciones llegaron a su clímax a principios de este año, con tres documentos que remecieron a la Santa Sede.
De acuerdo con el diario digital Hoy.es, el primero de esos documentos, firmado por el actual nuncio apostólico en Estados Unidos, Carlo María Viganò, reveló una “amplia y arraigada corrupción” en el Vaticano. Viganò se enteró de esto tras ser secretario general del Governatorato del Vaticano, despacho responsable de las licitaciones y abastecimientos vaticanos. Según sus confesiones al Papa, una operación financiera causó una pérdida de $2,5 millones al Vaticano, informó la agencia AFP.
“Padre bendito –le dijo al Papa en una carta en la que le pedía evitar su traslado a Estados Unidos–, mi transferencia en este momento provocaría confusión y desaliento a aquellos que pensaron que era posible limpiar tantas situaciones de corrupción y abuso del cargo que se ha enraizado durante tanto tiempo en la administración del Vaticano”. Viganò, sin embargo, fue enviado lejos de Roma.
La segunda tanda de documentos privados que se hicieron públicos tiene que ver con los debates internos en la Santa Sede para ajustarse a la legalidad en la gestión del llamado Banco Vaticano (Instituto para las Obras de Religión, IOR).
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Según publicaciones de medios italianos, aparentemente el IOR transfirió 180 millones de euros a cuentas en Alemania, para librarse de los controles del Banco de Italia, hecho que el Vaticano ha negado.
Pero el documento que más conmocionó al mundo es una carta confidencial del 30 de diciembre pasado, enviada por el cardenal colombiano Darío Castrillón al Papa.
Según una publicación del periódico italiano
La “bomba noticiosa” de
En ese viaje a China, habría trascendido además que Tarcisio Bertone –el número dos del Vaticano y a quien se le achacan operaciones poco transparentes y arriesgadas– tiene una mala relación con Benedicto XVI , por lo que este estaría dejando todo “bien atado” para que su sucesor al frente de la Iglesia sea el actual arzobispo de Milán, el cardenal Angelo Scola.
El jesuita Federico Lombardi, vocero de la Santa Sede, salió al paso de tales afirmaciones y a través de radio Vaticana, afirmó: “Es evidente que la historia de la conjura contra la vida del Papa es un delirio; una locura que no merece ser tomada en serio. Pero, ciertamente, que se den ataques tan fuertes, es un signo de que está en juego algo importante”, aseguró Lombardi, quien sostiene que las autoridades de la Iglesia han dado prueba de su compromiso de lucha contra la pedofilia, y han demostrado su interés por “garantizar la verdadera transparencia en el funcionamiento de las instituciones vaticanas”.
“Se equivoca y se engaña quien cree que, con este tipo de especulaciones, va a desalentar al Papa y a sus colaboradores”, advirtió el vocero papal.
Más allá de las cartas y las reacciones suscitadas, muchos signos indican que se está preparando una cita de cardenales en la Capilla Sixtina.
La avanzada edad del actual Pontífice, su frágil salud (en octubre pasado se le vio usando una plataforma móvil para desplazarse) y una exigencia silenciosa pero fuerte del ala italiana del Vaticano –que reclama que, desde 1978, no hay un papa italiano–, han sido citadas por los expertos como señales de que se acerca el final de este papado.
Solo Dios y él lo saben en verdad, pero hace dos años, en una entrevista con el periodista y escritor alemán Peter Seewald, Ratzinger admitió que “cuando un Papa alcanza la clara conciencia de no estar bien física y espiritualmente para llevar adelante el encargo confiado, tiene el derecho –y, a veces, también el deber– de dimitir”. Y parece que, ante esa posibilidad, los candidatos al trono de San Pedro se han puesto a luchar como hombres por el puesto divino.
En cuanto al Pontífice, es el mismo diario oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano el que afirma que Benedicto XVI está solo: “el Papa es un pastor rodeado por lobos”.
Él, sin embargo, ha actuado con prudencia ante el torrencial aguacero. Sus únicas palabras en torno al asunto las dijo en la última ceremonia de proclamación de nuevos cardenales, en Roma: “Recen por mí, para que pueda ofrecer siempre al pueblo de Dios el testimonio de la doctrina segura y regir con humilde firmeza el timón de la Iglesia”.