Opinión. El único que no pierde: El dirigente

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Ante el éxito de Brasil 2014, ningún dirigente dijo algo así como: “El logro es del cuerpo técnico y de los muchachos, porque nosotros no jugamos”. Subieron al bus de la victoria, bajo el lema de que “esto es producto del trabajo de todos”.

Luego vino el escándalo de Eduardo Li y todos dieron un paso al costado. “El chino” —así despectivamente— no tenía amigos, era un tirano que decidía sin consultar, que actuaba en las sombras, se burló de todos y evadió los controles de sus compañeros y la institución Fedefútbol.

Por consiguiente, el mal uso de dineros del Mundial Sub-17 Femenino, tampoco era responsabilidad de nadie. Solo del “Chino”. El comité organizador local y, nuevamente, los miembros del Ejecutivo, argumentaron una y mil excusas para justificar cómo un hombre solo fue capaz de hacer negocios y dejarse dineros del evento.

Mas adelante aparecieron pagos por casi $200.000 a una empresa panameña ligada a sobornos, por unos balones y uniformes que nadie sabe quién compró y que nunca ingresaron al país.

El informe del Mundial de Rusia se convirtió en un nuevo lavadero de manos y responsabilidades. El cuerpo técnico y los jugadores fueron los acribillados, como si el primero se hubiese autonombrado y su labor no tuviese a una comisión y un staff responsables de alumbrarle el camino y señalarle errores. Ahora que la Sele Femenina se quedó en el camino al Mundial, aparece un nuevo justiciero del pecado ajeno, pidiendo la cabeza de Amelia Valverde, apenas terminado el juego contra Canadá.

Puede haber sido la lesión de la portera estelar, la mala puntería de sus jugadoras, o hasta la pésima suerte por un gol claro que nos quitaron. O a lo mejor fue el mal manejo que hizo Valverde de la Selección, que estaba para más.

Pero sin un informe ni una valoración de los por qué, Víctor Hugo Alfaro, el sempiterno presidente de la liga femenina, solicita en bandeja el puesto de la entrenadora. Señalando con el dedo acusador a una cabeza específica, es más fácil evadir las críticas hacia el dirigente, que se cree siempre partícipe de las victorias pero ajeno a las derrotas.

Así son nuestros directivos del fútbol. No se bajan del avión, están pegados con goma loca a sus sillas, proclaman los éxitos como si de verdad ellos estuvieran en la cancha, pero se tiran del barco de primeros, con chaleco salvavidas y una gran coraza a prueba de reproches, cuando llegan las huérfanas derrotas.