Todo el mundo recuerda a los equipos que han quedado campeones. Es una de las consecuencias naturales de haber ganado un campeonato. Mucho más misteriosa y reveladora es la manera en que recordamos a ciertos equipos que no fueron campeones, pero dejaron en nuestras almas una impronta más honda que los monarcas. No son “campeones morales”, o “campeones sin corona” -nociones en las que no creo: campeón solo hay uno-. Son, simplemente, equipos que se hicieron querer en la cancha, que se robaron nuestros corazones, y que recordamos con una sonrisa entre jubilosa y nostálgica. Sentimos que debieron de haber sido campeones, que su fracaso fue una injusticia, y esto genera una tensión que es al mismo tiempo deliciosa y dolorosa en nuestra conciencia.
Brasil en 1982 tenía más talento per cápita que todos los otros equipos del torneo juntos, y si es cierto que la gente recuerda a Paolo Rossi, también es cierto es que con mayor satisfacción recuerda a Sócrates, Falcao, Zico, Cerezo, Junior y Eder. Como bien los describe Antonio Alfaro: eran Le Cirque du Soleil.
El campeonato de 1974 -ganado por Alemania- es peculiar, porque hay dos cuadros que pudieron y quizás debieron haber sido campeones. El primero es, por supuesto, la Naranja Mecánica de Cruyff, Neeskens, Rensenbrink, Krol y Rep. El segundo, la Polonia de Lato (goleador del torneo con siete dianas), Szarmach, Deyna, Zmuda, Gorgon, y el portero Tomaszewsky. Ambos, Holanda como Polonia, jugaban más bellamente que Alemania, pero la fuerza y la estrategia de los pánzers terminó por imponerse.
Imposible no mencionar a la Hungría de 1954: “Los magyares de oro”, con Puskas, Hidegkuti, Bozsik y Kocsis. Uno de los cuadros más espectaculares que han bendecido nuestro amado deporte, vencido en la final por un grupo de leñadores alemanes, recios, duros, que se beneficiaron del aguacero que cayó esa tarde en Berna, que jugaban con tacos muy superiores a los del equipo húngaro, y que se vieron favorecidos por el árbitro (anulación de un gol de Puskas en los minutos finales del encuentro).
Ahora podemos añadir a esta lista, creo yo, a la Croacia de 2018, con Modric como emblema. Todos estos equipos jugaban más como artistas que como futbolistas. Y pagaron un alto precio por ello.