—¡Qué buen partido este! ¡El mejor, sin duda alguna! ¡Muy superior a los otros! ¡Ojalá todos fueran parecidos! ¡Un partido limpio, honesto, sin malas intenciones ni golpes bajos! ¡Este país se merece un partido como este! ¡Un partido que da gusto!
—Usted puede decir lo que quiera, pero lo cierto es que nadie tiene un equipo como el mío: talentoso, genial, creativo, inteligente, bien preparado, con balance entre experiencia y juventud, sólido, comprometido, sacrificado, con visión; un equipo que no actúa a la defensiva sino que es proactivo, siempre a la ofensiva. Un equipazo de lujo.
—¡Qué aburrido escucharlos a ustedes dos! ¡Siempre fanáticos! ¡Todos son unos fanáticos, solo nosotros no lo somos! Nosotros somos serios, sensatos, moderados; no tenemos nada que ver con los fanatismos. El fanatismo es de gente ignorante, inculta, sencilla; nosotros nada que ver con los apasionamientos o con los extremismos.
—Sí, pero ustedes no tienen derecho a lanzar la primera piedra, porque si bien se las dan de no ser fanáticos, son buenos para perder el tiempo. ¡Se la pasan pateando la bola hacia adelante y cuando llega la hora de concretar retroceden con un taquito! Y claro, al final andan en carreras para lograr en los últimos minutos lo que no tuvieron la valentía de hacer durante todo el tiempo en que tuvieron la bola.
—Y además de eso: ¡improvisados! Es evidente que no tenían planeado, o al menos esbozado, un sistema de juego, pues cuando la bola les cayó en los pies, justo en el área chica, no supieron qué hacer con ella. ¡Se enmantequillaron! Se dedicaron a improvisar, a correr de un lado hacia otro sin el menor sentido de dirección u orientación, mientras el director técnico se la pasó tomándose selfis. La afición, los “ciudadanos de a pie”, esperaban grandes triunfos, no pifias, pases malogrados y penales desperdiciados.
—A mí lo que más me enoja de mi equipo es esa habladera y abrazadera que de repente les agarra con los rivales. ¡Parece que olvidan que se trata de nuestros enemigos acérrimos, archirrivales! Me molesta esa actitud de andar dando cariñitos o pidiendo cacao.
“Parecido al fútbol”, dice el título de esta columna pero no es sobre ese deporte ni sobre la segunda ronda del campeonato nacional que versa el diálogo… No creo que haga falta explicar cuál es el tema de la conversación. ¿O sí?