Ante la oportunidad de jugar su último mundial, el volante Christian Bolaños llega a Brasil con la premisa de consagrarse como figura de una selección que siempre le ha tenido como “aspirante”.
A los 30 años, y después de siete temporadas en el fútbol europeo, no se le puede pedir menos a un futbolista cuya carrera incluye torneos como la Liga de Campeones.
También el Mundial de Clubes del 2005, en el cual Saprissa fue tercero y en el que Bola, como le llaman, fue declarado como tercer mejor jugador de la competencia.
Aunque la presencia en este Mundial no estuvo del todo asegurada, sobre todo por líos con convocatorias anteriores, era poco probable que quedara fuera de Brasil, por su bagaje que es amplio y fuerte.
Pese a que no es el capitán ni la figura del equipo, su presencia le da fortaleza al grupo en el ataque, donde su dribling y velocidad son armas de la Sele cuando los partidos y zagas se cierran.
El único lunar, como se notó el viernes ante Irlanda, es que en ocasiones peca de individualista y eso en un fútbol mundial que aprecia la primera intención, está mal.
Desde que debutó con Saprissa, en el 2001, su picardía llamó la atención y gracias a ella ha tenido cabido en equipos como el Odense de Dinamarca (temporada 2007 al 2008), el IK Start de Noruega (del 2008 al 2010) y el Copenhague, también de Dinamarca (del 2010 al 2014).
Nacido en Hatillo, Bolaños no será primerizo en un Mundial mayor, ya que estuvo en el 2006, cuando Guimaraes era el técnico.
No es un gran goleador, suma 10 tantos con la camiseta criolla, pero su presencia se asegura con el talante que tiene a la hora de querer echarse el equipo al hombro, aunque, a veces, en exceso.
“La exigencia será mucho mayor que en la eliminatoria, nos exigirán más, en estos partidos de alto nivel cualquier error o espacio que se deje, ellos (rivales) sacarán provecho, por lo que para eso es el campamento”, dijo Bolaños antes de llegar al país previo a la convocatoria; así quiere ser protagonista.