París. La victoria del australiano Cadel Evans en el Tour de Francia 2011 marca la consagración a los 34 años de edad de un campeón “atípico”, discreto y paciente, quien construyó este logro con perseverancia y trabajo, muy alejado del perfil de las grandes estrellas del pedal.
Evans no renuncia jamás y su motor es lo afectivo.
El sábado, con sus ojos azules cubiertos por lágrimas, dedicó su victoria a su extécnico, Aldo Sassi, fallecido en diciembre pasado a causa de un tumor cerebral.
“Él siempre creyó en mí, inclusive más de lo que yo creía en mí mismo”, dijo antes de estallar en llanto. “Estoy triste porque él no está aquí. El año pasado me dijo: ‘espero que vas a ganar el Tour, eres capaz de hacerlo. Es la carrera más prestigiosa. Si tu la ganás, serás el corredor más completo de tu generación’”, añadió.
Descubrió la bicicleta en sus primeros años, cuando vivía en una comunidad de aborígenes al norte de su país, y continuó luego en Nueva Gales del Sur.
Pero su pasión quedó trunca a los ocho años de edad a causa de la coz de un caballo en la cabeza, que lo mantuvo una semana en estado de coma. Una delicada operación cerebral le dejó una clara cicatriz en el cráneo.
Para poder triunfar en el ciclismo, a partir de 1998 se refugió en Suiza, primero en Romandía y luego en el Ticino, lugares donde encontró la salud en el trabajo.
Evans no es el típico campeón seguro de sí mismo. De hecho, se interesa mucho en lo que ocurre en su entorno, como la causa de la defensa del Tíbet, para que “no vuelva a ocurrir lo que pasó con la cultura aborigen” en Australia.
El australiano preparó a conciencia esta edición del Tour, prefiriendo carreras por etapas a las clásicas. En la contrarreloj del sábado alcanzó su objetivo, en detrimento de Andy Schleck, quien lo “reemplazó” como segundo de la ronda gala en 2009, y quien volverá a ocupar una tercera vez el segundo escalón del podio de la ronda gala.