Ante la falta de argumentos para explicar el batacazo frente a España, lo de “un accidente” parece una salida oportuna. Pero con un gran peligro implícito para quienes la han usado en Qatar: La tesis es de fácil comprobación.
El domingo, cuando cante el gallo en Tiquicia, empezaremos a saber si el 7-0 fue producto de la eventualidad, del miedo escénico, de una mala noche qatarí, o si el drama tiene su segunda parte y deja abierta la herida para una muerte sin honra, en el tercer y último acto.
Si ocurre lo previsible y los samuráis nos dan otra tunda, no solo prolongaremos la vergüenza del primer episodio, sino que el impacto de las lesiones será de larga data. Con ellas al rojo vivo, se abrirá el debate inevitable del gran juicio mundialista.
Ya no solo buscaremos culpables, sino también cómo remediar que en el 2026 repitamos el papel de cenicienta indecorosa. Los dedos acusadores apuntarán a la cabeza dirigencial, desde siempre cuestionada, pero también a la del técnico Suárez, renovado hasta el siguiente Mundial.
De hombre del milagro clasificatorio, el gran juicio lo pondrá en el paredón como responsable de todas las vergüenzas vividas en las canchas del emirato. Una travesía de 4 años rumbo a la próxima estación mundialista será demasiado larga, acosado por los fantasmas de cada gol recibido, sin respuesta táctica, desde el banquillo.
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Si ocurre lo previsible y los samuráis nos dan otra tunda, los dedos acusadores apuntarán a la cabeza dirigencial, desde siempre cuestionada, pero también a la del técnico Suárez. (Jorge Castillo)
Lo perseguirán también el recuerdo de Bora, de Pinto, y hasta el de Óscar Ramírez evocará episodios más que dignos en el pasado de la Selección. Aunque un contrato sea su salvoconducto, no creo que le alcance para librar las tormentas por venir.
Sobre todo, porque en ese ajuste de cuentas pesarán cada una de las interrogantes que hasta el día de la paliza española parecían de poca relevancia. Sus caprichos con algunos hombres de la lista, la relación de su representante con otros negocios alrededor de la Sele, esa casi sumisa reverencia hacia los pesos completos del camerino y su favoritismo por los jugadores de un mismo equipo.
Volverá a la palestra la discusión de sus primeros meses al frente de la Sele, cuando parecía no tener respuestas para sacarla del abismo. En pocas palabras, el gran debate será su capacidad como entrenador.
Los dos juegos restantes en Qatar son su tabla de salvación. Porque después de ellos podremos saber, con certeza, si el 7-0 fue un accidente del fútbol, o si, por el contrario, el accidente fue esa clasificación surrealista al Mundial, cuando todo parecía perdido.
Por el bien de la Selección quiero que la jornada ante los nipones no sea la escena dos de una farsa dramática, en la que todos hayamos sido víctimas y a la vez culpables.