Adultas mayores y mujeres enfermas... una luz en lo que parecía el ocaso

Las Margaritas, uno de los programas sociales de la Casa María Auxiliadora además de brindar alimento y abrigo a señoras que viven en condición de vulnerabilidad, las empodera y les recuerda su importancia a través del autocuidado. Así floreció la vida de Karla, Janeth, Sandra y Rosa.

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Hace un par de años, Karla Anderson fue internada en el hospital por dos meses. Dice que tenía una “terrible depresión”. Llegó al lugar sin fuerza ni ganas de nada. Cuando cuenta lo que vivió se logra entender la desesperanza de aquel episodio en el que no contaba con alimentos para darles a sus cinco hijos, ni tampoco con medios para suplirles ropa. No tenía apoyo de nadie.

Antes de acudir al centro médico, Karla intentó trabajar, pero no tuvo éxito. Además, su condición de salud no se lo permitía. Ella padece una enfermedad crónica de la que prefiere no hablar. Hace 11 años el papá de sus hijos falleció. Desde entonces, la vida de esta mujer y sus hijos ha sido incierta, empezando porque no cuentan con un lugar fijo para vivir. Ahora mismo ella y su familia residen en un espacio que les brinda una iglesia evangélica en Rincón Grande de Pavas.

La sonrisa en el rostro de Karla ha empezado a asomarse, las preocupaciones se mantienen, pero el peso es menor gracias al apoyo material y emocional que encontró en Las Margaritas, programa social de la casa María Auxiliadora que da acompañamiento a 130 mujeres, en su mayoría adultas mayores en condición vulnerable, o a jóvenes que cuentan con alguna situación especial, ese es el caso de Karla, quien tiene 38 años.

“Tras mi depresión estuve como dos meses en el hospital, la trabajadora social del centro médico se contactó con la trabajadora social de este lugar y me mandaron. Aquí vine destrozada. Ese día mis hijos tenían todo el día sin comer. Llegué a un punto en el que no quería vivir más. Mis hijos me inspiraron a salir adelante. Ahora estoy bien gracias a Dios. Llegué hace dos años a este proyecto. Yo estaba fatal. Las monjitas de aquí me ayudaron con comida. Me fui contentísima. Me pidieron papeles y me ayudaron”, recuerda Karla.

Sor Susana Li, encargada del proyecto Las Margaritas, comentó que cuando hay casos como el de Karla, se hace un análisis para ver si la ayuda es esporádica o sistemática, en el caso de ella, el apoyo es permanente. A las aspirantes a la ayuda les piden diferentes documentos para valorar su inclusión en el programa. Las Margaritas no brindan dinero, solamente alimentos, atención médica a las mujeres que no cuentan con seguro social, en algunas ocasiones les dan ropa para que la revendan, las ayudan a empezar o retomar estudios e incluso brindan ayuda psicológica y legal.

Este proyecto nació hace varias décadas y hace unos ocho años fue bautizado como Las Margaritas en honor a Margarita Quesada, una de las primeras mujeres a quien Sor María Romero, propulsora de las ayudas, apoyó con alimentos. En aquel tiempo, ella pidió autorización a su superiora para poder bendecir a quien lo necesitara con todo lo que llegara de la providencia. Hasta ahora la filosofía es la misma y Las Margaritas son beneficiadas gracias a las ayudas que llegan por parte de todo tipo de empresas.

“En el proyecto me ha ido muy bien. Ha sido una salvada grandísima. Me siento perfecta aquí. Las monjitas son muy buenas. La muchacha Sagrario Ramírez (mujer asignada para atender las necesidades de las miembros del proyecto) es muy buena, me da consejos, cuando me siento sola vengo para conversar. Al inicio aquí me daban ropa para que vendiera en ¢100 o ¢200 y así podía ajustar para comprar zapatos para mis hijos. Aunque la verdad es que aquí a veces me dan zapatos si mis hijos no tienen”, contó Karla, quien hace pan para redondearse el pago de agua y luz del lugar en el que vive.

