Saprissa se enfrentará esta noche a la encrucijada de arriesgar con su fútbol o apostarle al cálculo ante Alajuelense ; los dos caminos tan válidos como intrépidos para un equipo que tiene cuatro años esperando por estos 180 minutos.
Cualquiera podría decir que la ruta hacia el 30 debería forjarse con la convicción y la valentía de la propuesta, pero lo cierto es que al frente está la Liga, y detrás de ella, el aura dorada de Óscar Ramírez.
Enfrentarse al Machillo es atacar un libreto resultadista, tan defensivo como ofensivo según se requiera, tan conservador como temerario si eso es lo que toca.
Por eso el duelo de esta noche no admite pasos en falsos para los morados, no cuando el título se decidirá cinco días después en Tibás.
En la tarea de dilucidar por cuál extremo se inclinará Rónald González está el antecedente de su discurso, que no se ha cansado de recordar su creencia de que un equipo que juega a empatar casi siempre pierde, y que muchas veces ir en contra de la vocación ofensiva que tiene buena parte de su plantel termina por acabar mal.
También, sucede que ni él ni su equipo están acostumbrados a jugar con la calculadora como sí lo sabe hacer la Liga, con el gran problema al final de que arriesgar en el Morera Soto cuando quedan 90 minutos podría parecer innecesario.
El cálculo. Más que jugar a ganar Saprissa podría salir esta noche a no perder, a aplicar esa receta que tantas veces han utilizado otros en su contra y llevarse la serie abierta hasta el Ricardo Saprissa, donde su casa y afición puedan darle el plus necesario para el mate.
Es una apuesta alta, pero tal vez no tanto como tratar de encaminar el título desde la ida y con ello ceder demasiados espacios ante una Liga que está más que acostumbrada a castigar ese ímpetu.
La fórmula puede no verse a menudo en Tibás, pero el fútbol está repleto de historias de éxito labradas así, muchas veces recordadas por el júbilo del qué, sin detenerse demasiado en el tecnicismo del cómo.
El credo. La otra opción es que Saprissa llegue a Alajuela sin pensar en lo que hay más allá y enfocarse en hacer lo que sabe.
El gran pro de este camino para los morados es que no hay nada nuevo que implementar, es simplemente intentar llegar al ansiado 30 con la posesión de balón como su credo y el juego de bandas como principal arma.
Eso y la fortaleza defensiva que evidenciaron durante prácticamente todo el Torneo de Verano, fueron la mezcla que les permitió irse a las semifinales como el equipo más goleador y el menos batido, además de solo haberse permitido dos derrotas tras 22 jornadas.
En esa estadística pesaron sobre todo los refuerzos, prácticamente todos titulares en un cuadro que se reinventó sobre la marcha.
Por ejemplo, el equipo de González demostró, a veces con más corazón que fútbol, que ya no se cae en los momentos de apremio, y que ahora tampoco se apantalla ante escenarios o rivales de peso.
También, gozó de una ofensiva mucho más inspirada, llevada de la mano por el olfato y colmillo de Carlos Saucedo en el centro de ataque y el inagotable pulmón de Hansell Arauz por derecha.
Adolfo Machado se presentó junto a Heiner Mora como las soluciones a las laterales, mientras que otros como Kendall Waston o David Guzmán consiguieron dar, por fin, con el ansiado protagonismo que hace tanto buscaban.
Ellos ayudaron hacer de la S un equipo con pocas grietas atrás, a veces castigado por descuidos pero casi siempre ordenado. También, colaboraron a darle esa variabilidad en ataque que de vez en cuando se han dado el lujo de exhibir.
Tanto o más pesó la certeza de saber a qué se juega y la profundidad de un banquillo al que las lesiones finalmente dieron un respiro, aún con el lunar de Luis Michel.
Todo eso llevó a este Saprissa a meterse en la fiesta de la final, y a poder pelearle a la Liga, de nuevo, el título de campeón nacional.