La relación que tengo con los salones de belleza es la misma que tengo con algunas amistades. Las veo poco, pero cuando se gesta algún esporádico encuentro (por una ocasión especial o mera casualidad) ese aprecio que dejé pausado vuelve a vibrar y a hacerse sentir: a recordar todas las razones por las que alguna vez germinó algún vínculo entre esa persona y yo.
Después del encuentro la pausa se vuelve a activar. El cariño no muere, tampoco agoniza. Nada más baja su volumen... hasta la próxima vez. Algún día.
Ese día me llegó hace unas semanas, al visitar Allure Boutique, ubicado en el Hotel Costa Rica Marriott en Belén de Heredia.
Estoy en un cuarto oscuro y Jonathan Rodríguez comienza a lavarme el pelo. Mientras el shampoo empieza a convertirse en espuma, sus manos le hacen un masaje a mi cuero cabelludo. Se siente como un abrazo. Amor puro sobre mi cráneo.
Un lavado bastó para que todo volviera a tener sentido: para entender por qué hay personas que cada semana, cada quince días, invierten poco o mucho dinero en romper la rutina y consentirse en estos lugares.
“Brindar servicios novedosos y exclusivos de belleza mediante el concepto de democratización del lujo. Al cliente y la clienta se le trata como a la realeza, cobrando precios muy accesibles”. Con esa misión nació hace cinco años Allure en Escazú, salón de belleza y spa, creado por los socios Leonora Jiménez, Cristina Ortiz y Miguel García.
En octubre del año pasado, el nuevo “bebé” de la familia abrió sus puertas bajo el nombre de Allure Boutique, manteniendo los mismos objetivos.
“Lo que buscamos es generar en las personas una experiencia Allure, una experiencia diferente que pueda ser glamurosa, con excelentes servicios, excelentes productos y que no sea simplemente llegar y recibir un servicio como un corte de cabello o un manicure ”, dice Cristina Ortiz, quien se encarga del área administrativa de ambos locales. “Queremos que la gente pueda venir a relajarse, desconectarse del mundo y que se sienta en un ambiente diferente”.
Sumergirse
“¿Está preparada para el mejor pedicure de su vida?”, me pregunta Fabiola Cordero, manicurista y pedicurista del salón.
No sé, pero hagámoslo. Cualquier persona con problemas serios de cosquillas en los pies –como yo– entenderá. Cada artefacto creado para pulir, limar o suavizar los pies se siente como una pequeña herramienta de tortura, una prueba mental que hay que superar si se quiere tener los pies presentables para una ocasión que lo amerite.
Fabiola comienza su trabajo y yo preparo mi autocontrol. Parte de la experiencia Allure que mis anfitriones querían que tuviera incluía un “chineo” para mis pies.
El pedicure duró unos 15 minutos. Casi no hubo cosquillas. Casi no hubo herramientas de tortura, al menos como yo las conocía. No se sintió como una penitencia y para mí eso es más que suficiente. Mis pies como nuevos.
“Una vez una cliente de Inglaterra me dijo de entrada: ‘me parece una exageración lo que me están cobrando por el manicure y pedicure , pero vamos a ver qué tal’. Así de entrada”, dice Cordero. “Yo le dije que no se preocupara y seguí trabajando. Me dijo: ‘yo me he hecho pedicure y manicure en Nueva York, París y allá termino pagando la mitad de lo que pago aquí’. Al final me dijo: ‘Fabiola, es el mejor pedicure que he recibido en toda mi vida. En ninguno de los lugares en que he ido queda parecido’”.
Sobre lo último, la señora tenía razón, aunque lo del precio es relativo. Para quienes están dispuestos a invertir en un servicio de calidad en un lugar que se preocupan por complacer al cliente, los número podrían no sonar tan descabellados.
El pedicure con esmaltado en gel tiene un precio de ¢18 mil. El pedicure regular con esmaltado sencillo cuesta ¢14 mil y el esmaltado con gel ¢10 mil.
Si algo quieren dejar claro los empleados del lugar es que no se paga por un servicio, sino por una experiencia.
“Lo que nos hace diferentes y que somos asesores de imagen. Hay muy buenos profesionales en la rama de la belleza, pero normalmente uno llega a un salón y le preguntan: ‘¿cómo quiere el cabello? ¿Largo, igual?’”, dice Ortiz. “Honestamente uno no es un asesor con uno mismo. Uno dice: ‘sí, igual que siempre’, y luego uno se queja de que uno siempre anda igual”.
“Uno de los valores agregados que los muchachos y muchachas pueden dar es asesorarlos en imagen”, agrega. “Cuál es el corte que nos queda mejor, el color de cabello que queda mejor con la piel, cómo podemos cuidar las manos, cómo podemos cuidarnos los pies. Cuando nosotros contratamos buscamos personas con un currículum que los respaldara, entonces tenemos la tranquilidad de que los servicios que van a recibir son muy buenos”.
En mi caso, me recomiendan una mascarilla nutricional para el cabello. Después del lavado, Johnatan aplica un tratamiento que nunca me había realizado y que tampoco sabía que existía. Un producto de la marca Kerastase se hunde entre mi cabello, un paño caliente se posa sobre mi cabeza y yo me dejo ir sin titubear.
Después de la relajación absoluta, viene el secado y luego el blower . El toque final que recibiré ese día.
Los días siguientes, mi pelo está tan suave que siento la necesidad de pedirle perdón por tanto descuido: por cortarlo solo cuando ya no lo aguanto y por peinarlo con detenimiento solo para las bodas.
No me disculpo, pero me convenzo a mí misma de que días como ese deberían ser una obligación... deberían darse más frecuentemente.