En un par de días será Nochebuena y nos vendrá bien poner mente y espíritu en ruta a la Navidad, para recordar al Niño que redefinió el sentido de nuestras vidas como cristianos.
Respeto cada doctrina, soy católico –sin exagerar– y creo en un ser superior que me ayuda en el desafío diario de equilibrar mi existencia para dejar atrás lo malo y procurar ser mejor.
No soy ángel ni demonio, tampoco un ser modélico, simplemente un humano promedio, con dos hijas que alumbran mi vida y una compañera plena en lo que ama: ser mamá.
Ahora que diciembre entra en etapa de definiciones, hay movimiento en el pesebre y cada rincón huele a Navidad, dejémosle a Pérez y al Team el pulso por el título y el monopolio de la charla futbolera.
En las casas hay frenesí de fin de año, los pequeños iniciaron la cuenta regresiva y El Niño Santa o Colacho, según se estile, verán acción la noche del 24 y cumplirán en medio de sus posibilidades.
Pero en miles de hogares la espera infantil será sin fruto porque los verdaderos proveedores no tendrán con qué; mas, hay algo que la pobreza nunca arrebata: el orgullo y la ilusión.
Usted puede alegrar a un niño o niña con un acto de corazón en estos días. Ese juguete que vio en el “súper” tiene el don mágico de alterar un estado de ánimo este 25 de diciembre. Magia de la Navidad, que llaman…
Y si de abrir el corazón se trata busque a aquel a quien hirió y pida perdón, resuelva esas cuentas pendientes que tiene en la vida y ábrase a la humildad para aceptar que se equivocó y es tiempo de reparar.
Esta época me revuelve los sentimientos porque viajo sin escalas al pasado para reencontrarme con la niñez lejana, la casa de la abuela, los regalos bajo el árbol, el festejo en familia y el sabor de un tamal.
Es un viaje nostálgico, placentero, sí, pero doloroso, también, porque muchos ya no están y cuando uno pasa de los cincuenta el inventario de ausentes se hace cada vez más grande.
Faltan Papá y Mamá, mi hermana menor Odette, abuelos por ambas ramas, tíos y tías de las dos familias, primos y primas que cabalgaron a la otra dimensión porque el destino de todos está ahí.
Como escribía Ernest Hemingway: todos debemos una muerte y ellos ya cumplieron su parte del trato. Lo bueno de la fe es que es una inversión a plazo: usted cree y la promesa de reencuentro le aclara el resto.
Hoy gambeteamos al fútbol, antepusimos la reflexión al festejo de un gol y nos propusimos ser mejores. Valió la pena. ¡Feliz Navidad!