El amor después de la muerte

La viudez es un tema poco explorado, tal vez por la densidad de los sentimientos que provoca perder a un ser amado

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De pequeña tuve muchas dudas sobre la muerte. Tanto así que pensaba que dentro de los muertos en la calle colocaban cuerpos sin vida. Durante la adolescencia tampoco la comprendí; muchos menos cuando un día camino a la soda del colegio un niño se desmayó y horas después nos avisaron que había muerto. La adultez solo trajo más preguntas.

Un día leí un poema del argentino Fabián Casas, y me respondió algo. Casas escribió: "Pero así también podría ser la muerte: un pasillo oscuro, una puerta cerrada con la llave adentro, la basura en la mano".

Luego leí otras cosas, como que el muerto una vez enterrado se comienza a pudrir. Lo rellenan con algodón porque, en algunos casos, dentro queda nada. Luego, el estómago desaparece y se instalan nuevos organismos. Al muerto le ponen rubor porque pocos mueren chillados.

Si el muerto es afortunado y lo pulverizan, regresa adonde todo comenzó. Entendemos al muerto, pero no a la muerte.

Morir –como gesto– podría ser lo mismo que despedir en un aeropuerto a alguien que promete nunca más regresar, cambiar de casa, quemar fotografías. Matamos –de forma metafórica– al novio que nos hizo mucho daño, a la madre que nunca nos comprendió, a múltiples domingos tortuosos. Matar no es necesariamente malo.

El problema –o la realidad, como guste verse– es que hay tipos de muertes. Están las que pasan por televisión al mediodía, o las que protagonizan series de crimen, o las que sostienen la producción de un documental, o las que contienen todo el dolor de una generación.

Luego está esa. La que no muchos acostumbran a contemplar, ni siquiera cuando les dijeron en el supuesto día más feliz de sus vidas que era hasta que la muerte los separe. "Hasta que la muerte nos separe". Esa muerte, –esa– no es como cualquiera.

La poeta estadounidense Adrienne Rich escribió que "una relación humana honorable –una en la que las dos personas tienen el derecho de usar la palabra 'amor'– es un proceso delicado y violento, a menudo aterrador para los involucrados. Es un proceso para refinar las verdades que le podemos contar al otro".

Por otra parte, nos enamoramos –como lo explica la escritora búlgara María Popova– no solo del exterior de una persona, sino también de la fantasía de como esa persona puede llenar el vacío que llevamos por dentro. Por eso, cuando el vacío se llena y luego –de repente, de la nada, sin ninguna señal de emergencia que alerte– regresa a su estado natural, duele.

Fantasma sombrío

Sergio Espinoza Alfaro vive en una casa rodeada de plantas. Tiene helechos y un golden retriever. En su oficina hay libros de Ernest Hemingway, Pablo Neruda y muchos diccionarios. También tiene fotos de sus hijos y una bandera pequeña de Estados Unidos. Desde las ventanas de su casa se puede ver el cerro La Carpintera (Cartago) y muchos arbustos.

Su esposa, Cristina Pacheco, estaba alistando ropa y comida porque esa tarde partían hacia la playa. Era un jueves.

Pero la vida de Sergio no siempre fue así, tan amena. Tampoco creció en esa casa. Por mucho tiempo, este amante del montañismo cargó con lo que llama "un fantasma en la oscuridad".

Ese espectro llegó a él cuando murió su primera esposa, un día, de la nada, sin ninguna señal de emergencia que lo alertara.

"Estaba en la ducha una mañana y al día siguiente estaba internada en el hospital. Sufrió un aneurisma y no me dio tiempo de tan siquiera despedirme", me cuenta Sergio, de 72 años.

Viudo y con dos hijos a su cargo, todo lo que una vez ideó ya no era; ni siquiera existía.

"La parte más difícil de perder a la pareja después de estar casado con ella por 24 años es que uno construía una vida con esa persona. Hijos, un hogar. Formás una familia. Pero luego todo se derrumba".

