¿Qué mueve a alguien para dejar su patria, su familia y sus pertenencias para buscar refugio en otro país? En el caso de estas dos mujeres, quienes prefieren proteger su identidad, lo que las impulsó fue el miedo y la desesperación.
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), al cierre del 2019, Costa Rica acogió a 6.217 personas como refugiadas, mientras que terminó con 87.190 solicitantes de refugio pendientes de resolución. Estos números colocan al país entre las 10 naciones que más solicitudes recibieron en ese año.
“La mayoría de las personas refugiadas y solicitantes de refugio que llegan al país huyendo de la persecución y la violencia provienen de Nicaragua, Venezuela, Cuba y el Norte de Centroamérica; sin embargo, hay personas reconocidas como refugiadas de 40 nacionalidades distintas”, informó Acnur Costa Rica a través de su representante de comunicación.
***
Hace siete años Nicole vivió el peor año de su vida. Ella residía en Caracas, Venezuela, y las conversaciones de asesinatos se volvieron tan recurrentes, que su niña, en aquel momento de cuatro años, le llegó a preguntar que si “a su papá también lo iban a matar”.
Aquella pregunta infantil pegó contra la pared de la realidad a esta madre, quien ya estaba analizando cómo salirse de un país colapsado por la crisis política, económica y social.
Nicole recuerda cómo en su comunidad algunos vecinos hacían barricadas para presionar al Gobierno. Cerraban la urbanización con todo tipo de objetos y nadie podía salir. Ella estuvo un mes encerrada en su casa con su bebé de meses y su pequeña. Si bien estaba resguardada en su casa, lo que menos sentía era seguridad: “la guardia nacional disparaba para donde fuera. Mataron mucha gente. Tiraban gases lacrimógenos”.
En aquellos días, recuerda, se refugiaba con sus hijos y una botella de vinagre en el baño de su casa. El líquido era para no intoxicarse con los gases emanados. Mientras yacía de cuclillas en ese apartado de su casa, ella deseaba que sus brazos fueran lo suficientemente largos y anchos para abrazar a sus niños y protegerles de la violencia que les rodeaba. En su mente aparecía como luz intermitente el pensamiento de buscar una nueva vida fuera de Venezuela, el país natal de ella, su esposo y sus dos hijos.
"En el país había mucha carencia. Yo no conseguía pañales. Llegué a hacer cola en el súper para comprar comida. Es desesperante tener el dinero pero no encontrar la comida. Se hizo como un mercado negro donde vendían, por ejemplo, la harina que usamos para hacer arepas, 500 veces por encima de su precio.
“Había tanta necesidad que se hicieron muchas bandas. No había alimento. Tenía pánico de una hambruna por los niños. Tuve más miedo por los niños que por nosotros. Mataron a muchos estudiantes. Unos malandros que asaltaban me siguieron hasta mi urbanización, cuando los vi aceleré, yo iba con el bebé atrás; llegué a mi casa con un pánico. Iba manejando. La inseguridad era horrible. Yo vivía muy nerviosa. Llegó el momento en el que casi no dormía”, recuerda esta mujer, hoy de 51 años.
Ella es diseñadora y en Venezuela tenía un taller de confección de prendas como fajas reductoras. Su esposo trabajaba como enfermero y empezó a tener dificultades en el trabajo porque lo pasaron a servir en terapia intensiva y no tenía experiencia.
“Era demasiado para él tener en sus manos una persona en coma sin saber cómo atenderla”, recuerda Nicole.
Las telas, su materia prima empezaron a escasear y ella tuvo que cerrar su taller. Algo que reitera era el hecho de no encontrar pañales para su bebé, cuando lo lograba nunca eran de la talla, sin embargo, en aquel escenario, una mantilla era lo que menos la angustiaba: en su vecindad empezaron a secuestrar niños.
“Nosotros realmente no pasamos hambre, solamente carencias. Lo que más me afectó fue la inseguridad. Estaba nerviosa. No dormía. Los ruidos me exaltaban. Le dije a mi esposo que no podía vivir así”.
Con la voz casi paralizada, ella recuerda lo que la hizo vender lo que podía en tres días, conseguir boletos y viajar a Costa Rica, el país que la esperanzaba porque sabía que aquí no había ejército. Allá le tenía pavor a los militares, que sostiene, los agredían. Tener la garantía de que aquí no había fuerza armada le ofrecía una serenidad adelantada.
"Recuerdo que secuestraron al hijo de una amiga hoy en la noche y la vecina llegó gritando, mi esposo fue a ayudarla. Le dije a él que no podía vivir así.
