Lo recordaremos primero por ser el niño pobre, de ocho años, que desayunaba, si acaso, dos o tres veces al año. Era el mismo que dormía en un barril y le daba “la garrotera” cada vez que se asustaba.
Lo tendremos en mente como el antihéroe chaparro de uniforme rojo y antenitas de vinil que, sin querer queriendo, terminaba defendiendo a quien clamara por su (casi inútil) ayuda. Lo añoraremos como el señor chiflado que no hacía más que decir disparates en el zaguán de su casa , como el amargado doctor que no sabía nada de medicina, o, más bien, como el ratero honrado, incapaz de robar.
Luego caeremos en cuenta de que en la vida real fue escritor, actor, director, dramaturgo, publicista, compositor, productor y comediante. Sabremos que también estudió ingeniería, que dibujaba, que boxeaba de manera amateur y jugaba fútbol. Lo rememoraremos como quien, desde 1971, estaba presente todos los días metido en el televisor, haciendo juegos de palabras, lanzando pastelazos, pegando trompadas, tropezándose con la realidad y con las alfombras, enredándose en situaciones descabelladas y saliéndose con la suya de una u otra forma.
En resumen, llamémosle Chespirito o, si no, digámosle Roberto Gómez Bolaños. Da igual: es el mismo, es quien nos hizo reír una y otra vez con embrollos satíricos, en enredos irónicos, en aventuras creativas, en capítulos que ya habíamos visto antes. Las retransmisiones de su obra podrán ser infinitas pero lo cierto es que ese humor, el de Chespirito, también lo es.
Han pasado más de cuarenta años desde que la pantalla chica le dio casa por primera vez a este mexicano chico. Parece tanto lo que ha transcurrido pero, con sus historias, no se siente el paso del tiempo. Su obra es pasado y la risa es presente. Su popularidad es latente, su retrato de la sociedad es universal. Sus personajes no se marchitan con el tiempo, sus programas no salen de la televisión, al punto de que hay 16 países de habla hispana que retransmiten a diario sus creaciones en el 2014.
En su mejor momento, 350 millones de personas sintonizaron El Chavo , Cecco (como se llama en italiano) o Chaves (como se le dice en portugués). Veinticuatro primaveras duró el programa que ha sido reiteradamente calificado como la producción televisiva más exitosa que ha engendrado América Latina, valga decir, con un elenco de lujo y un creador “ingeniosisisisisímo”.
Roberto Gómez Bolaños –de 1.60 cm– hizo gracia en más de 50 idiomas y por más de 1.200 capítulos, hilados por personajes cotidianos, torpes, sencillos, humildes e inocentes que terminaban siendo caricaturizados pero que no perdían nunca su bondad, su inocencia, su afán por ser mejores personas.
El artista –o genio– mexicano tomó insumos del humor de Charlie Chaplin, Buster Keaton, Laurel y Hardy y lo puso en nuestro idioma. Musicalizó con Beethoven y Chopin.
A Chespirito la vida le duró 85 años y se le acabó un viernes negro por la tarde, como si lo hubiera planeado de tal forma, como si el mote de ese día de noviembre hubiera cobrado sentido con el anuncio de su fallecimiento.
Seamos justos con la obra de Gómez Bolaños, cuyos guiones terminaban siempre causando una carcajada. No lloremos por su muerte, riámonos por su obra.