Entre la tarde y la noche del domingo pasado, cuando el Club Sport Herediano enfrentaba al Club Sport Cartaginés en la gramilla del Estadio Rosabal Cordero, a escasos 300 metros del terreno de juego, el pabellón de la República Oriental del Uruguay cubría un féretro, y la camiseta del Municipal Liberia colgaba en un rincón de la estancia luctuosa.
“¿Y la bandera del Herediano?”, preguntaban, invariablemente, las personas en la funeraria. --“Aquí dentro”, señalaba con estoicismo Angélica, centinela de don Orlando de León, quien yacía envuelto en la mortaja rojiamarilla, los colores que su padre amó desde que supo de la existencia del Team .
A un lado, mientras la feligresía del silencio honraba con su presencia el réquiem al estratega, una pantalla mostraba la estampa del legendario Ojo de Tigre.
Plano tras plano, escena tras escena, la secuencia fotográfica reeditaba las jornadas del avezado director técnico. En unas imágenes, De León ostentaba el buzo florense; en otras, los inicios del pionero en San Ramón; también, la utopía caribeña; además, los tiempos de Carmelita y, como si fuese la culminación de un sueño, la luminosa noche del ascenso sabanero en el corazón del Puerto.
Vida interminable. Las obras quedan, las gentes se van, reza una canción popular.
Dos días después del sentido adiós al gran amigo, a un maestro del deporte, el suscrito presenció la graduación de decenas de jóvenes profesionales, en la Sala Magna de la Universidad Latina.
¡Oh, existencia de contrastes! Con emoción contenida, miré a distancia a uno de ellos sostener, con legítimo orgullo, su título de periodista, profesión que ha empezado a forjar en el área del deporte, con un adecuado equilibrio entre oficio y academia. ¡Sagrada misión! ¡Quemante responsabilidad!
Las obras quedan, las gentes se van. Otros que vienen... las continuarán.