Esta será mi primera confesión: soy una persona que cree en las causalidades, más no en las casualidades. Eso significa que todo lo que sucede en mi vida es el efecto o resultado de las decisiones que tomo, para bien o para mal. Esto me ha permitido, por ejemplo, atraverme, hace 17 años, a recomenzar mi vida en un país completamente desconocido y lejos de mi familia.
Sin embargo, considero que el tener esa “filosofía" me ha ayudado a adaptarme más fácilmente a los cambios; a aprender a lidiar con las pérdidas de seres queridos a la distancia; a celebrar los cumpleaños de mi papá por videollamada o, simplemente, a entender que estoy aquí, en este instante, por una simple razón: porque he aprendido que, aún en los momentos más complicados, siempre encuentro el lado bueno de lo que sucede.
Estoy en un país en el que no nací, lejos de buena parte de mi familia que se encuentra repartida entre Venezuela, Colombia, España, Ecuador, Estados Unidos y México, pero esta es la nación que hoy considero mi hogar y que me da la posibilidad de ayudar, a propios y extraños, con elementos esenciales: comida, medicamentos, ropa. entre otros artículos de primera necesidad.
Aquí viene mi segunda confesión: nunca estuvo dentro de mis planes crecer, tanto a nivel profesional como personal lejos de los míos, pero hoy tengo la alegría en mi corazón de hacerlo al lado de personas que me inspiran, que me retan, que me hacen sentir que soy capaz de lograr todo lo que proponga. Es entonces cuando me siento XXXXXXX en esos momentos, por más fugaces que sean.
“La felicidad no está en lo que tengamos o hagamos, está en cómo nos sentimos momento a momento”. No estuve consciente del gran valor de esa filosofía, hasta que asistí un miércoles de enero a la casa de El Despertador, un espacio en el que desde hace 10 años se lleva a cabo El Cortis, que es una especie de encuentro-meditación para que las personas se conecten con sus emociones.
De primera entrada, podría sonar a que esto se trataba de una “receta básica" para sonreír y ser feliz todo el tiempo. Sin embargo, en el transcurso de las más de dos horas en las que se desarrolla la actividad, los participantes se vuelven más conscientes en que esto no es realmente así, sino que espacios y dinámicas como estás buscan empoderar a los seres humanos en cómo perciben y reaccionan ante todo aquello que les sucede, especialmente en un mundo lleno de contrastes y en los que es imposible tener el control de todo.
Para resumir cómo llegué a este lugar, basta con mencionar que, por esas causalidades de mi trabajo, conocí a Yaniv Shanti, uno de los líderes de este proyecto, cuando hacía un reportaje para esta revista, en el que se reconocía el legado de su familia como empresarios textiles. Recuerdo que una vez que se me acercó a presentarse, un abrazo y una sonrisa se convirtieron en la invitación para vivir la experiencia de hacer un “cortis” a mitad de semana.
“Lo que quiero es que vivas la experiencia de conectarte con tu felicidad. Es un momento para compartir tus emociones, meditar y dejar ir todo lo que te afecta. Son activaciones de la felicidad, de ese sentir consciente de todo lo que nos rodea, de prestar atención a lo realmente importante, siempre ligado a una intención", me dijo Shanti mientras me entregaba una tarjeta.
En este punto creo que es importante reconocer que, por afición de mi familia materna, siempre he estado muy ligada a métodos de la respiración consciente, de la meditación y del ser con conciencia, por lo que me pareció interesante que un día de la nada, luego de 17 años de vivir en Costa Rica, alguien me invitara a formar parte de una activación de la felicidad, un concepto que me resultaba por igual desconocido como atractivo.
Tras intercambiar nuestros números de teléfono, y la insistencia de cada martes en los que Shanti, de origen costarricense, me recordaba que estaba abierta la invitación de llegar al Despertador, finalmente se dio la oportunidad en el momento menos esperado, pero que resultó ideal: un miércoles lleno de partidos de fútbol, cargado de presas para llegar hasta Los Yoses. donde se encuentra la casa, y con la asistencia de cinco personas, incluyendo al fotógrafo y a mí.
