“No ores como los hipócritas a quienes les encanta rezar en público, en las esquinas de las calles y en las sinagogas donde todos puedan verlos. No recibirán recompensa. Cuando ores, apártate a solas, cierra la puerta y reza a tu Padre en privado. Entonces Él, quien todo lo ve, te premiará” (Mateo 6: 5-6).
He ahí lo que me limito a responderle al portero del Fariseo´s Football Club, conocido por su exhibicionismo religioso. En la columna de la semana pasada abordé este tema. Alguien me apostilló de “ateo”. Evidentemente, la pobre alma no entendió nada de lo que quise decir. Soy cristiano, pero no ando pandereteando ni catequizando a la gente. Otro baboso me calificó de “comunista”. De nuevo, este cándido, limitado espíritu, ejecutó no sé qué clase de cabriola intelectual para colegir de mi texto que yo fuese comunista. Soy social demócrata, con proclividad al liberalismo. Es divertido: en mi vida me han llamado “pianista de la corte”, “pluma al servicio del poder”, “ideólogo de la derecha” (¿cómo podría yo ser ideólogo de nada, por el amor de Dios?), ¡pero jamás me habían llamado comunista! ¡Era lo único que me faltaba! Con ello, queda completa mi colección privada de denuestos multicolores.
Si yo estoy sentado en una banca del parque, y a mi lado se instala una pareja y comienzan a besarse, no solo no me ofendo, sino que lo considero bello: posiblemente sienta envidia del afortunado receptor de tan húmedos y melifluos ósculos. Si paso ante una iglesia y una persona que me acompaña se persigna, lo celebro. Pero si la pareja se arranca las vestiduras y comienza a copular y chillar como mandriles en celo, me paso a otra banca y evito verlos. Y cuando un portero sale al terreno haciendo pantomimas genuflexivas y prosternatorias, ganas me dan de salirme del estadio e ir a ver a los payasitos del circo, o los chimpancés del zoológico. De nuevo: cada cosa en su lugar e intensidad adecuada.