Con penal regalado por Pedro Navarro, Limón vence a Saprissa. No hay contacto entre el portero Gómez y Cooper. Es evidente. Lo constata el país entero. Lo confirman los comentaristas. El penal es una estafa. Quien comete una estafa es un estafador. No hace falta que robe bancos. Navarro actuó con mal criterio pero sin mala fe. Cooper, en cambio, es un ladrón de facto. Se robó un penal. Procedió con cálculo, fingimiento, conciencia de que estaba cometiendo una injusticia, y toda la mala fe del mundo.
Por supuesto, el arbitraje en nuestro país es tan mediocre, que el aficionado no reacciona ya soliviantado ante estos fraudes. Son consuetudinarios. Nos hemos acostumbrado a ellos. Hemos perdido eso en lo que Ortega y Gasset veía el signo de la juventud: la capacidad para indignarse. Ya no nos indignamos. Hemos envejecido. Una afición moralmente decrépita, senil, fláccida.
Yo, en mi inocencia, no ceso de preguntarme: ¿qué sentirá Cooper, al ver que todo el país fue testigo de su farsa, su fraude, su hurto, su deshonestidad, su timo, su rapiña? ¿Se sentirá por ventura orgulloso de ella? ¿No le dará siquiera un poquillo de vergüencilla? No lo creo: todos sus cuates habrán corrido a felicitarlo; “¡Bravo, bien jugado, que buen piscinazo, Coop, nos salvaste la tanda!” Es harto posible que el técnico haya también alabado su marrulla.
¿Qué sentirá Navarro, al advertir que, gracias a su incompetencia, un jugador violó la justicia, le tomó el pelo, se rió en su cara, y saqueó el resultado de un partido? ¿No sentirá también, alguito de bochorno? El robo se ha hecho tan rutinario en nuestro fútbol que se ha trivializado, se ha banalizado. Si yo fuera Cooper, no mostraría mi cara al público por diez años. Me sonrojaría. Me abochornaría, saber que mediante una ilegalidad, una trampa, un chanchullo, una vulgar pantomima logré robarle un partido a mi rival. Y si yo fuera Navarro buscaría asilo en la Antártida, hasta que el tiempo borre el recuerdo de mi ineptitud, de mi descriterio, de mi inoperancia.
¿Ha muerto la vergüenza, en nuestro país? Sí, hace mucho. Y con ella murieron el honor, la integridad, la caballerosidad. Requiem aeternam para la justicia. El jugador tico ha perdido la capacidad para sonrojarse. ¡Gravísima pérdida!