Uno observa a Johan Venegas en el terreno de juego y parece un duende distraído. Hasta que, de súbito, el hombre se enchufa y transmuta en el mago que extrae el conejo de su chistera. Así ha sido a lo largo de su trayectoria en Santos, Puntarenas, Alajuelense, Saprissa, la Selección Nacional y en el exterior.
La forma hasta cierto punto irregular en la que arribó a las tiendas tibaseñas, tras dejar plantados a los alajuelenses, ha propiciado que este muchacho tranquilo y de rostro amable, se vea de pronto envuelto en un ambiente hostil, a merced de las aficiones más grandes del país, la rojinegra y la morada.
Obviamente, los erizos no le perdonan el giro inesperado de una de sus figuras a San Juan del Murciélago, tal y como ha ocurrido, en una u otra dirección, con muchos referentes de ambas divisas. Y se suma ahora la impaciencia de los saprissistas que le señalan, precisamente, ese tono desentendido y presuntamente apático que aparenta el mediocampista.
Cuando por fin logró anotar, el miércoles ante Grecia, de inmediato al certero cabezazo que anidó en los cordeles la reacción intempestiva de Johan fue desquitarse con la grada. Porque, vamos, su explicación posterior de que había invitado a la masa a celebrar con él, no se la cree ni él mismo.
Ciertamente, es difícil mantener la serenidad cuando se recibe una rechifla. Y más aún si esta proviene de los propios y es sistemática. La mayoría de los mortales que no jugamos ni chumicos y, en consecuencia, nos perdimos la intensa emoción de actuar ante multitudes, nunca fuimos expuestos al escarnio popular por no haber rendido alguna vez en el trabajo. En cambio, a los ídolos, la fanaticada sí les cobra. ¡Y muy caro!
Los futbolistas están obligados a afrontar esos trances con fortaleza emocional, por lo que corresponde a los clubes prepararlos y educarlos. En ese contexto, Johan y muchos astros de su generación tendrían que comprender que el fútbol exige de ellos mucho más que la destreza con el balónJohan y muchos astros de su generación tendrían que comprender que el fútbol exige de ellos mucho más que la destreza con el balón.. Porque son referentes y espejos. Y esa condición los obliga al decoro, al buen tacto. En caso contrario, el dios de la grada los revisa con lupa, no perdona… Y se vuelve implacable.