El honor es una virtud en baja en la “bolsa de valores” axiológica del mundo. La gente ya no se mata o se reta a duelo por afrentas al honor. ¿Qué “deshonraron” a mi hermana? ¡Vamos, si se divirtió, pues que siga “deshonrándose”! El honor familiar, la cavalleria rusticana , el buen nombre de las estirpes… pssst, no me hagan reír. En la política y la función pública, el honor es cosa que ya no desvela a nadie. El cinismo, el pragmatismo, la circunspección en la desfachatez —destreza adquirible, como todas— ha desplazado al honor, lo ha convertido en un fósil deontológico, mera obsolescencia, una antigualla.
Ello en todos los ámbitos de la cultura, salvo en uno: el deporte. El código del honor ancestral, antañón, permanece vigente en este espacio acotado de la vida. Antier pudimos constatarlo. Un equipo moralmente roto como la Liga, protagonista de una de sus cinco peores temporadas en casi un siglo, sin posibilidad ninguna de alzarse con el título, jugó por el honor, y ganó. Fue el triunfo de la honra, del auto-respeto, del amor propio, de la dignidad. Y ¿saben ustedes una cosa? Resulta inmensamente reconfortante observar que hay ciertos ámbitos de la cultura donde aún se venera ese valor casi indefinible, ese abstracto concepto pero poderoso sentir que es el honor.
Aun más: el partido en cuestión nos ofreció dos instancias de reivindicación del honor. El triunfo liguista fue el primero, e inscrito dentro de esa narrativa, el gol de la honrilla saprissista, anotado en el minuto 92, cuando la derrota era inexorable, fue también un pequeño himno al honor. Ese gol no significaba, en términos prácticos, nada. Pero atención: no es lo mismo perder por 3-0 que hacerlo por 3-1. Parece poca cosa, pero de nuevo, en la óptica del honor, es un gesto inmenso. El 3-0 era una humillación, el 3-1 un traspié que no llega al escándalo. Ese gol tenía que caer: era justamente la forma de “salvar el honor”, y qué mejor manera que ensuciando el hasta aquel momento impecable lienzo del rival. Una manchita, no más que un lunar, ¡pero tan significativo!
Si el honor que aún se observa en el deporte se extrapolara a todas las esferas de la cultura —especialmente la función pública— podríamos, casi, declararnos civilizados.