Como si fuese un superhéroe, Miguel el Piojo Herrera entró al rescate de un Tri que hacía a sus seguidores comerse las uñas.
Herrera “la paró de pecho”: el fútbol le daba la oportunidad de conseguir como técnico lo que le negó como jugador: ir a un Mundial. No todos tienen la suerte de esa compensación de la vida.
Clavados en el repechaje –un golpe bajo a la soberbia–, los federativos mexicanos volvieron los ojos hacia el Piojo, el hombre que fue capaz devolver al América a la cima del fútbol azteca, tras ocho años de sequía.
Un apunte: los cremas son el equipo de la poderosa Televisa, cuyas pérdidas económicas habrían sido cuantiosas en caso de una descalificación.
Como préstamo de las Águilas, Herrera sacó la tarea y lo hizo con la base de su equipo, sin depender de los legionarios, duramente cuestionados a lo largo de la sufrida eliminatoria mundialista de la Concacaf.
Independientemente de la buena mano del estratega, de 45 años, la verdad es que tuvo la fortuna de toparse a Nueva Zelanda, un adversario que nunca fue serio ni de cuidado.
Un marcador global de 9-3 en el repechaje fue el remedio a los males padecidos por el Tri.
Atrás quedaron la cerrazón de sienes de José Manuel Chepo de la Torre y no importó la poca elegante forma del despido de Vucetich, a quien trajeron para sacar el boleto de un barco hundido con su toque de rey Midas.
Es de temperamento fuerte y ese fue el motivo que le dio Miguel Mejía Barón para apartarlo del Mundial de 1994.
Continúa con el mismo carácter y fe de ello son sus bravas conferencias de prensa; sin embargo, esta vez pesó su competencia profesional más que su humor. Compensación del fútbol, le llaman.