Lo que hizo Herediano, al final del torneo recién acabado, solo merece elogios. Resucitó cuando ya todos le rezaban, en una campaña que presagiaba lo peor en muchísimo tiempo. Un ejemplo de gallardía, esfuerzo y convicción.
Suturó sus heridas de camino, agobiado por un inicio sin fútbol ni resultados (con De La Pava) y un intermedio con destellos de buen juego, pero pocos puntos, de la mano de Wanchope. Así que el arribo de Jafet Soto fue un intento por salvar el título de la Liga Concacaf, más que otra cosa.
Pero lo uno llevó a lo otro. De pronto, el Team se encontró festejando en Honduras un galardón más que sufrido, y con él se inyectó esa dosis de fe y convicción que lo convirtió en amenaza letal de todos los que cruzaron su camino.
Se llevó por delante rivales y pronósticos, incluido el mío para el juego final. Saqueó la Cueva, cuando las estadísticas la habían convertido en un fortín, infranqueable a lo largo de dos torneos. Errores incluidos, del propio Jafet (se hizo expulsar inútilmente), de Arellano (autogol y expulsión) y de José Guillermo Ortiz (perdonó en el Rosabal), el Herediano jugó sus cartas con más acierto y, sobre todo, con más espíritu guerrero que su rival de turno.
No hay nada que objetarle al título florense. Pero sí mucho por reprochar a sus rivales. Ya lo dije una vez, cuando Saprissa campeonizó con la llegada de Watson a medio torneo: Estas victorias desnudan a los demás técnicos e instituciones.
Un equipo que cambió de timonel en tres ocasiones y terminó con un cuarto entrenador en el banquillo por la expulsión de Jafet, no puede ganarle a 11 rivales que, en la mayoría de los casos, conservaron un único técnico a lo largo del torneo, incluida la pretemporada.
Al menos no puede vencerlos sin que aquellos se sonrojen. No habla bien de los colegas de Jafet. Tampoco de los futbolistas adversarios. Y no le hace bien al fútbol, con un mensaje implícito de que planificar y entablar procesos no es el camino del triunfo.
No importa empezar mal. O cambiar de técnico una o dos veces. Nada más pongan de gerente a un entrenador que sepa de fútbol, especialista en apagar incendios (Odir podría ser uno, Jafet por supuesto, o el mismo Watson), y cuando la casa esté ardiendo, déjenlo bajar del palco y convertir las llamas en juegos pirotécnicos de festejo.
¿Para qué procesos, entrenadores de época o equipos forjados bajo el tic tac del tiempo repetido en trabajo? ¡Si a esos los ridiculiza un gerente-técnico que se cansa de sufrir por los errores de su elegido y decide expulsarlo del banco y sentarse en su silla!
No es culpa de Jafet, en este caso. Al contrario, es su gran mérito, por una apuesta casi suicida. Pero su triunfo desnuda la mediocridad de los demás. Y nos lleva a la encrucijada de si realmente nuestro fútbol es de arrebatos emocionales, de momentos de inspiración, o si alguna vez podremos aspirar a una liga seria y de trabajo. La respuesta ya casi viene: Nos la dirá el torneo de Concacaf.