Siempre corriendo detrás de la actualidad y la efeméride “del momento”, la literatura del fútbol peca por caer en una posición a-histórica. No existe ni importa el pasado. Solo venden el próximo tiro libre de Ronaldo o la inminente vaselina de Messi. De mucho glosar el presente y perseguir el futuro, el periodismo deportivo tiende a olvidar justamente la dimensión que más ayuda necesita: el pasado. Al pasado hay que socorrerlo. ¿Por qué? Porque lo pretérito se va desdibujando, perdiendo como arena en cesto de mimbre. El presente no necesita ayuda: el mero hecho de ser presente le garantiza vigorosa salud mediática.
Olvidamos ingratamente a figuras que tejieron la macro-historia del fútbol, los gigantes sin los cuales todo cuanto gozamos en el presente sería inconcebible. Se nos acaba de morir Perfumo. Junto a Passarella, el mejor defensa central que Argentina produjo. Me veo a mí mismo, chiquillo, llorando cuando anota el autogol, en el Italia-Argentina del Mundial 1974 (el resultado 1-1 dejaba a la Albiceleste en peligro de eliminación). ¡Cómo duelen los errores de nuestros héroes de infancia!
Perfumo ganó todo con Racing, y llevó a Argentina a los mundiales de 1966 y 1974. Era uno de esos defensas que consideraban desdoroso reventar un balón: salía jugando con gesto de príncipe, pelota controlada, mirada en alto. Evoco tres de sus reflexiones: “El jugador debe ser vanidoso. Para superarse a sí mismo, superar a sus colegas y conservar la lealtad de la afición, es preciso ser vanidoso”. Eso va para los nuestros, que se creen en la obligación de ser humilditos, recoletos, chiquititos (“el gol lo hizo mi abuelita desde el cielo”). Otra observación de Perfumo: “Pelé me dijo que tenía que aprender a ser malo. Si no era malo, los rivales me comerían vivo. Un grado de maldad es saludable en el fútbol”. En efecto, todo gran futbolista sabe ser maldoso, cuando tal cosa procede. Finalmente: “Tuve muchos maestros que me enseñaron el camino a la gloria. Lo que lamento es que nadie me haya enseñado a vivir después del retiro”. Esta desgarradora confesión es especialmente valiosa.
Gracias, maestro, por su fútbol mayestático, y por su palabra franca, directa. Este columnista lo echará de menos.