Puede que usted sea uno de esos “jugadores profesionales” adictos a simular faltas dentro del área grande. Si es así, sabe a qué me refiero: en cuanto se percata de que cuenta con muy pocas posibilidades o capacidades para ejecutar una genialidad que lleve peligro al marco rival, opta por la vía fácil y antideportiva de fingir que le cometieron una falta con el único objetivo de tentar al árbitro a pitar penal.
A lo mejor se la pasa los 90 minutos del partido, más el tiempo de reposición, en busca de oportunidades para exhibir sus habilidades histriónicas. Así, apenas siente el roce de un contrario se arroja al césped, da varias vueltas y se retuerce como una lombriz de tierra con la intención de que le muestren una tarjeta roja, o al menos una amarilla, a quien acaba de marcarlo limpiamente.
Quién sabe, en la de menos forma parte de esos “futbolistas de la máxima categoría” que de repente aparecen acostados sobre la cancha, interpretando gestos de dolor y solicitando atención médica. Curiosamente, se encuentra lejos de la disputa del balón, por lo que nadie se explica cómo se “lesionó”. Tal vez no pasó nada y el teatro obedece al deseo y cálculo de perder tiempo. Usted sabrá.
A propósito de “quemar” segundos o minutos, en la de menos más de una vez usted, “estrella del balompié nacional”, “ídolo de las multitudes”, ha abusado de la paciencia del cronómetro a la hora de abandonar el terreno de juego para que ingrese otro compañero en su lugar. O bien, ha escogido la distancia más larga para salir en contra de las indicaciones del juez principal.
Quizá no forme parte de ninguna de estas categorías, pero sí sea miembro honorífico de los “deportistas de alto nivel” expertos en reclamar, quejarse, protestar, llorar, lamentar, acusar, señalar, disgustarse, refunfuñar, resentirse, hacerse la víctima, asumir el papel de mártir, reprochar, desaprobar y hacer berrinche.
Podría ser que integre el club de los especialistas en no asumir su responsabilidad, sino buscar chivos expiatorios para justificar sus yerros: el arbitraje, el estado de la cancha, el clima, el viento, el cansancio por el viaje, persecución de la prensa, los tacos, la velocidad de la bola…
De ser así, comportarse como un enemigo del juego limpio, quizá lo suyo no sea el fútbol, sino la mediocridad.