El fair play es la mentira más grande inventada por FIFA. Tanto que los organismos defensores de los niños y niñas deberían iniciar una campaña y que no sean utilizados para llevar la famosa bandera amarilla hasta el centro de la cancha. Menos aún para decir proclamas en favor del respeto en el fútbol.
Una muestra más la acaban de protagonizar los dos equipos locales que disputarán el título. Después de un bochornoso espectáculo de patadas y codazos, en vivo y a todo color, cuando el Tribunal Disciplinario tenía que golpear la mesa con el mazo del juego limpio, nos dieron atolillo con el dedo y pusieron la bandera amarilla como servilleta.
Para empezar, el acuerdo no fue iniciativa de las partes involucradas. Los miembros del Tribunal, seguro para quedar bien con Dios y con el diablo, le enseñaron la puerta de salida a los cuatro futbolistas que, de fijo, iban a ser castigados.
“Vayan y no pequen más muchachos. Dense las manos y así nosotros nos lavamos las nuestras”. En un país saturado de violencia, necesitado de buenos ejemplos y de que sus ídolos transmitan cosas positivas a quienes los siguen, la impunidad nos bailó de nuevo a todos, con “la jugada del tonto” incluida.
Carlos Watson había pedido disculpas cuando finalizó el juego con una camorra casi general. Juan Carlos Rojas dijo, al anunciar la investigación contra Keyner Brown y Johnny Acosta, que “quería proyectar valores correctos y proteger el espectáculo que se da tanto fuera como dentro de la cancha”. Pero al negociar con los florenses, no solo hubo un mea culpa por las acciones de sus jugadores, también le pasó el borrador morado a la proclama por adecentar el juego.
Heredianos y saprissistas empataron en la mesa, como en la cancha aquel 29 de abril. Empate enlodado. Por la actuación de los futbolistas, por la miopía de los árbitros, por la tibieza de los comisarios, por los salomónicos miembros del Disciplinario, por el mensaje de impunidad que todos proclamaron a los cuatro vientos.
Horas después, la guerra se reiniciaba. Carlos Watson, casi siempre sereno, reclamando por la falta al fair play (al que falló también su dirigencia cuando evitó llevar el caso de los castigos hasta una última y ejemplar consecuencia). Y, por el otro lado, Jafet Soto, entonando los cánticos de guerra contra todo y todos, victimizando a su Herediano, invocando el juego limpio, enarbolando la bandera amarilla que, en más de una ocasión, él y su gente han hecho jirones con su “aquí todo se vale”.