Opinión: La desnudez de Gustavo I

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Ahora los ticos tenemos nuestra versión criolla de El traje nuevo del Emperador, cuento del danés Hans Christian Andersen.

¿Recuerdan? Un emperador superpreocupado por su vestimenta, lo que aprovecharon unos pícaros para ofrecerle un traje de singular belleza, con la particularidad de que no podría ser visto por el ojo de los tontos.

Mientras los bribones se aburrían haciendo nada, el emperador –vago también- envió a dos emisarios a espiar a los sastres. Para no pasar por estúpidos, porque no lograron verlo, le contaron bellezas del traje.

Así llegó el día del estreno. Desfiló en una carroza, desnudó, mientras unos y otros proclamaban la belleza del atuendo. Un niño, inocente, fue el encargado de hacer entrar en razón a todos: “El Emperador va desnudo”, gritó, y todos entendieron la magnitud de su verdadera estupidez, mientras los sastres estafadores huían con el botín cobrado.

A nuestro emperador, quien ya abdicó, hay que ponerle nombre: Gustavo I. Aficionado al buen vestir, gafas coloridas, canchas de golf y tenis, y mujeres del jet set. El día que lo presentaron, lo invistieron –en apariencia- con un overol de obrero insigne, para sacar de entre las piedras, el material exquisito que revolucionaria el fútbol tico.

“Habrá tormentas y días de sol, pero el cambio ya empezó”, dijo después de un ridículo 0-2 en Estados Unidos, y casi todos asintieron, para no ser considerados ignorantes.

“Es cuestión de economía simple. Los segundos balones les cayeron a ellos por la cantidad de hombres que tenían en el área”-explicó Gustavo I- ante quienes seguían moviendo la cabeza afirmativamente. Después ofreció una investigación para descubrir qué había pasado en el juego contra Haití y calificó de ignorantes a quienes no daban valor a los jugadores de Bermudas.

Hasta que el mismo Gustavo I decidió desnudarse frente a cámaras y confesar que nunca llevó puesto el overol y que se aburría de no hacer nada. De paso desnudó a todos sus aduladores, quienes lo subieron a la carroza para que promocionara artículos, invitara sonriente a los aficionados a ir al estadio, o para llevarlo hasta el campo de golf, a descansar un rato de las rudas faenas futboleras.

Algunos pocos, a quienes no nos importa si nos llaman idiotas o no, denunciamos que el Emperador iba desnudo. A cambio, nos llovieron críticas por “no dejar trabajar” al Elegido. ¡Vaya paradoja! ¿Trabajar?