Llamé a una amiga que estaba aquí y le dije que necesitaba salir de Venezuela y me dijo que ella me recibía. Pasaron tres días para encontrar pasaje. No cobré algunas facturas, vendimos barato lo que pudimos, pues había mucha inflación. Agarramos una maleta para cada uno y fue como salir de viaje", dice Nicole, quien tiene siete años de residir en Costa Rica: actualmente están apelando la solicitud de refugio que les denegaron, pues no son perseguidos políticos. Mientras les dan la resolución ella y su esposo tienen permiso de trabajo.
Mientras tanto, ambos valoran la posibilidad de solicitar residencia como trabajadores independientes. Su esposo trabaja como enfermero, por lo que toda la familia cuenta con seguro social.
Sus hijos hoy tienen 11 y 7 años. Asisten a la escuela, ahora virtualmente. Antes de la pandemia, esta mujer, quien en Venezuela estaba acostumbrada a salir de viaje y a hacer turismo interno, dice que no cambia por nada la paz que inhala y exhala en Costa Rica. Ir a un parque sin tener que estar viendo para todos lados es algo invaluable para ella.
Empezar en Costa Rica no fue tan sencillo. Llegaron con menos dinero del que hubieran querido y de primera entrada “perdieron” $4.000 pagándole a un abogado que, afirma, no les ayudó a resolver su estatus migratorio.
No obstante, su esposo encontró trabajo un mes después de llegar. Ella se quedó en un apartamento que alquilaron con los niños y empezó a deprimirse al ver que los gastos no alcanzaban y que ella, quien siempre había trabajado y contado con sus ingresos propios, “no estaba haciendo nada”.
“Estaba en depresión. Una señora que conocí me dijo que fuera a Fundación Mujer (una ONG que cuenta con programas para apoyar a personas refugiadas o solicitantes de refugio) y luego me llamaron para hacer capacitaciones. Empecé a sentirme bien. Sentí que ese era el lugar para las condiciones en las que estaba. Me llamaron para una capacitación de modelo de negocio. Allí me empoderaron. Y empecé con un emprendimiento. Me apoyaron con la primera máquina, yo compré una pero estaba dañada. Ahí empecé a trabajar”, recuerda. También destaca el apoyo de ACNUR (agencia de la ONU para los refugiados en Costa Rica).
Así fue como nació Eclect, un negocio en el que crea artículos descartables y biodegradables como ropa interior para estéticas. En estos tiempos de pandemia se han enfocado en confeccionar tapabocas y cubrezapatos, lo que la complace, pues siente que aún en un país que no es en el que nació, pero que sí siente como suyo, ella aporta algo.
En su empresa trabaja con una única mujer, una con quien se siente identificada, pues como ella, Carolina, quien realmente no se llama así, también dejó su país “en busca de paz.”
La pesadilla de las pandillas
En el cuarto que Carolina alquila en Heredia no hay ningún objeto ni fotos que le recuerden su país, la celeridad con la que se vino la hizo dejar casi todo, lo importante lo atesora en “el corazón”. Ella es solicitante de refugio en Costa Rica y está aquí desde hace más de un año.
Es una mujer de frases cortas pero de palabras firmes. Tiene 43 años y una memoria robusta de recuerdos familiares, así se sostiene al estar alejada de sus dos hijos y de su familia.
Carolina huyó de El Salvador, su país natal, porque el temor la asfixió. El trabajo que hacía como costurera y que era su ilusión porque le permitía llevar sustento a casa se convirtió en una tortura, pues cada noche al regresar era asediada por miembros de una pandilla que la obligaban, tras amedrentarla, a darles dinero.
En su país vivió en paz 35 años. Recuerda los paseos, las idas a la playa y las salidas a comer en plena tranquilidad. Por allá del 2012, cuando su familia se mudó a San Salvador todo empezó a cambiar en negativo y aunque trató de lidiar con la situación no la pudo soportar más.
"La verdad es que uno viene porque allá es muy peligroso. Uno viene huyendo de pandillas o de personas que andan drogadas y que le quieren quitar todo a uno. Uno es controlado y si no da sus pertenencias pueden hasta matarlo a uno.
"Deje mi país porque como salía a trabajar mi mamá se preocupaba demasiado. Yo llegaba muy noche y por el bienestar de todos decidí venirme. Sentí que era lo único que tenía como mejor opción.
“Las pandillas me tenían controlada y una vez me pusieron arma de fuego en mi estómago. Lo rentean a uno (modalidad en la que cobran un tipo de peaje diario para que las personas transiten). Le piden plata y si uno no lo da a uno lo pueden matar. Me detuvieron dos veces. Tuve que decidir no trabajar más. Me vine para acá porque no podía seguir allá”, cuenta Carolina.
