Tengo un cargo de conciencia enorme con las nuevas generaciones de mi familia porque, sin proponérmelo, las convertí en herederas de frustraciones como seguidores del Cartaginés.
Mi sobrino mayor apenas gateaba cuando pedí autorización a sus padres para llevármelo al Fello Meza, en una actualización del ritual que instauró papá en 1968 cuando me tomó de la mano e hizo lo mismo conmigo.
Pero él fue solo el primero, pues la cosa siguió con sus hermanos, sus primos y ya no quiero recordar cuántos más, cuando instauré en sus vidas esa suerte de desventura que implica amar a un equipo que siempre te da por la cabeza.
Cuando Cartaginés cambió de administración germinó en nuestras mentes la idea de que las cosas cambiarían, de que si llegaba alguien que invertiría dinero en el equipo el asunto se iba a manejar diferente y asistiríamos al añorado cambio.
Estábamos equivocados porque en el primer semestre de gestión privada del club todo es igual o peor, con el agravante de que como ahora solo una cabeza manda, la posibilidad de gestar algo nuevo es imposible.
Como las desgracias nunca vienen solas, los seguidores blanquiazules tuvieron que soportar tres desventuras en menos de dos días: la eliminación ante Santos, la cortina de humo que lanzó el técnico para desmarcarse del fracaso y la decisión del presidente de ratificarlo en el cargo.
Alguien debería aconsejarle a Arriola que se baje de esa nube de soberbia, que aterrice y que acepte que fue él y no los árbitros, él único responsable de que Cartaginés no se clasificara a la segunda ronda.
Martín tuvo tres partidos para amarrar la clasificación, ante Limón, San Carlos y Santos, pero fue incapaz de armar un planteo más o menos coherente que le deparara los puntos necesarios para estar entre los cuatro mejores.
Un poco de autocrítica le vendría bien así como repasar algunos videos para comprobar que llegó a jugar a nada en Limón, que en 20 minutos naufragó en el Carlos Ugalde y que si ante Santos no se tenía claridad en la elaboración de juego era improbable vencerlo por dos goles como necesitaba.
Arriola no fue equitativo con los futbolistas: se casó con unos y borró a otros, como Pemberton y Néstor Monge, por ejemplo; trajo a algunos que apenas si alineó y en todo este ciclo nunca tuvo el coraje de aceptar que se equivocó.
Lo salva el presidente, quien lo defiende a ultranza y lo confirmó para que siga otro semestre al frente, en medio de una purga que debió incluir a Arriola como cabeza, conductor y guía.