De acuerdo con la psicóloga y terapeuta Marisol Montero, "superar la muerte de una pareja también tiene que ver con el proceso que esto significa para la pareja sobreviviente. Implica cambiar el estilo de vida, perder a su compañero de historias, y la compañía que ha escogido".

Torres gemelas

Los primeros días, después de la muerte de su esposa, Sergio entró en un estado de amnesia mental. Me lo ejemplifica así: "A veces las personas no saben que están sufriendo. Es como si el día que entierran a su ser querido no lloran. ¿Me entiende?".

Entiendo; proseguimos.

"La persona que recientemente ha enviudado se mantiene al mínimo. No duerme, no come, no siente. Dormimos con las prendas personales del ser querido debajo de la almohada. En otros momentos recurrimos al clóset para oler algún recuerdo".

Así que después de un largo –pero sobretodo doloroso– proceso, el duelo comienza a pasar.

"El proceso del duelo tiene que darse de la mejor manera posible para desencadenar una buena elaboración del mismo, entendiéndo-lo como la aceptación de la realidad de esa pérdida. Se debe vivir y sufrir el duelo con todo el dolor emocional que eso ocasiona. Todo lo anterior se da para poder construir una vida satisfactoria, y por último manejar las emociones que se sienten por el fallecido", explica Montero.

Sergio, fundador de la Cámara de Exportadores de Costa Rica (Cadexco), encontró en su desgracia una analogía, al menos a un nivel sentimental.

"Justo como las Torres Gemelas, mi matrimonio y mi vida: todo se derrumbó, desapareció. Lo único que me quedaron fueron muchos escombros, y de ahí uno se debe levantar".

Entonces Sergio comenzó a ayudarse: se deshizo de la ropa de su esposa. En las mañanas prendía la radio y cantaba. Miraba por la ventaba y agradecía el verde, el sol. Compró un perro salchicha al que nombró Terapia. También comenzó a tener citas a ciegas.

"No me gustan. Para nada. Pero mis hijos tenían su vida, salían con sus amigos del colegio. Y mis amigos me querían ayudar, entonces yo les aceptaba las citas. Una vez salí con una muchacha que vendía cosméticos y fuimos a almorzar. ¡Que cosa más incómoda! No teníamos nada de qué hablar".

Por otra parte, la vida social de Sergio como viudo tampoco iba bien.

"Las parejas de amigos dejan de invitar a cenas o a salidas. Nuestra presencia (la del viudo) es un recuerdo triste. Otros nos marginan porque de repente nos convertimos en un peligro para la estabilidad de sus matrimonios".

La sociedad como tal tampoco ayuda. "Nos abandona. Dan el pretexto de 'dejémoslo para que solo haga el duelo'. Sin embargo, estamos deseosos de hablar, aunque sea en el turno del pueblo".

Después de un tiempo Sergio encontró un lugar repleto de otros como él, donde encontró a otros que entendieran su frustración y donde pudiera poco a poco recoger las trizas.

"Asistí a una reunión para viudos donde cada quien compartía su historia. Nadie juzgaba. Ahí fue donde conocí a Cristina, quien ahora es mi esposa".

Cristina Pacheco tenía cuatro hijos cuando conoció a Sergio; él dos. Pero esto no importó; todo lo contrario.

"Yo siempre quise tener una familia grande. Ahora somos ocho, más dos nietos. Claro, me tomó tiempo empezar de nuevo, pero también a ella. Eso fue lo que nos unió, la empatía".

Según Sergio la amistad fue la razón para llevar la relación un poco más allá; pero también para no hacerlo.

"Lo que más temía ella era arruinar eso que habíamos construido. Cristina me comprende. Ella pasó por lo mismo y ese tipo de entendimiento no se logra con cualquiera. Nos amábamos muchos como amigos y fuimos cuidadosos de poder mantener eso".

Al parecer se mantuvo. Ese jueves, Cristina muy apurada guardaba comida en bolsos, alistaba maletas, caminaba de un lado a otro insinuando que ya era hora de irse. Sergio continuaba hablándome sobre los últimos viajes que realizó donde visitó la casa que era de Hemingway, y me contó que el día anterior había bajado a San José a tomar algunas fotos porque el cielo estaba gris. Mientras tanto, Cristina continuaba empacando.