Karla aspira a encontrar un trabajo para mejorar su vida y la de sus hijos. Su prioridad es tener un techo propio para estar con su familia. Su hija mayor tiene 17 años y este año se gradúa de quinto año, la mamá desea poder laborar y así obtener ingresos para pagar el paquete de graduación de su hija y comprarle un vestido.

“Mi hija va a cumplir 18 años. Ella dice que va a salir adelante y que no me quiere ver sufrir más, que cuando ella trabaje vamos a tener una casa. Hace unos meses a mí me dieron un trabajo pero me despidieron porque me caí de una escalera. Tenía diabetes tipo 2 y no sabía, ya estoy controlada. Encontrar un trabajo sería lo máximo”, expresó con una ilusión grabada en la mirada.

Madre por amor

Janeth López tiene 60 años y adoptó a tres niños: dos de ellos están dentro del espectro autista. Asumir a los pequeños y pagar el alquiler y productos del salón de belleza que tenía, desbalanceó por completo sus finanzas y tuvo que cerrar el local que le generaba su sustento.

Su vínculo con los niños era estrecho, sobre todo con la niña mayor, a quien tuvo en sus brazos desde que nació y por quien veló aun cuando estaba en el vientre de su mamá biológica.

Doña Janeth dice que al asumir a los tres pequeños, de 11, 7 y 6 años, y cerrar su negocio no tuvo a quien acudir. Hay quienes le dicen que sin sus pequeños “estaría mejor”, pero para ella cuidarlos es cumplir una misión que la llena todos los días.

En el proyecto Las Margaritas encuentra apoyo alimenticio y de abrigo para ella y sus niños.

“Estoy agradecida, sin esta ayuda no sé qué hubiera hecho. Cuando uno viene aquí está pidiendo auxilio. Es cuando ya no se sabe a dónde acudir. Aquí me dan un diario quincenal. Es una bendición. Aquí me siento en mi casa. Protegida”, cuenta doña Janeth, quien resalta su hermosura tinieñdose el cabello de rubio y maquillándose con los implementos que la marca Revlon les regaló a ella y a sus compañeras Margaritas en la fiesta del día de la Madre.

Cada 15 días, cuando doña Janeth y sus compañeras van a retirar el comestible que les proporcionan, llegan horas antes, pues asisten a talleres en los que se les recalcan el amor que deben tenerse ellas y el respeto hacia las compañeras. Según Sor Susana Li, antes la dirección de estas charlas iba más enfocada en la religión, ahora es más socioeducativa. Muchas señoras son más elocuentes y se preocupan más por su apariencia.

“Yo ando ropa, perfume y maquillaje que me han dado aquí. Estoy como una reina. Se me ha levantado mucho la autoestima. Estaba muy mal. El Señor y al Virgen Santísima me abrieron las puertas de este lugar. Esa comida es una bendición. Ahora me siento mejor y me he animado a hacer otras cosas que no hacía. Me siento feliz de estar aquí. Cuando yo tenía 12 años conocí a Sor María Romero”, cuenta.

Con el ideal de continuar empoderando a estas mujeres, Revlon beneficiará a Las Margaritas, en octubre, con un taller de maquillaje. Para Sor Susana Li, este tipo de apoyo, más un porcentaje económico que la marca destinará tras todas las ventas de maquilllaje de agosto, “ayuda a combatir la invisibilidad que lamentablemente, con mayor frecuencia, afecta a la población adulta mayor. Todas las personas, en cualquier etapa de sus vidas, merecen ser escuchadas y tratadas con dignidad y cariño”, dice.

Doña Janeth dice que en el lugar siente “mucho cariño” y recalca el apoyo que también reciben sus hijos, principalmente la niña mayor, quien está cerca de convertirse en adolescente y por ello requiere renovar su clóset con rapidez, y que a ella como mamá ello le genera tranquilidad.

