Francisco Chico Hernández tenía una relación muy especial con el balón de fútbol. Jugador y pelota eran amigos del alma, socios, compinches, aliados, compadres, camaradas, compañeros, viejos conocidos.
En realidad, ambos eran más, mucho más, que eso: hermanos. Los unía un vínculo fraternal profundo, incondicional, a toda prueba.
Me atrevo a dar un paso más: los ataba una conexión afectuosa, leal, entrañable, cálida. Chico sentía un amor grande, enorme, por la bola, sentimiento que esta correspondía haciendo lucir gigantesco en la cancha a este deportista de baja estatura.
Inseparables como los personajes literarios don Quijote y Sancho, Gargantúa y Pantagruel, Ulises y Penélope, Tío Conejo y Tío Coyote, Florentino Ariza y Fermina Daza, Cocorí y Mamá Drusila, Hamlet y el fantasma de su padre, el Hobbit y Gandalf.
Ese lazo era más que notorio en cada partido que Chico Hernández jugó con el Deportivo Saprissa en los años 70 y 80. Quien escribió estas líneas tuvo la fortuna de ver a ese futbolista costarricense derrochando talento y sentando cátedra sobre el césped; en especial durante los seis torneos nacionales que los morados ganaron de manera consecutiva entre 1972 y 1977.
Todo un deleite observar y archivar en la memoria la inteligencia, maestría, precisión, destreza, sapiencia, pasión y magia con la que ese delantero administraba la redonda. ¡Daba gusto ver cómo trasladaba el esférico, lo resguardaba y lo pasaba!
Más que simplemente pasar el balón, Chico se lo servía en bandeja al compañero mejor ubicado, lo compartía con precisión de ingeniero y cálculo milimétrico. En más de una transmisión radial escuché a Javier Rojas González decir que antes de lanzar la pelota al área rival, Hernández extendía un rollo de manila para definir la distancia y ubicación exacta, y luego ejecutaba el pase.
Sí, un delantero o mediocampista —según el planteamiento táctico del equipo— que sabía conducir la redonda y dominaba el arte de colocarla donde se le antojaba. Donde ponía el ojo, ponía la bola; era dueño de una mira y un gatillo privilegiados.
Su hermano, Fernando Príncipe Hernández fue también un virtuoso del fútbol; saprissista de juego elegante, cerebral, limpio y noble. Nació en 1944 y murió en 1997. Chico, nacido el 11 de julio de 1949, le sobrevivió más de veinte años; falleció el lunes pasado.
Ambos hermanos tenían una relación muy especial con el balón. Más de una vez pensé que eran trillizos por lo bien que se entendían sobre el zacate.