Pocas cosas son tan difíciles de digerir como el sentimiento de la injusticia. Lo percibe el niño desde que tiene uso de razón. Cabría preguntarse: ¿es la justicia un instinto? Resulta evidente que las definiciones del bien y del mal que propone cada sociedad, y la forma en que se protocoliza y ritualiza la justicia son relativas y obedecen a meras construcciones históricas. Pero la sensibilidad que nos hace distinguir el bien del mal, la justicia de la injusticia, ¿no es un componente antropológico de la criatura humana, parte del “disco duro” de nuestra conciencia? ¿El ser humano, no es, naturalmente, un homo ethicus ? Lo que no es justo, lo que no representa y refleja la realidad. En cualquier esfera: social, política, religiosa, ética, deportiva… Todos reaccionamos -desde el fondo de la sangre- ante tales disonancias.