Se va el hombre. Queda su legado. El sorpresivo retiro de don Carlos Watson Simes es una mala noticia para el fútbol. Pero desde una óptica positiva y realista, en vez de lamentarnos, debemos celebrar la trayectoria de tantos años de este señor culto y digno, quien, junto a la raya lateral de la gramilla, en su relación con el periodismo y de cara al público, ha sido un verdadero forjador y maestro de la disciplina que tanto ama.
Es posible que por lo reciente de su capitulación, aún no se dimensiona el extraordinario aporte de Watson Simes al fútbol nacional. Primero fue un destacado futbolista del Herediano y de la Selección Nacional. Pero su mayor contribución ha sido en su rol de timonel en Primera, Segunda y en ligas menores, en los distintos clubes en los que ha fijado su impronta de educador y estratega.
Serio pero afable, reflexivo y profundamente humano, no hubo manera de disuadirlo en los minutos previos a la conferencia de prensa del domingo pasado, cuando anunció su dimisión de la dirección técnica saprissista y del fútbol. Su decisión estaba tomada y procedió en consecuencia. Y aunque le tocó despedirse al calor de la batalla, fuera de la final, con la sensación del fracaso estampado en su rostro y el escozor aún sangrante en el fondo de su trinchera, el señor Watson mantuvo la hidalguía que se espera de un timonel en aguas de tempestad.
Del verbo a la pluma, don Carlos Watson haría bien en sentarse ante el teclado y escribir su larga y fructífera vivencia en un libro que sería, me atrevo a vaticinarlo, la trascendente obra de un gran profesional del fútbol, con sus momentos luminosos y también sus pasajes de oscuridad. Que los ha vivido. Y bastantes, por cierto.
Su salud es prioridad uno. Eso se le respeta. Mas, una vez restablecido, Watson podría retomar su misión deportiva en el papel del gran maestro y orientador de nuevas figuras del fútbol y de nuevos estrategas. Definitivamente, a don Carlos le quedan muchos años para seguir aportando en un ambiente deportivo y en una sociedad como la nuestra que, nunca como ahora, urge de pensadores y de referentes, de esos líderes genuinos y capaces de interpretar el signo de los tiempos y señalar los caminos.