Si Cartaginés cree que va a reparar la honra de su afición una y mil veces ultrajada, que va a saciar las expectativas acumuladas a lo largo de un siglo, y reivindicarse ante una fanaticada martirológica con un pinche campeonatillo, se equivoca rotunda y groseramente. La afición cartaginesa ha sufrido tanto, que solo se sentirá desagraviada con 25 campeonatos ganados en los próximos 30 años.
No se compensan tantos baldazos de agua fría con un trofeíllo aislado: según el cálculo de probabilidades, es virtualmente imposible que Cartago no termine por ganar algún campeonato en los próximos 100 años. Sucederá: es inevitable. No por el épico galopar de sus guerreros, sino simplemente porque los números así lo garantizan. De modo que no le apuesten todo a ese inexorable triunfo que un algoritmo les asegura. Hará falta muchísimo más para indemnizar moralmente a una afición burlada, humillada, vejada en tantísimas ocasiones.
Cartago debe aspirar a un largo período de hegemonía, de dominio del fútbol nacional, una era de oro, pletórica de cetros y laureles: cualquier otra cosa es inaceptable. ¿O es que creen ustedes que con una copita van a borrar la traumatizante pesadilla de mil caídas deshonrosas y bochornosamente predecibles? ¡Su afición ha sufrido una verdadera ordalía, ha transitado el camino de los espinos, ha atravesado el desierto, ha surcado los océanos rugientes y procelosos, ha sobrevivido a “la larga noche del alma” (San Juan de la Cruz)! ¡Dimensionen la magnitud de la deuda que tienen con ella, y entérense de que un campeonatito no será más que una gotita en el tonel sin fondo de las danaides! Lo que le han infligido a su afición es por poco denunciable ante la Comisión de los Derechos Humanos: crueles derrotas, victorias arrebatadas de la mano a última hora, décadas sin siquiera clasificar a la fase final… Hará falta el agua de todos los océanos del mundo para limpiar semejante cúmulo de excremento histórico.