Andrea Vargas, el ángel de las vallas

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Un mediodía de esta semana en Guanacaste, mientras releía a la sombra de un almendro Cien Años de Soledad, pasó un animal prehistórico que no supe distinguir entre garrobo o iguana. Yo sentí que el reptil me había saludado a dos metros de donde me hallaba. Entonces, imbuido en el relato de los fierros imantados del gitano Melquiades, con los que José Arcadio Buendía ambicionaba extraer todo el oro de la tierra, me dio por relacionar una cosa con la otra, como si la gigantesca lagartija se hubiera escapado de las páginas de la novela.

Así, el realismo mágico del que estoy prendido desde que descubrí a sus orfebres, me hizo pensar si no sería por causa de ese universo literario que, por pura fantasía, de la entraña de la tierra puriscaleña haya emergido la estilizada figura de una mujer que es madre, esposa, hermana, hija y atleta a la vez, que devora metros con sus pies alados y salta las vallas con precisión milimétrica y la gracia de un ángel venido de quién sabe dónde.

En cuestión de dos meses, Andrea Carolina Vargas Mena consiguió romper sus propias marcas, de 12 segundos y 90 centésimas en Lima 2019, a 12:64 en Doha, Catar, una muestra increíble de pundonor, constancia, disciplina, afanes que la hacen capaz de escalar peldaños y vencerse a sí misma, una virtud difícil de encontrar en cualquier ser humano.

Su sonrisa y sus lágrimas son rasgos de identidad. Uno la observa, uno la escucha, uno la lee. En actitud, verbo y carácter, Andrea denota autenticidad y coherencia. Uno trata de imaginar lo que ella siente cuando la mira por la televisión en los instantes previos del arranque en la competencia, inclinada en su carril, en estado de concentración máxima, con sus fibras y nervios alertas para el vuelo.

Motivado, vuelvo a mirar su fotografía en la contraportada de La Nación del lunes, y me emociona comprobar el titánico esfuerzo de Andrea por alcanzar a la estadounidense Nia Ali y a la jamaiquina Danielle Williams, como si intentara, in extremis, lanzarse al vacío y rebasar a las gigantes de ébano. No hay vuelta de hoja, esta bella chica, de origen humilde y sueños de gloria, es un ejemplo de vida, un ángel venido de quién sabe dónde.