Mi periódico de papel sigue siendo la alfombra mágica que despliego en la mesa familiar con el ritual del desayuno, para mí, el mejor pan de cada día. En cuestión de minutos, las páginas del diario se van poblando con pozos de café, mientras disfruto la lectura de informaciones como la de Bryan Ruiz, mostrando la camiseta número 10 del Santos del Brasil, la casaca histórica del Rey Pelé, en La Nación del jueves pasado.
¡Qué gran honor para Costa Rica! No me cabe la menor duda de que el abuelo Rubén debe estar la mar de contento. Lo digo porque, quizás, por pecado de juventud, las nuevas generaciones –Bryan incluido– no dimensionan del todo el profundo significado de mirar a uno de nuestros muchachos, vestir los colores de una entidad que los amantes del balompié seguimos desde los años sesentas, a través de los teletipos, fotografías en blanco y negro e imágenes cinematográficas.
Justamente, a media semana, mientras Ruiz arreglaba en Brasil su vinculación por dos años con el Santos, yo conversaba con mi amigo Carlos Freer Valle, experimentado documentalista nacional, con quien sigo entendiéndome a 24 cuadros por segundo, pero que también sabe de fútbol, acerca de la maravillosa posibilidad que se gestaba para Ruiz, y de la tradición del Santos, en la época en la que el elenco de luminarias brasileñas dictaba cátedra en las gramillas del mundo. Y mientras yo rajaba con el Santos que vi jugar en el Estadio Nacional en febrero de 1972 (1 a 1 contra Saprissa), y describía el embrujo de Pelé, Edú, Cejas y otros de aquel excelente equipo, Freer me ilustraba aún más en torno a la generación anterior, en la que destacaban astros como Dorval, Mengalvio, Coutinho, Pepe y, por supuesto, Pelé.
Vuelvo a Ruiz. Con la auténtica humildad que, gracias a Dios, conserva, el capitán de la Tricolor expresó que, si bien le gustaría vestir la camiseta 10 por lo que representa, su compromiso integral es con la institución santista y con los habitantes de la ciudad que cautivó a Ruiz, desde que la visitó en Brasil 2014. Buena suerte, Bryan. No lo conozco, pero sé que su amado abuelo Rubén, ha de estar brincando de felicidad. Así me lo imaginé hace dos días, mientras leía con fruición la noticia impresa en la geografía del papel.