Caminar perros: una vida de lujo

En una semana, Sylvia Salazar puede caminar más de 50 kilómetros mientras pasea las queridas mascotas de sus ocupados vecinos.

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Ese lunes fue el día que Sylvia Salazar conoció a Nadia, Akira y Aimara. A pesar de que habían sido cuasi vecinas durante un tiempo, nunca se habían visto las caras.

Sylvia decía sentirse nerviosa y un poco dudosa sobre cómo iba a resultar esa nueva relación, ahora de tres, en su apretada agenda.

Desde hace más de tres años, Salazar se dedica únicamente a caminar perros, “o correr si es necesario”, por los alrededores de Tibás, donde también vive. Se hace llamar en las redes sociales como TIBAS Dog Walker.

La casa de Nadia, Akira y Aimara, todas schnauzers, está cerca de la línea del tren, en un lugar a todas luces espacioso, con una cochera al frente y piso de mosaico.

Pero para Silvia lo que sobresale es la falta de verdor para que las perras puedan dar rienda suelta a su energía.

Apenas eran las 11 a. m. del lunes, y ese era el último paseo que Sylvia iba a realizar y que duró 50 minutos.

Antes de llegar adonde Nadia, Akira y Aimara, Salazar ya había caminado desde las 7 a. m., –con éxito– más de 10 perros.

La “dog walker” tiene 32 años, una hija pequeña, y los fines de semana libres “con excepciones”.

Su aventura como paseadora de perros no empezó en Costa Rica. Todo se remonta a los años en que vivió en Estados Unidos, en Florida, donde se topó con este oficio que le ofreció la posibilidad de ganar bien y ahorrar.

Allá, además, se certificó en la universidad IAP Career College en Princeton.

En el país norteamericano, los paseadores de perros tienen un estatus mucho más importante que aquí.

Allá, los dog walkers serán –en un futuro– más solicitados que los maestros, esto debido a la población en evejecimiento, según un estudio que se publicó en febrero del año pasado en el Denver Post.

Habrá una “reorganización de la mentalidad general del consumidor” en la próxima década, dijo el coautor del informe, Brian Anderson.

La libertad del espacio

El Tibás que Sylvia conoce, no es el Tibás que yo conocía, a pesar de tener casi dos años de caminarlo.

Nos topamos al frente del Centro Diurno de Atención para Ancianos San Vicente de Paul, en una isla de zacate amarillo que atraviesa la calle. Sylvia estaba junto a dos perros grandes.

Lo primero que me dice es que necesita más basureros en las calles porque “a veces camino horas de horas con las bolsas sucias en la mano”. Le toca regresar al cliente con los desechos. “No es muy profesional hacer eso, pero no tengo opción”.

Lo entona como un problema serio.

Continuamos caminando junto a los dos perros, que parecen estar familiarizados con la ruta, y de pronto llegamos a una plaza grande y amplia.

“Cuando hace mucho sol prefiero caminar con ellos por el zacate. Es muy común que se quemen las patitas”, me asegura Sylvia.

A nuestro alrededor los árboles se movían con el viento. Los taxistas parqueados, avanzaban junto a sus carros sin encender el motor. Del portón de una casa se escuchaba el eco del televisor. Olía a cebolla con mantequilla. El ruido era ameno.

Ese es el escenario de trabajo; la oficina, que llaman.

Pero esa no es la única ventaja: desde que Sylvia comenzó a caminar perros en el país, ha perdido más de 6 kilos. “Solo caminando”.

Así también redescubrió el encanto de su barrio. Desde pequeña vive en el mismo lugar, una casa esquinera cubierta por una enredadera al frente de una cancha con árboles al rededor.

Antes del mediodía, Sylvia se topa –durante su horario de trabajo– con amas de casa que pasean poodles, señores que venden escobas y chances; calles despejadas, cielos azules, abiertos, un viento fresco que, si se quiere, es hasta frío.

“Es un estilo de vida más tranquilo. Nunca siento pereza de trabajar, tampoco. Es como una terapia”.

Salazar dice ser poco sociable, tiene amigos como la mayoría, pero evita los tumultos como la minoría.

De alguna forma, caminar de lado a lado mientras ella va viendo sus canes y cuidando sus pasos, la conversación fluye con naturalidad. Es como terapia.