Así, en el corre corre de un hogar, en la presencia de una madre, viendo los perros correr cuando escuchan el portón, uno entiende todo lo que Sergio estaba diciendo.

"El comentario que muchos amigos nos hacen (durante la viudez) es 'si necesitás algo, llamame', cuando en realidad lo que soñamos es que nos inviten a tomar café, ver una película o dar una caminata alrededor de la cuadra", dice Sergio.

Lo simple. Lo sobrevalorado. La compañía.

Congregados

Dentro de las reuniones a las que asistía Sergio también se encontraba Arturo Barzuna, especialista en odontología general y viudo.

Esas reuniones comenzaron de forma empírica, repitiendo recetas. "Te levantabas, decías tu nombre y contabas lo que quisieras", recuerda Arturo, sentado dentro de su consultorio.

Cuando Arturo enviudó tenía cuatro hijos y seis años de ver a su esposa luchar contra un cáncer. Así que cuando ella falleció, tuvo que actuar velozmente para que sus hijos no perdieran el norte.

"Ideé junto a ellos un proyecto. Quería que fueran felices, entonces nos pusimos de acuerdo y comenzamos a trabajar y con el tiempo, empezamos a funcionar", dice.

La terapeuta Montero explica que, por más difícil que resulte el inicio, es necesario que los viudos retomen poco a poco su rutina para poder incorporar actividades diversas y en compañía de amigos y familiares. Esto evitará el aislamiento y el sentimiento de inutilidad.

"Conforme se van adaptando a estar solos, y al relacionarse con otros, es probable que empiecen de nuevo a tener ilusión por la vida, que retomen algunas metas y que tracen nuevos proyectos. Es en ese momento donde la persona puede plantearse tener una nueva pareja, tomando en cuenta que no es esencial vivir en pareja para ser feliz", aclara Montero.

A pesar de que las reuniones para viudos no eran parte de su rutina, asistir se convirtió en un salvavidas.

"Yo todavía adolecía, y cuando iba a cumplir el año me llamó un conocido y me dijo que él también era viudo y que se había enterado de mi situación porque sus hijos también iban a la misma escuela que los míos. Me contó que también tenía un amigo viudo y me explicó que hablando se sentían bien, y así comenzaron las reuniones".

Durante esos ratos juntos llegaron a la conclusión de que gran parte de los problemas que tenían, o un enorme porcentaje del por qué seguían doliendo la muerte de sus parejas, era porque no tenían con quien conversar. Esto inició hace unos 25 años. Ahí dentro tenían ciertas reglas: "A nadie se le dice don o doña. No hay edades. Y es importante de vez en cuando reír".

Arturo con el tiempo llegó a la conclusión de que existe el "síndrome del perdón", el cual está compuesto por arrepentimientos. En especial si por alguna razón hubo un pleito o una discusión antes de que muriera su pareja.

"El duelo es un proceso. Se tiene que aceptar la viudez, y cuando eso por fin pasa uno se da cuenta de muchas cosas, como que por primera vez en la vida tenemos independencia. Porque en la adolescencia tenemos un noviazgo. Luego, años después llega el matrimonio. Después los hijos. Y sí, casi siempre son proyectos que nosotros buscamos, pero parte del proceso de la viudez es también darse cuenta de que por primera vez uno puede escribir el libro de la vida como uno quiera".

Para comprender un poco, la terapeuta Montero explica que "amar va más allá de querer. Es una perspectiva en la que se reconoce al otro como un individuo valioso en toda su dimensión. Cuando se ama se aprecian las ideas, las personas tal cual son, sin idealizarlas".

Espacio vital

Uno de los problemas más graves que enfrentó Arturo –y con el que Sergio coincide– fueron las críticas de los demás cuando decidieron retomar una vida en pareja.

"Diay, ni se ha enfriado el muerto y ya está con alguien más. Eso te dicen. Critican la rapidez con la que decidís enamorarte de nuevo", cuenta.

