Amado Hidalgo: La voz del pueblo pide un milagro

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La voz del pueblo, escuchada por Dios, nos ha traído a Gustavo Matosas. Para que camine sobre las aguas de nuestro fútbol y, cual Moisés moderno, parta en dos, no el mar, sino su historia balompédica.

El uruguayo tendrá la titánica tarea de generar una corriente de fútbol ofensivo, dejando atrás los tiempos del catenaccio tico, en el que defensas y porteros han tenido papeles protagónicos en las grandes citas del mundo.

¿Cómo lo va a hacer? No sé. Imagino que implorará un milagro celestial, como el de Moisés cruzando el Mar Rojo. Porque si fuera tan fácil como buscar y alinear delanteros que metan goles, hasta yo me apunto a ponerme la camisa de Matosas.

No solo se requiere de futbolistas ofensivos dinámicos, potentes, fuertes –que no sobran- sino que estén respaldados por volantes proveedores, que igual sumen en el ataque o se vistan de obreros en la recuperación de la pelota. Todo con el vértigo de un fútbol que cada vez se juega a más revoluciones.

Necesitará Matosas de carrileros con fuelle para llevar peligro por los costados del enemigo, pero con los pulmones necesarios para volver, sin que un pelotazo los desnude en el camino del regreso. Que, además, sepan culminar la jugada con un centro adecuado o una diagonal que termine en remate.

Tendrá que encontrar al nuevo Bryan Ruiz, ojalá más brioso, con una técnica depurada para cruzar la segunda línea alambrada del rival, para buscar daño en el marco contrario, o filtrar una pelota que deje al compañero de ataque con posición de gol.

Buscará volantes centrales con despliegue físico, buenos recorridos y manejo adecuado de la pelota, para que sean gendarmes del medio campo, pero al mismo tiempo actores de frac cuando se trate de proponer con la bola en el pie.

Intentará que sus defensas centrales puedan dar salida fluida, sin reventar la pelota ni romper el orden cuando hay que salir de cacería. Gendarmes que puedan achicar o agrandar la zona de juego sin descobijarse los pies ni la cabeza.

Con los legionarios en crisis, salvo un par de excepciones, y un campeonato local sin vértigo, producto de la pobre competencia y un cúmulo de deficiencias en el trabajo de liga menor, todo lo anterior es un rosario al niño de lo imposible.

Porque no basta con la intención o la pizarra, con el verbo encendido o con la voz del pueblo pidiendo goles. Con un fútbol que no es potencia en el mundo, cuando haya que enfrentar a los gigantes, bien nos vendría -como en Italia 90 o Brasil 2014- vestirnos de enanos guerreros y jugar con la inteligencia táctica de quien, conociendo sus limitaciones, le apuesta al orden defensivo para no morir por un ataque de imprudencia.