Fundada en 1921, con 98 años de edad, la Selección ha tenido a 85 técnicos. Fundada en 1908, con 111 años de edad, la Selección de Alemania ha tenido a 10 técnicos. En promedio, Costa Rica cambia de técnico cada año. Alemania lo hace cada 11 años. Lo primero habla de inestabilidad, caos, imprevisión, discontinuidad, falta de visión a largo plazo, tanteo, carencia de perspectiva histórica. Lo segundo habla de estructura, transmisión del fuego sagrado de mano en mano, sentido del linaje, de la estirpe, visión histórica a largo plazo, continuidad, relevo de la sabiduría de maestro a discípulo, herencia del conocimiento y la experiencia.
Ahora tenemos a Rónald González a guisa de octogésimo sexto entrenador. El año pasado hizo las veces de Doctor Jekyll y Mr. Hyde: jugó algunos partidos atrozmente mediocres, pero se redimió con dos triunfos a domicilio ante Perú y Chile, exhibiendo un fútbol de hondo calado. Resta ver cuál de los dos González va a imponerse en los partidos venideros.
Sacar a Brian Ruiz ad portas me parece un gesto draconiano, amén de ingrato e inmerecido. Aun desencanchado, Brian es el tipo de hombre que con un súbito pase filtrado puede generar un gol en cualquier momento. Me duele por él: diríase que atraviesa uno de esos amargos momentos de la vida (“la noche oscura del alma” —la hubiera llamado San Juan de la Cruz—) en que todas las puertas parecen cerrarse.
González nos va a recetar de nuevo al chamán y brujo colombiano que hizo las veces de “motivador” en 2014. Un sociólogo, en lugar de lo que hubiera sido correcto: dos o tres psicólogos especializados en deporte. Pésima, insultante decisión, que desoye las propuestas de la ciencia, y se inclina ante un hablador de paja, un impresionador de cafetín, uno de esos locuaces hipnotistas de pacotilla que tanto éxito suelen tener en Costa Rica, y que solo desde la ignorancia pueden ser tomados en serio. Lamentable, vergonzoso.
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