Lo dicen como si tal acto fuese voluntario, pero el filósofo francés Alain Badiou lo explica mejor.

"Podríamos decir que el amor es una aventura tenaz. El lado aventurero es necesario, pero igualmente es la necesidad de tenacidad. Renunciar al primer obstáculo, el primer desacuerdo serio, la primera pelea, solamente distorsiona el amor. El amor verdadero es el que triunfa de manera duradera, a veces dolorosamente sobre los obstáculos erigidos por el tiempo, el espacio y el mundo".

Arturo entendió durante su proceso que era esencial para su recuperación mantener limpio su "espacio vital".

"Ese espacio está hecho por personas de la iglesia, de la comunidad, los amigos y la familia, y es importantísimo que sea un lugar alegre. No hay que dejar que personas negativas o controladoras se metan a tu vida, porque entonces pasa que deciden por vos. Durante el proceso del duelo es importante tener cerca a gente confortante, que te dejen escribir tu libro de la vida a tu placer", explicó Arturo.

Patricia Ramírez, psicóloga, refuerza el argumento en un artículo que escribió para El País de España. Ramírez advierte sobre el origen de las personas víricas. "Puede ser variado: el mal genio, la envidia, la falta de consideración, el egoísmo, la estupidez o la falta de tacto. Lo importante es verse con recursos suficientes para protegerse del contagio. El mundo está lleno de personas víricas de diferentes tipologías, unas menos dañinas y otras malévolas que dejan memoria y cicatriz".

Con los años Arturo aceptó esto y decidió rehacer su vida y llenarla de seres amorosos, y de verdades. "Toda pareja casada debe aceptar que en algún momento todos van a ser viudos. Si no se muere uno, se morirá el otro".

Pájaros

No todos los casos de viudez son iguales; algunos traen consigo destellos de libertad. Desde que le presto completa atención a lo que dice mi madre, la escucho decir que le gustaría –en otra vida– ser una águila. Mi abuela Ligia dice que preferiría ser un pájaro, "para volar muy lejos de aquí".

"De pequeña perdí a mis papás, entonces vivía con mi abuelo y uno tíos. Cuando ellos nos pidieron que nos mudáramos acepté. Encontramos una casa, pero había que dar un mes de tiempo para que la pintaran, y en esos días conocí a su abuelo, y no se quitó de mi camino".

Mi abuela y mi abuelo fueron novios seis meses, y estuvieron casados durante 40 años.

De mi abuelo recuerdo poco. Era alcohólico, necio, criticón, obstinado. Era también servicial. Conmigo fue devoto; tengo imágenes de él llevándonos frutas los domingos. Pero a mi abuela la torturó.

Ligia, un ave de plumas de acero, no pudo escribir el libro de su vida a su antojo porque siempre estuvo dominada por una fuerza mayor, así que cuando mi abuelo se reventó el alma contra una manivela, cuando corría el año 1999, ella sin pena alguna acepta que sintió alivio.

"Mi felicidad es ahora".

Javier, su primer hijo, destinado a ser un gran portero de fútbol, sufrió un accidente cuando tenía 20 años. Desde ese día, mi abuela vela a diario por él.

"Mi felicidad no es andar en la calle ni hacer loco. Una vez hablando con mi hermana le acepté que si yo a los 20 hubiese encontrado con quien pudiese haber sido feliz, diay, ¿por qué no? Tuve de joven un novio. Terminó siendo especialista de microbiología en un hospital importante, pero un día mi abuela se tiró un pedo con él presente y me dio tanta pena que nunca más lo quise ver. Con los años uno se da cuenta de que la felicidad no es la plata; es la tranquilidad, la paz. Vea yo, en mi casa, chiquitita. Yo amo esta casa. Aquí nadie me molesta, nadie me dice nada. Ahora que el clima está caliente puedo abrir las puertas para que corra la brisa".

Después de que mi abuelo murió, mi abuela no se volvió a enamorar, pero encontró otro tipo de amor: el de su soledad, su independencia y su intimidad.

"No lo cambio por nada".