Dice José Miguel Cubero, ese gran jugador de Alajuelense, que no celebró la anotación que concretó ante el Herediano el domingo, por respeto a la divisa que lo dio a conocer. Coincidimos en que debe consideración a su antiguo club. Pero no podemos estar de acuerdo en que festejar una anotación que se consiguió en buena lid, hubiese sido una afrenta para el Team. Nada que ver, como dicen los muchachillos.
Un gol merece celebrarse por todo lo alto, gritarlo y compartirlo con los compañeros y con la afición, guardando, eso sí, deferencia hacia el rival que ha caído, descartando cualquier asomo de humillación o burla. Pero de ahí a esa actitud circunspecta e imperturbable que asumió Cuberito de inmediato a la anotación descrita, hay mucha distancia. Estaba en pleno derecho de festejar abiertamente con sus compañeros y con la afición manuda, a quienes Cubero se debe en la actualidad, en concordancia con su estatus profesional, su condición moral y su espíritu deportivo.
En una distorsión similar cayó hace un tiempo el jugador Juan Bustos Golobio cuando le anotó al Saprissa con el Cartaginés, donde estaba de préstamo. Hizo el gol y rompió a llorar, dolido por haberle anotado a su club de origen. Mal, francamente, mal. Los goles se disfrutan con júbilo y lealtad al club que se defiende en el momento. Lo que no se puede tolerar es la burla, el sarcasmo o la humillación. Siempre recuerdo la vez que un futbolista muy reconocido hizo una anotación en un partido de la Primera División que me tocó cubrir para La Nación. Mientras el guardameta vencido se disponía a sacar el balón de sus cordeles, el artillero se sentó en la rodilla de un compañero que se prestó al sainete, se quitó un botín, lo convirtió en auricular y simuló que hablaba por teléfono.
El árbitro Luis Rodríguez, simplemente, esperó a dos metros de distancia a que el jugador terminara su payasada y le mostró la tarjeta amarilla. En mi crónica del día siguiente destaqué la actitud firme de don Luis Rodríguez, por cierto, un gran árbitro, y su bien aplicada amonestación al “astro” que se había mofado de sus rivales. Ante todo, respeto. Mas no se debe ignorar que el gol es la esencia del fútbol, y si se concreta limpiamente, pues, como diría Guima: “¡A celebrar, carajo!”.