Paulo César Wanchope: el señorío del espíritu

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Cuando, en mitad del campeonato pasado, Wanchope abandonó las filas cartaginesas para sumarse al Team florense, desató un pandemónium mediático. Las más acres censuras, insultos, acusaciones de traición a Cartaginés —el perdedor emérito del fútbol nacional—, y la actitud del Herediano fue juzgada inelegante, codiciosa y antiética. Pero, ¡oh prodigio!, Centeno acaba de dejar al garete a Grecia para asumir la flamante dirección técnica del Saprissa y nadie dice nada. Solo sonrisas, aplausos, parabienes y descorches de champán. Asimetrías, inequidades que no alcanzo a comprender.

Una buena parte de la afición y de la prensa han alimentado, durante años, una actitud negativa, irrespetuosa con respecto a Wanchope. Tengo el honor de conocerlo bien, y de contarlo entre mis amigos: no hay, en el medio futbolero nacional —incluyo a jugadores, técnicos y comentaristas— un hombre de la cultura, bonhomía, y altura cordial (de cor: latín por corazón) de Wanchope. Está a años luz de cualquier otro elemento en nuestro mundillo futbolero. Es un hombre de vasta cultura, que ama la literatura, el ballet, la ópera, un hombre con mundo, con roce social, con amplitud de horizontes: una rara avis en el medio en que se desenvuelve.

Un auténtico caballero. Jamás lo he oído expresarse mal de un colega. Es un espíritu refinado, un aristócrata del pensamiento. Un infortunado suceso acontecido en Panamá, en el cual se limitó a hacer lo que cualquier otro hombre hubiera hecho —defenderse de la andanada de golpes que le propinó un gorila— fue interpretado como “pendejera”. Así somos de primarios, de zafios, de chuscos los ticos: animalitos rezagados aun en el paleolítico inferior.

Wanchope está en otra liga, en otro estadio evolutivo, en otro nivel del que ocupa la vasta mayoría de sus colegas. Por ello, está condenado a ser un marginado, un incomprendido, ¡y está bien que así sea: preocupante sería que la pachuquería nacional hubiese hecho de él un estandarte! Una mente de primer orden. Discreto, prudente, la decencia misma, y repito: un hombre profundamente culto. Está solo, completamente solo en el medio al que su profesión lo ha confinado. Yo te saludo, amigo querido, desde la más profunda y sincera admiración.