El piloto costarricense Christian Massey conoce al dedillo parte del exigente terreno por donde pasarán los participantes del difícil, peligroso y desafiante Rally Dakar.
El tico transitó por las dunas de El Nihuil, en Argentina, que tiene elevaciones hasta de 300 metros. También corrió con su cuadraciclo en el desierto de Fiambalá, en ese mismo país, donde la temperatura puede superar los 60 grados Celsius.
En los dos últimos años, Massey se entrenó ahí con el equipo Mazzucco Can Am Team, con la intención de tomar la partida en el Dakar, que se inicia mañana en Asunción, Paraguay, y finaliza el 14 de enero en Buenos Aires, Argentina, para un recorrido total de 9.000 kilómetros.
Sin embargo, al final no fue aceptado por la organización por falta de espacios, a pesar de que, según el tico, cumplió con todos los requisitos.
Ahora el piloto nacional está a la espera de un posible llamado para la edición del 2018.
“La primera etapa en Paraguay recorrerá parte del Desafío Guaraní, una de las competencias denominadas Dakar Serie, la cual es requisito para competir en el Rally Dakar. Sus terrenos son similares a Costa Rica, pues se transita por caminos de lastre, donde hay mucho barro. Serán recorridos largos en fincas, terrenos pantanosos y complicados”, apuntó Massey.
En cuanto a la segunda largada, el costarricense explicó que los pilotos ingresan a territorio argentino, por donde usualmente se lleva a cabo el Desafío Ruta 40, uno de los ralis más importantes del campeonato che.
“Ahí los caminos son con muchas curvas, poco montañosos, con piedras muy filosas que revientan las llantas, por lo que se debe maniobrar bastante para evitar las zanjas y los precipicios”, expresó.
El piloto de 44 años agregó que en julio anterior compitió en este sector y tiene claro que allí se encontrarán las primeras dunas.
Por ese motivo, ahí empieza a jugar un papel muy importante la navegación y la orientación, porque los competidores ingresan a la zona desértica.
Dunas, calor y sal. Massey indicó que al llegar al altiplano de Bolivia, los participantes experimentarán la dificultad de ascender entre los 3.000 y 4.000 metros de altura, lo que hace mella en el organismo y en las máquinas.
“Las dunas son muy suaves y finas, por lo que se introducen en los filtros. Además, por la altura los motores no se comportan de la misma manera. A eso hay que agregarle el mayor desierto de sal, el salar de Uyuni, cuya salinidad afecta los sistemas eléctricos de los vehículos y las reparaciones son muy complicadas. Ahí la navegación vuelve a ser fundamental”, comentó.
El martes 10 de enero, el Dakar abandonará el altiplano para regresar a Argentina, a las zonas desérticas de Fiambalá y El Nihuil, donde nuevamente los pilotos deben estar muy atentos y con una navegación casi perfecta para no extraviarse.
“En el Fiambalá la temperatura puede llegar a los 60 grados Celsius, mientras que en El Nihuil las dunas pueden llegar a medir unos 300 metros de altura, por lo que el manejo es muy técnico. Hay que tener cuidado de no volcarse en las partes más altas, ni quedarse pegado en lo que llaman los ceniceros, que es el fondo de las dunas, donde la arena es muy suave”, añadió el nacional.
El último tramo, para llegar a Buenos Aires, los caminos son empedrados y hay cauces de ríos secos con muchos obstáculos.