“Tengo dos hermanas muy exitosas. Una de ellas es periodista en España”. Por eso, en un principio su mamá no vio con muy buen ojo el nuevo oficio de Sylvia.

“Cuando me objetan algo, les recuerdo que desde que hago esto no he tenido que pedir ni un cinco para nada. Mi hija está en un buen kínder y, por ahora, lo único que me preocupa es el invierno, pero para eso todavía falta”.

El negocio de Sylvia funciona así: “Los paseos tardan entre 45 minutos, y 1 hora y tienen un costo de ¢3.000”.

“Gano lo mismo cuando trabajaba medio tiempo en un call center”.

El encierro, el motor

En el 2007 Sylvia comenzó a trabajar en un call center en Costa Rica. “En ese entonces era una gran oportunidad. Se ganaba muy bien, y muy rápido escalé a otras posiciones, pero veía poco a la familia”.

Con el tiempo, Salazar se dio cuenta que aquello no era vida. O al menos, no la vida que quería tener.

Es una verdad compartida, aunque poco conversada, el tema de las condiciones que en ocasiones ofrecen estos centros de llamadas. Por ejemplo, los minutos para asistir al baño suelen estar limitados, las altas temperaturas crean un ambiente inhóspito, el sol se siente poco y las largas horas detrás de un computador, en una misma posición, se podría considerar como un método moderno de tortura china.

Pero ahora, y después de mucho tiempo pensándolo, Sylvia comparte su vida junto a “seres muy nobles y cariñosos”.

“Me tuve que lanzar al agua sin temor. Ya había hecho esto en Estados, pero no pensé que fuera a lograrlo. Renuncié al call center, y comencé a promocionarme por Facebook.Ahora hasta tengo que estarle diciendo que no a algunos perros, porque no me alcanza el tiempo. La demanda va creciendo rápido”.

Su amor por estas mascotas comenzó cuando una “pequeña peluda compañía” le ayudó a atravesar tiempos oscuros, como lo fue la enfermedad de su padre.

Cuando Salazar tenía 9 años su familia le regaló un perro. “Canito, se llamaba. Me lo dieron porque en ese momento mi papá sufrió un tumor cerebral”.

Y así, con gestos de empatía, es como Sylvia tiene un negocio próspero. No solo es capaz de entender los síntomas del encierro –emocional y físico–, sino que también comprende la necesidad de tener espacios abiertos para jugar y ser libre.

La profesión, el don

Sylvia no pasea más de cuatro perros por turno. Tampoco pasea a todos los tipos de perros.

“No acepto los pit bulls por ejemplo, porque no sé como han sido criados, y no me puedo arriesgar con eso”.

Tampoco perras en celo o animales agresivos.

Porque caminar un can parece tarea sencilla, pero se corren tantos riegos como los tiene cuidar un bebé recién nacido.

“Para muchas personas, los animales que yo recojo, son como sus hijos. Tengo que tener mucho cuidado de donde estoy, vigilar siempre los carros. Es complicado por la falta de aceras, pero Tibás tiene parques tan enormes, áreas tan verdes que en eso se compensa”.

Y reitera, “eso sí, no hay suficientes basureros”.

Sylvia prefiere las correas de tela y gruesas, no las que tienen elástico, porque en su mano, desde la destreza de un movimiento sutil y tajante, puede controlar el andar de un perro.

En su oficio existe la figura de poder, a pesar de que no tiene un jefe “que uno ni respeta a veces” que califique su desempeño. Es algo así como la vida soñada para muchos.

Eventualmente, ese lunes, la paseadora de perros pudo convencer a Nadia, Akira y Aimara de que caminar era la solución a todos los problemas. Así respondieron los animales, obedientes y agradecidos.

Aimara –en un principio– fue la más complicada de todas: no paraba de brincar hacía atrás como queriendo regresar a casa. Pero con los minutos, terminó llevando la delantera. Sylvia se mantuvo paciente todo el rato. Con cada cuadra que avanzaba, Salazar y las tres perras encontraban la sinergia.

Los 50 minutos del último paseo se pasaron muy rápido. En la intemperie, oxigenando el cerebro, sudando preocupaciones, pensando, observando, meditando, así se pasa la vida ahora Sylvia, la “dog walker de Tibás”.

Todos los días, luego de despedir a su último cliente, Salazar regresa a su casa, almuerza, se toma una ducha, y luego hace una siesta.

Sea lunes o no.