No se puede negar, resultó un día realmente atípico, porque la casa 2911, cuya tapia de bambú hace que resalte en su vecindario, por lo general recibe cada miércoles entre 10 y 25 personas, que, al igual que yo, buscan vivir de una experiencia que los desconecta hasta de la pitoreta del tren que anuncia su paso por las calles de San Pedro.
Encuentro
Una vez que se abrió la puerta que en el centro tenía tallado un corazón, Shanti fue el encargado de darme la bienvenida y hacerme pasar hasta la cocina de su hogar, en el que se encontraba su esposa Aisha Michael, una mujer de origen israelí que tiene el carisma y la bondad a flor de piel. No en vano su primer acercamiento resultó ser un sentido abrazo y un “gracias por acompañarnos”, en un artesanal, pero muy cálido español.
Acto seguido, su pareja desde el 2002, me explicó que solo me dejarían entrar con los zapatos puestos mientras estaba en la cocina, pero que una vez que comenzara la activación de la felicidad, debería de dejarlos en la zapatera de madera que estaba dispuesta en la entrada del pasillo. ¿El motivo? Dejar fuera las energías negativas que pesan en nuestro andar.
Allí, en medio de una enorme cocina, Aisha preparaba una sopa de ayote con leche de coco y almendras, que compartiría con los asistentes de esa noche, al mismo tiempo que explicaba cómo su búsqueda personal de tener una mejor vida la llevó a reencontrarse en la India, y desde el 2003 viven en Costa Rica, y desde ese momento no se han separado nunca más. Al contrario, sienten que su unión viene dada por la labor en común de hacer que otros sean felices.
“¿Pero qué son activaciones de la felicidad y cuál es la dinámica?”, pregunto. Ambos se toman el tiempo de explicarme, en las palabras más sencillas, que se trata de hacer que el ser humano vuelva a sus raíces, a ser consciente de las emociones positivas, vivirlas y respirarlas.
“No podemos negar que vivimos bombardeados de lo negativo, que sí, es cierto, existe, pero también en el mundo existen personas y situaciones realmente extraordinarias y que merecen un mayor valor. Eso es lo que buscamos resaltar aquí, que los buenos somos más y que nos debemos sentir orgullosos de poder reconocernos como tal ante el otro. Nos consideramos activadores y activistas de la felicidad”, explica Shanti, quien estudió arquitectura.
Una vez que dejamos la cocina, iniciamos un recorrido por una enorme y hermosa casa antigua, heredada a Shanti por sus abuelos. que fue restaurada por la pareja para que sus visitantes vivan experiencias grupales enriquecedoras.
Tienen cuatro salas de estar, iluminadas con luces con tonalidades que pueden ser ajustadas según el ambiente que se desee crear, enormes figuras de Buda, tres baños, dos cocinas, además de un patio de ensueño en el que un árbol gigante se pierde ante la vista de quien está frente a él. En medio del recorrido, ambos coinciden en que su trabajo de ser mejores personas es diario y que toman insumos de distintas religiones, creencias o doctrinas, todo en función de la felicidad.
“Por ejemplo, yo crecí en la comunidad judía, pero no la práctico, sino que simplemente saco lo mejor de ella y lo que me hace feliz. Lo mismo sucede con Buda, con la religión católica y Jesús. Cada uno de ellos tienen sus verdades que consideraban como absolutas, pero que al juntarlas crean una verdad que nos dan las herramientas para ser más empoderados, felices y empáticos con otros”, asegura la también chef empírica.
Cuando el reloj marcó las 8 p. m., hora en la que inicia puntual cada Cortis, Shanti se dirigió a Rafael Murillo, el fotógrafo designado al trabajo, y a mí para decirnos, con cierto “desazón”, que solo seríamos cinco personas esa noche, pero en cuestión de segundos dijo que estábamos los que debíamos estar. Casi que bajo la filosofía que nos había llevado hasta el Despertador, tanto Murillo como yo agradecimos que realmente fuera así, porque esto nos permitiría disfrutar de las dinámicas de una mejor manera.
