Como si se tratara de una nueva versión del legendario Maracanazo , la legión saprissista vivió en las gradas el sorpresivo final de una fiesta que se convirtió en drama, luego de que San Carlos sacó las castañas del fuego y dejó a su calificado rival en la cuneta.
Poco a poco, las gradas del estadio Saprissa se fueron llenando de sus aficionados, quienes ingresaban sin prisa alguna, con la certeza de que asistirían simplemente a un juego de trámite, para sumar tres puntos y enfrentar al archirrival Alajuelense en la final.
Conforme se acercaba la hora del partido (5 p. m.) el entorno del reducto tibaseño se llenó de frío y de la fuerte brisa de una tarde oscura con relámpagos lejanos, como serpientes de fuego.
Este ambiente de baja temperatura afectó notoriamente las ventas de pinchos, empanadas y toda clase de chucherías que los vendedores ofrecían a la clientela.
Una vez que empezó el partido, la sorpresiva anotación sancarleña, en el minuto tres, acentuó la sensación de hielo en la mayoría de la feligresía morada, con excepción de la Ultra que aumentó su canto en la tribuna sur.
En los minutos del descanso, una comparsa llena de colorido suavizó el ambiente con su carnaval, mientras los redoblantes llenaban el espacio de un sabor caribeño que contrastaba, a esas alturas, con el ambiente de preocupación, un sentimiento hasta estonces inédito entre la multitud morada que ya no exhibía los altos niveles de certeza que el suscrito percibió en las primeras horas cuando se empezó a escribir esta nota.
La frialdad de la atmósfera se trasladó finalmente al alma de la legión de saprissistas, luego de que Álvaro Sánchez culminó la jornada de los visitantes con la segunda anotación, dardo que otorgó el margen que los norteños requerían para pasar y despojar de la final a los del cartel de “favoritos”.