Opinión: El vuelo libre de la pelota

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Guardo en la memoria imágenes de una película que me marcó. Me refiero a Atrapado sin salida (1975). Este largometraje del célebre director checo Milos Forman (1932-2018) con la actuación del legendario Jack Nicholson, describe el drama de un grupo de enfermos en un hospital psiquiátrico. Además de la patología que les aqueja, los internos sufren el hierro represivo de la enfermera Ratched (Louise Fletcher), implacable en la disciplina e incapaz de mostrar una pizca de humanidad hacia los seres tristes del pabellón a su cargo.

Un día, en los minutos previos a un juego de los Yankees de Nueva York, con su astro Mickey Mantle, el paciente Randle McMurphy (Nicholson) solicita que les enciendan el televisor para ver el béisbol, petición que, arbitrariamente, les niega la egoísta enfermera Ratched. En el momento en que todos se retiran frustrados a sus camas, Randle comienza a narrar frente al televisor apagado y describe las jugadas con tanto realismo que sus compañeros vuelven sobre sus pasos, entran en trance, aplauden frenéticamente y disfrutan juntos el intenso relato de Randle, como si estuvieran viendo realmente el juego, ante la mirada atónita de la estricta enfermera Ratched. No olvido esa escena. Cuando asistí al estreno de Atrapado sin salida, lloré emocionado en mi butaca al amparo de la oscuridad. ¡Qué narración maravillosa! Y ni hablar del final de la película, un grito libertario que sacude el alma del espectador.

El tema surge a propósito de la decisión de una cablera que restringió el domingo la emisión en directo del partido semifinal entre Herediano y Alajuelense, política que se mantendrá en caso de que Herediano sea finalista.

Se comprende que los intereses lucrativos del “pague por ver” se imponen en la modernidad. Sin embargo, se deja de lado que el fútbol es de todos y no discrimina credo ni condición. Habrá quienes paguen por ese derecho o adquieran boletos para ir al estadio, pero también hay miles que por distancia u otros motivos no pueden hacerlo. Pienso en los hospitales, en los hogares de adultos mayores, en los desheredados o en algún ermitaño del último reducto de la montaña. Hay una proyección social que el deporte no debe perder.

Además, no ha nacido el dios-dinero capaz de impedir el vuelo libre de la pelota.