Lo primero que hicimos fue sentarnos en círculo sobre unos almohadones. Allí cada uno nos presentamos, lo que me permitió conocer que mis nuevos compañeros en esta aventura serían Elizabeth, una chica que está estudiando para ser instructora de yoga y que participaba por segunda ocasión en el Cortis, y que ese miércoles decidió llevar, por primera vez, a su hijo, Adrián Valverde, de 13 años. A nosotros también se nos sumaría Anthar, un israelí que vive en Costa Rica desde el 2003.
Luego de conectarnos, por medio de la respiración consciente, del momento que estábamos viviendo, Shanti procedió a explicar que esto se trataba de una dinámica lúdica y bailable, en la que por medio de distintas canciones –ese día hubo hasta un tema del grupo colombiano Aterciopelados– se busca generar una intención de conectarnos con lo que nos hace sentir plenos y felices. Lograrlo solo es posible por medio de un dispositivo despertador, que va desde bailes, abrazos, gestos de ternura, mirarse frente a frente con quien tenías a tu lado o, el mejor de todos en mi caso, gritar durante 25 segundos mientras sonaba una canción. Muy en el fondo me pregunté si los vecinos, entre los que había una pulpería china, pensarían que estábamos locos.
Estas pequeñas acciones podrían sonar sencillas o poco extraordinarias, pero en conjunto, hacen que sea una experiencia en la que, al menos los que estuvimos allí ese día, nos permitiéramos conectarnos con esa libertad de ser quien realmente somos, de bailar como nuestro cuerpo nos lo pidiera, de abrazar con la sinceridad que queríamos sentir del otro. En fin, coleccionar actos que se vuelven felicidad.
Fuimos capaces de perdonamos nuestros defectos, al mismo tiempo que nos visualizábamos con todas esas características que sentimos que nos hacen únicos, intentamos dejar de lado el rencor de aquello se siente como “estorbo” en la vida, pero que no es más que una invitación para ver todo el panorama de lo que nos rodea. Además, y lo más importante, fue cerrar la sesión enviándole energía positiva a todo aquel que contribuye con nuestro crecimiento personal y, una vez más, la mía viajó desde Costa Rica, pasó por Venezuela, Colombia y Ecuador, pero se detuvo unos instantes en México.
El Cortis había llegado a su fin dos horas después, no sin antes tomarnos el tiempo de sentarnos todos juntos en una mesa para compartir la sopa que Aisha había preparado. Palabras como plenitud, agradecimiento, serenidad, realización y felicidad, fueron parte de la conversación de cierre, que resultó más amena a la luz de las velas, ante la inesperada ausencia de electricidad.
El fotógrafo y yo salimos de allí en medio de abrazos y agradecimientos con personas hasta hacía poco desconocidas. Ese pequeño gesto y la promesa de, ojalá, un nuevo encuentro, fue la confirmación, al menos para nosotros dos, de que esta debe ser una experiencia que se debe tener al menos una vez en la vida.
Si hoy me preguntan, cuáles fueron mis momentos de felicidad en este Cortis podría resumirlas en: haberme despegado de mi celular durante tres horas; reírme hasta las lágrimas con Adrián; reconocer mi ternura en los ojos de Elizabeth; bailar y brincar con Anthar a nuestras anchas por toda la sala sin pensar si lo hacíamos bien o no; abrazar con enorme gratitud al fotógrafo que me acompañó por atreverse a vivir la experiencia de principio a fin, pero, sobre todo, el que Shanti y Aisha me hicieran recordar que la felicidad es gratis, incondicional y que siempre nos está esperando.
Todos salimos de allí como activistas de la felicidad, de esa alegría pura del aquí y ahora, que llega por momentos, pero cuya intensidad la vuelven eterna.