La semana pasada cité al “doctor” Sócrates: “Los futbolistas morimos dos veces: el día de nuestra muerte física y el día en que nos retiramos de las canchas”. Otro tanto sucede con los artistas (bailarines, cantantes) cuando su cuerpo comienza a desertarlos. Es entonces que el alcohol y las drogas se ofrecen como falsas evasiones, como “paraísos artificiales” (Baudelaire).
Garrincha: se moría de la nostalgia al ver que un estadio entero vibraba con un gol y él ya no era el autor. Aunque comenzó a beber antes de su retiro, la salida del fútbol lo precipitó de cabeza en la vertiginosa espiral del alcohol. Los argentinos René Houseman y Ariel Ortega, los brasileños Marinho, Sócrates y Adriano, los alemanes Gerd Müller y Brehme, el inglés Gascoigne, el irlandés George Best… la lista es una opresiva, funérea procesión. Algunos murieron, otros se rehabilitaron, y los hay que siguen durmiendo en las aceras. El fútbol costarricense nos ofrece una plétora de casos similares. No mencionaré nombres por respeto a ellos y sus familias.
Toda gloria es transitoria. En particular en el fútbol, que es tan ingrato, tan proclive a la amnesia. El olvido es la muerte social, la segunda de nuestras muertes, aquella con la que hasta los muertos terminan de morirse. Un día vitoreado por 100.000 fanáticos delirantes en su fervor y admiración. Otro día desechado, abandonado como un viejo cachivache. No todas las almas tienen las enzimas necesarias para digerir el infame desdén de las aficiones. Vean fotos de Gascoigne: pareciese un hombre de 95 años de edad: consumido, agostado, su rostro es un mapa de la tristeza, su mirar ya se extingue, su cuerpo doblegado da fe de una guerra perdida contra sus propios demonios.
Por ellos elevo hoy una plegaria, y me velo el rostro. Ojalá puedan algún día reencontrar la senda de la dignidad y al autorrespeto. Ese sería el mejor partido de sus vidas. Más valioso que cualquier copa del mundo.