“Doña Sagrario Ramírez (mujer asignada para atender las necesidades de las miembros del proyecto) se preocupa por cada una de nosotras. Ella es la asistente, una trabajadora de la comunidad. Como mi chiquita me está creciendo mucho, doña Sagrario me le consiguió unas botas, vestidos, eso me ayuda mucho a mí”, comentó doña Janeth, quien está orgullosa de ser mamá de tres y de que la niña se desempeñe como monaguilla en la iglesia.

“Por su condición me le han hecho bullying, pero le digo que le sirva al Señor, que eso es lo importante. Ella es una niña destacada, le va bien en el fútbol, en inglés y en matemáticas. Estoy muy orgullosa de tener a mis tres hijos y agradecida de poder cuidarlos gracias al apoyo que me dan en este lugar”, agregó emocionada.

Apoyo que reconforta

Doña Sandra García tiene 58 años y no puede trabajar porque tiene cataratas en los ojos. Aunque no es adulta mayor (en Costa Rica la edad de oro es a los 65), su condición de salud le permite ser parte de Las Margaritas. Ella está dentro del 80% de mujeres mayores que no pueden trabajar y a quienes beneficia este programa.

Ella nació en Nicaragua, mas vive en Costa Rica desde hace 39 años. En su país natal perdió a tres de sus cuatro hijos. Aquí vive con su hija, quien es mamá de cinco niños.

Doña Sandra es muy dulce y cada palabra que emite está llena de agradecimiento con la vida, a pesar de que a lo largo de su historia ha tenido tremendas dificultades. Hoy su visión es mínima pero se mantiene optimista porque algunas mujeres del proyecto Las Margaritas podrían ser operadas de sus ojos, lo que le mejoraría su calidad de vida.

Doña Sandra es parte del programa desde hace cuatro años, pues no puede trabajar por la edad y las enfermedades que padece, entre ellas gonalgia (un problema en las rodillas) y diabetes, entre otras, de las cuales no se queja, pues dice con serenidad que al menos puede tratar sus males y no tiene enfermedades “más tristes”.

“Uno tiene que ser fuerte y estar agarrado de Dios. Vivo agradecida con este centro, con Sor María Romero, con todo el elenco de monjas. Me siento en mi casa aquí. Me siento llena, feliz. Aquí tengo el pan de cada día, ropa, zapatos. Atención médica, puedo apoyar a mi hija”, cuenta.

Ser parte de Las Margaritas hace sentir bien a doña Sandra, quien recuperó la seguridad en sí misma. “Me siento mejor mujer, madre y abuela. Amo a mis compañeras, a mí misma. Doy lo mejor de mí. Mientras Dios me dé salud voy a ayudar. No veo, pero sé hacer las cosas”, dice.

Esta señora destaca por su buena actitud y compromiso, cualidades que aunque son propias de su personalidad, le otorgan reconocimientos que para ella son especiales. Cada vez que a Las Margaritas les brindan el comestible, se les pide ir horas antes para que participen en charlas o talleres socioeducativos. Quienes son más comprometidas y se llevan bien con sus compañeras reciben sellos que se van acumulando y que a final de año se convierten en puntos que pueden redimir por artículos que necesiten en ese momento. La actividad se llama Mercadito de Dios y es un evento que hace muy feliz a doña Sandra.

En la actividad cada margarita es acompañada por una miembro de AMAR (Amigas de las Margaritas), ellas son mujeres que donan su tiempo para acompañar a las beneficiadas. Las AMAR preguntan cuál es la necesidad de las señoras en ese momento y las dirigen hasta el espacio en el que se encuentra lo que necesitan, las ayudas van desde ropa hasta menaje.

El año anterior la vecina de Barrio Cuba eligió un edredón y una pijama. Ella no buscó más porque en ese par de artículos encontró lo que necesitaba. Hoy vive llena de paz al saber que cada quince días recibe lo necesario para sus necesidades vitales, en su tranquilidad encuentra todo lo demás para ser una mujer plena.