Si lloramos por un triunfo ante Curazao, en la primera fase de la Liga de Naciones, algo no anda bien.
El momento coincide, casualidades de la vida, con la remembranza de aquel “Llore conmigo, papi”, de Waylon Francis para José Miguel Cubero, abrazados en la gramilla del Arena Pernambuco, fundidos con Costa Rica entera, extasiada e incrédula con el pase a cuartos de final de Brasil 2014. Aquella frase, inmortalizada en memes, camisetas, gorras y desde esta semana tatuada en la espalda del volante lateral, representa la emoción ante lo sublime.
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Esta vez, en cambio, no puedo destacar mucho más que el orden y el pundonor de una victoria donde todo olía a derrota: el dominio rival, la expulsión a casi media hora del final, la escasa posesión de balón (45%), la baja efectividad en los pases (68%), la distancia hasta el arco contrario, tan, pero tan lejano, que solo un remate directo ¡y de penal! se registraba previo al segundo gol.
Agallas, hubo. Es justo reconocerlo. Bien, por un equipo que apenas un juego atrás le dejaba dudas hasta al mismo seleccionador ante señales de posible apatía, quizás de un par, de esos pecadores por los que pagan los justos.
La entrega me alcanza para combatir cualquier tentación de mezquindad, aunque no para emocionarme hasta el llanto, muy a pesar de que al frente no estaba un rejuntado de pescadores.
De los 13 utilizados ante la Sele, hay tres nacidos en Curazao y diez en Holanda, militantes en ligas de muy variados calibres. Juegan en la MLS, Emiratos Árabes, Qatar, Arabia Saudita, Kazajistán. Tres lo hacen en equipos de media tabla hacia abajo en la primera de Holanda (dos de ellos ingresaron de cambio ante la Mayor) y un par en divisiones de segundo o tercer nivel en Inglaterra. Nada que no hayan logrado los legionarios ticos en las ultimas décadas. Nadie que lamenten para la Naranja Mecánica (aún la menos mecánica).
En resumen: ni pescadores ni estrellas mundiales.
En todo caso, más allá del rival, se trata de las limitaciones ticas en la mayoría de juegos postmundial. Digamos, siendo optimistas y sobre todo sabiendo las circunstancias en que asumió Rónald González, que a falta de mejor fútbol, al menos no faltó el orden, el coraje y un buen portero.
Con el guardameta como figura por tercer partido consecutivo sea bienvenida la recuperación de Esteban Alvarado, garantía ante las ausencias de Keylor Navas.
A Rónald González no le será fácil ir sumando esos pequeños aciertos en un equipo con problemas en la creación, que le carga la sombra de Bryan Ruiz a cada volante que ingresa, y superado por velocidad en la parte baja. El cambio generacional y la herencia de Gustavo Matosas dejan mucho pendiente, pero no es aún momento para llorar de tristeza. Mucho menos de alegría.