¡Por las heridas de Cristo, dejen en paz a Óscar Ramírez! Tiene por delante a Escocia, Túnez, Brasil, Suiza y Serbia. Cada rival debe ser estudiado, analizado, decriptado… un colosal trabajo de exégesis futbolística. Y aun así, hay gente que le reprocha su ausencia de los partidos ligueros nacionales… ¡Ramírez no tiene ya nada que derivar de estos encuentros: la estructura de su equipo está consolidada, y aun cuando no lo exprese en esos términos, sus hombres están escogidos, elegidos de manera inexorable! No se va a colar algún polizón a última hora: eso no va a pasar.
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Tampoco conviene seguirlo hostigando con McDonald. Por razones íntimas, esas que fermentan en el laboratorio que es el cerebro de un director técnico, Ramírez ha decidido no convocarlo. Le debemos respeto. Respeto a sus decisiones, por más que a algunos irriten o sorprendan. Un país elige a un técnico, y después debe hacer un acto de fe y creer en él. Los costarricenses somos los boicoteadores número uno de nuestro técnico. Debemos entender que el concepto mismo de lista supone que va a haber excluidos, hombres de los que se va a prescindir. Una lista no es una noción inclusiva, sino más bien exclusiva. Hoy en día no hay un solo jugador en nuestro fútbol que no quisiera estar en esa lista. Pero resulta que hay jerarquías -que no son lo mismo que argollas-, niveles de excelencia, rangos y categorías que deben ser observados. No se pueden brincar con garrocha, para colarse en la carroza de la victoria.
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Por lo pronto, Ramírez está deconstruyendo a sus rivales: un trabajo eminentemente intelectual. Desarmando sus engranajes para ver cómo es que funcionan, trabajando como un buen relojero suizo. Esa es su prioridad. Mala cosa sería que estuviese perdiendo su tiempo yendo a las mejenguillas locales o elaborando por enésima vez una explicación para justificar por qué no quiere a McDonald en su equipo. El estudio profundo del rival es, en nuestros días, más de la mitad del trabajo total de un técnico. Ganará el que más vea y menos se deje ver. Tomar la maquinaria del equipo rival y desmantelarla, comprender la función exacta de cada una de sus piezas, reducir el elemento sorpresa al mínimo. Un técnico es, en nuestros días, más un científico que un deportista.