El viaje emocional de un joven concebido con un donador anónimo que conoció a 32 medios hermanos

Esta es la alucinante historia de Eli Baden-Lasar, un joven de 20 años que fue concebido con la ayuda de un donador anónimo y quien este año descubrió que tenía medios hermanos biológicos esparcidos por todo EE. UU.

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La historia de Eli Baden-Lasar es increíble, insólita y fascinante. Desde que fue contada en un artículo escrito en primera persona por The New York Times la semana pasada, cientos de preguntas han surgido en la comunidad científica y el mundo sobre el impacto emocional que significa el haber sido concebido con la ayuda de un donador anónimo.

Baden-Lasar tiene 20 años, y desde que tuvo consciencia supo que había sido concebido de esa manera. Sus madres, una pareja de lesbianas, nunca le ocultaron ese particular detalle de su vida, sin que realmente le preocupara, hasta que a los 11 años empezaron a brotar inquietudes sobre su origen biológico.

Eli es parte de una nueva generación de niños, hoy jóvenes adultos, que fueron concebidos de esta manera.

Durante las décadas de los 80 y 90, los bancos de esperma se popularizaron en Estados Unidos, y fueron una solución para las familias que no podían procrear hijos (sobre todo por un bajo conteo de espermatozoides), mujeres solteras con deseo de ser madres o parejas de lesbianas. En ese momento, el anonimato era la norma y los bancos le daban esa garantía a los donadores.

Según la periodista Susan Dominus del The New York Times, en los primeros años del 2000, cuando muchos de estos bebés se hicieron mayores de edad, comenzó un movimiento que defiende su derecho a conocer sus raíces biológicas y que les exigía a estos bancos una mayor transparencia de quiénes eran sus donadores.

Además, con los nuevos programas de reconocimiento facial y el futuro de las pruebas de ADN encontrar a los donadores era cuestión de tiempo y paciencia.

A partir de ahí el anonimato dejó de ser una garantía por parte de los bancos de esperma, las personas que fueron concebidas ahora tienen un número de donador que les permite comunicarse (aunque sea de manera consensuada con el banco) con su padre biológico y en Estados Unidos se desarrollaron registros de donadores que revelaron un dato insólito: decenas de personas eran medios hermanos.

Descubrimiento

Precisamente, en uno de esos registros comenzó la odisea para Eli Baden-Lasar. Según cuenta en su artículo, desde pequeño fue parte de campamentos a los que asistían otros pequeños con padres del mismo sexo. Ahí, conoció a otros niños que también fueron concebidos, al igual que él, con la ayuda de un donador anónimo.

El año pasado corrió la noticia entre su comunidad de que dos de esos niños, de familias completamente diferentes, descubrieron que eran medios hermanos gracias a que, independientemente, habían ido a uno de estos registros.

A partir de ahí se preguntó: ¿tendré algún medio hermano? “Hasta ese momento realmente no se me había ocurrido a mí ni a mis madres que podría tener medios hermanos por ahí, a pesar de que tengo una mamá obstetra. No tiene sentido que no pensáramos en eso, porque ellas eligieron deliberadamente a un donante cuyo esperma había producido con éxito al menos un nacimiento; cuyo esperma, en cierto sentido, había "funcionado", escribió Baden-Lasar en su artículo.

Esa pregunta lo llevó a revisar el registro de hermanos del California Cryobank, uno de los bancos más grandes de esperma del mundo. Cuando verificó su número con el registro se percató de que había al menos una docena de niños que compartían el mismo donante, pero sus nombres estaban encriptados.

Sin embargo, uno de los nombres encriptados captó su atención porque tenía las iniciales de un viejo amigo que había conocido en Nueva York, durante un programa de aprendizaje experimental. Gus Lamb fue su compañero y le había comentado que también tenía dos madres y que ellas habían utilizado un donador anónimo para concebirlo.

Cuando le escribió y compararon su número de donante se dieron cuenta de que eran medios hermanos.

Ese fue un momento determinante para Eli: “Fue un momento de regocijo pero también de horror. Sabía que, como relato, era alucinante, pero también inquietante: cambiar el guion, pasar de amigos a hermanos. En nuestro programa de aprendizaje experimental, se nos pedía constantemente que escribiéramos ensayos personales para tratar de entender nuestras vidas. Durante cuatro meses estuvimos haciendo eso, leyendo el trabajo del otro y durmiendo en el mismo piso de un dormitorio, sin saber que éramos medio hermanos”, escribió para el artículo de The New York Times.

En ese instante, Eli se sintió como si fuera parte de una especie de experimento fallido y olvidado por los científicos, al no reconocer de inmediato a su medio hermano cuando lo conoció por primera vez. El sentir que había sido “creado” en masa también lo perturbaba enormemente.

La situación que está viviendo Eli es más común de lo que se imagina, si se toma en cuenta que en Estados Unidos ninguna ley regula cuántos niños pueden ser concebidos a partir de un solo un donante, reporta The New York Times. Por ejemplo, el California Cryobank asegura que trata de limitar de 20 a 25 el número familias que reciben el esperma de un donante.

Comienza la aventura

Todos esos sentimientos y sensaciones se incrementaron cuando supo que la hermana de Gus, Izzy, y quien también había sido concebida con el mismo donador, había descubierto a una decena de medios hermanos más, muchos de los cuales ya habían estado en contacto desde hace años.

Unos meses antes, Izzy se vio obligada a estudiar su origen biológico cuando tuvo que ser operada del apéndice. Ahí fue cuando se abrió la caja de pandora para Guz, Izzy y ahora para Eli.

Luego de comentarles a sus mamás lo que había descubierto y tratar de entender lo que estas personas significaban para él, Eli decidió utilizar la fotografía para canalizar ese torbellino de emociones que estaba sintiendo.