A ella le duele vivir sola y fantasea con poder reunirse con su familia; por ahora, de lo que gana trabajando junto a Nicole envía lo que puede a sus parientes en El Salvador. La tranquiliza que los suyos se pudieron mudar y ahora están en un lugar más seguro.
“Mi intención es poder quedarme aquí. Me gustaría traerlos, más que todo al menor (su hijo) de casi 18 años. Ha sido muy difícil dejar a mi familia, pero sé que Dios me ayuda. Sé que no estoy sola”, agrega.
Esta mujer está agradecida con las oportunidades que ha encontrado en Costa Rica y resalta a Fundación Mujer, pues recientemente les brindan capacitaciones y, sobre todo, encontrarse con Nicole, a quien cataloga como una mujer muy especial. Su inicio fue un poco atropellado, pues al mes de llegada, mientras caminaba la asaltaron y le robaron su celular, lo cuenta resignada y de inmediato, alegre, cuenta que ya logró conseguirse otro aparato y que conserva el mismo número.
"Gracias a Dios, como le digo, siempre me han atendido muy bien porque yo ya había venido en el 2017 como refugiada. Me fui de repente porque mi papi se enfermó grave, estuvo en coma; volví, traje comprobantes y gracias a Dios me han ayudado.
“El peligro de allá no se compara al de aquí. A veces es peligroso, pero no en todo lado”, musita.
El camino se entrelaza
Desde hace algunos meses el camino de estas dos mujeres se cruzó para bien de las dos. Carolina cuenta que a Nicole le dieron su número, empezaron a comunicarse y ahora trabajan juntas en el emprendimiento de la venezolana.
Para Nicole ha sido muy especial esta sinergia porque las une un sentimiento similar; se sienten identificadas por lo que han vivido y juntas luchan para salir adelante con el fin de surgir lejos de la tierra en la que nacieron.
“Nos identificamos. De repente sufrimos las mismas angustias, que tuvimos que buscar refugio, que de repente lo negaron y hay que buscar cómo legalizarse. Nos apoyamos”, dice Nicole, quien agrega que emprender en otro país es retador, pues se debe empezar de cero y mantenerse con paciencia, perseverancia y esfuerzo.
Carolina agrega: “Ella me llamó y me dijo que podíamos hacer mascarillas y artículos desechables para estéticas. Aquí estamos para echar para adelante. Aquí vivo en paz. Me siento bien. Con lo que gano apoyo a mi mami y a mis hijos. Me siento feliz porque con Nicole salimos adelante juntas y aprendemos mucho”.
Las mujeres reciben apoyo principalmente de Fundación Mujer, para Nicole es su segunda casa por las oportunidades que le han brindado.
“Sin ellos se me hubiera hecho imposible. No fue solamente ayuda económica, fue ayuda para capacitarme y ayuda espiritual. Ellos significaron para mí la familia que dejé atrás”, dice.
Carolina se siente agradecida por el apoyo y muy motivada por estar trabajando en la confección de productos que ayudan a las personas a protegerse durante la pandemia.
Hoy ellas trabajan para salir adelante y construir una vida en la que haya tranquilidad. Cuando pueden, Nicole disfruta de salir con sus hijos sin temor a la represión y Carolina se ejercita sin miedo de que nadie la persigue y le cobre solo por salir a correr.
Si le interesan algunos de sus productos descartables puede comunicarse al 8303-6524.
Apoyo para solicitantes de refugio
Laura Castellón, asesora de emprendimiento de Fundación Mujer, cuenta que esta organización no gubernamental existe desde hace 32 años y que se creó como plan piloto para fortalecer la economía de las mujeres en Costa Rica.
Desde hace cuatro años la fundación ganó un concurso en Acnur e impulsa el proyecto Medios de vida e inclusión económica para solicitantes de refugio con el que se busca que personas que huyeron de sus países puedan generar ingresos y aportar a la economía.
“Las personas reciben formación para ejecutar negocios y llegar a operar con formalidad. En este tiempo del proyecto contamos con más de 500 personas graduadas en gestión de negocios (...). Apoyamos el proyecto de Nicole (y Carolina) que hace productos de material biodegradable y con los requerimientos que solicita el ministerio de Salud, ahora el emprendimiento está enfocado en contexto pandemia. El de ella lo elegimos para apoyarlo por la contribución al medio ambiente, expertise y conocimiento en costura y confección textil”, dijo Castellón.