La Liga ha perdido más que un nuevo título. Cayó presa de sus reiterados errores, de sus egos, de los pecados de juventud en el banquillo y de la carencia de autocrítica en su dirigencia.
El bochornoso espectáculo de sus fanáticos más protegidos, los de La Doce, es el búmeran que inevitablemente abofetea la tolerancia con que los dirigentes han tratado a este grupo.
Estuvieron en peligro los familiares y los propios futbolistas que, como Bryan Ruiz, intentaron calmar ánimos y terminaron a punto de agresión por fanáticos descontrolados.
Malos perdedores en las gradas y en la gramilla. El episodio de Moreira empujando al periodista Daniel Martínez y luego intentando regresar, contenido por sus compañeros, no puede pasar por alto. ¿Cómo pedir tolerancia al aficionado con ejemplos de intolerancia en la cancha?
Ya la dirigencia había emitido malas señales, con el cuestionamiento a los árbitros, práctica criticada desde el Morera hacia otras vecindades en otros tiempos.
La Liga preparó su derrota desde todos los escenarios. Permitió a La Doce, le dio su lugar y sus serpentinas y hasta pólvora ingresó al reducto manudo. La ha apadrinado por años y ahora tiene que apechugar con su irresponsabilidad.
En el campo futbolero, el técnico Rudé lanzó su proclama de “salir vivo” del Ricardo Saprissa, como máxima ambición en la visita a Tibás. ¡Cual si se tratara de una visita al Bernabéu!
Rudé confirmó la premonición de que no se graduaría como técnico en apenas una docena de partidos y al frente de un equipo plagado de estrellas, pero atormentado por las heridas recientes, donde no pudo defender su estatus del Goliat de los fichajes.
Perdió en la batalla táctica y en la sala de prensa. “Un objetivo no logrado” es un eufemismo. La Liga ha fracasado otra vez, porque con la planilla más lujosa del torneo vuelve a caer frente a un rival que deambula durante la fase de clasificación, pero al que le basta con invocar su grandeza para sembrar zozobra en las huestes rojinegras.
Detrás de todos está Agustín Lleida, quien más ha perdido en su apuesta por un nuevo amigo en el banco manudo. La juventud y un aire de supremacía le han puesto trampas insuperables en el camino. Desde su famoso documental, el gerente que todo lo tiene dio muestras de una soberbia que no dignifica a los ganadores.
Ser el Rico Mac Pato en cada ventana de fichajes, sin pensar en las verdaderas necesidades del equipo, sin discernir si el nuevo fichaje les cierra puertas a sus cachorros del futuro, inflando de egos el camerino y sumando presiones al técnico, no es el retrato de un gran gerente como el que vimos retratado en el documental.
La Liga necesita recuperar su grandeza, desandando el camino y corrigiendo los malos pasos.