Desde muy pequeño se había interesado por la fotografía y decidió que la mejor excusa para conocer a sus medios hermanos era fotografiándolos.

“Yo sabía que quería fotografiar a todos mis hermanos en los entornos en los que se habían criado, y sabía que quería que las imágenes transmitieran un sentido dramático, incluso al representar escenas cotidianas. Decidí aprender a usar una cámara de fuelle, que es una de gran formato, con un aspecto antiguo. Requiere una gran cantidad de retoques técnicos, enfoque, reenfoque y encontrar el ángulo correcto, lo que permite tomar fotografías increíbles y únicas, aunque su proceso pueda ser doloroso y lento…”, relata Eli en su narración.

Los objetivos de Eli eran claros y contundentes: quería crear fotografías que fueran únicas y ricas en detalles, para apartarse por completo de un término que empezaba a relacionar con los bancos de esperma: la producción en masa.

Además, el utilizar una técnica fotográfica tan compleja, le permitiría compartir más tiempo con cada uno de sus medios hermanos, obligándolos a interactuar para lograr la toma perfecta, en un ambiente familiar y relajado.

Le pidió a Gus que lo incluyera en un grupo de Whatsapp que ya había creado con sus hermanos. Ese primer acercamiento le permitió contactar a otros, hasta que logró localizar –hasta la fecha– a 32 de sus medios hermanos. Decidió mantener esa primera comunicación virtual breve y sencilla con cada uno, para potenciar sus encuentros en persona.

Esa decisión llevó a Eli a viajar por 16 estados de EE. UU. en 10 meses y lo obligó a hacer un retrospectiva de lo que siente por ser un niño creado con la ayuda de un donador anónimo. Un peregrinaje emocional que jamás imaginó.

Arte emocional

Esta aventura la comenzó con Gus e Izzy en Boston. Aunque ya los conocía, la emoción y el temor se apoderaron de Eli cuando se reencontraron. Sabía que reuniones de ese tipo las volvería a experimentar por lo menos 30 veces más. ¡Y con personas que nunca había visto en su vida!

Para apaciguar los nervios de esos primeros encuentros, lo que hacía casi inconscientemente cuando los conocía era concentrarse de inmediato en el trabajo fotográfico: buscar la mejor locación y definir la luz le permitía alivianar la tensión y buscar la excusa perfecta para conocerlos. Al fin y al cabo eran sus hermanos.

Sin embargo, conforme fue conociendo a cada uno de sus parientes, se dio cuenta de que el 90 por ciento del tiempo no hablaba de la fotografía: Eli asegura que la mayoría de las veces lo que buscaba era entender la vida del ser humano que tenía al frente y con el que compartía parte de sus genes.

También comenzó a entender que toda la labor emocional que significaba un proyecto de este tipo tenía un fin reparador: una especie de respuesta a la operación transaccional que conlleva el contratar los servicios de un banco de esperma, y el costo financiero en el que incurrieron sus padres para crearlos.

Sin embargo, un montón de preguntas empezaron a multiplicarse en su mente: “¿A quién puedo responsabilizar por estos sentimientos?: ¿al banco?, ¿a mis madres?, ¿al donante?, ¿a mí mismo? ¿Qué estoy haciendo exactamente? ¿Y qué estoy tratando de lograr?”, se cuestiona Eli.

Era inevitable pensar para Eli que cada uno de los medios hermanos que conoció es, de alguna manera, una versión distinta de él, pero en contextos sociales muy distintos. Tampoco oculta el hecho de que con algunos logró una mayor acercamiento emocional, pero no tanto como para llamarlo “hermano”.

“Siempre dudo en llamar a alguno de ellos hermano o hermana. Muchos de los otros hermanos la utilizan entre ellos muy libremente. Yo no, probablemente porque ya tengo una hermana, y ella siempre será lo más importante para mí”, explica.

Durante esta travesía conoció a Sadie, Kelsi, Daniel, Zeke, Grayson, Neylan y Dawson, entre muchos otros. Aunque tienen algunos rasgos físicos similares, e incluso comparten algunos gestos, todos tienen un sentimiento en común: la ausencia, como “una figura espectral” flotando sobre sus vidas, de su donador.

Aunque algunos, al cumplir los 18 años, decidieron contactarlo por medio de cartas, que por cierto fueron respondidas, no hay mayor comunicación entre ellos. Incluso, ya avanzado este proyecto, Eli decidió contarle lo que estaba haciendo y si quería participar. Su respuesta fue un rotundo no. Quiere seguir siendo un ente anónimo. Casi inexistente.

En una de las grabaciones que el banco de esperma le hizo a su donador, le preguntan si hay algo que le gustaría decirle a alguno de los niños concebidos. Su respuesta fue tajante y distante: “A todos les deseo mucha suerte”.

Para algunos lo que dijo en esa grabación se convirtió en una frase inspiracional, para Eli tuvo un significado completamente distinto: “Lo escuché más como una provocación irreverente: ‘mi trabajo aquí está hecho. Que las probabilidades siempre estén a tu favor’”.

“Para mí, para él es más interesante seguir siendo la figura invisible y perdida que siempre ha sido. No creo que, al momento de donar su esperma, tuviera idea de que estaba creando una especie de cápsula del tiempo que podría explotar”, explica.

El proyecto de Eli aún sigue vivo. Está consciente de que en los próximos días, semanas o meses podrían aparecer nuevos medios hermanos a quienes fotografiar, lo que le da un extraña sensación, casi paranoica, de que podría toparse a alguno de ellos en media calle sin darse cuenta. Su temor no es infundado: ¡Ya le pasó una vez!

Este artículo está basado en el escrito de Eli Baden-Lasar para el The New York Times.