Soy malo con las despedidas, máxime cuando el destino le pone plazo a la vida de un ser querido, sumiéndolo en la ingrata tarea de acomodar las cosas mientras la muerte acecha.
Me cuentan que aún en ese trance don Eli mostró la misma grandeza que exhibía en las jornadas azarosas de un cierre de edición en Deportes: hizo lo correcto, con excelencia y a tiempo.
Lo conocí cuando la década del 90’ gateaba y su carrera, también, en la sección deportiva de La Nación, yo como colaborador y él perfilado, ya, para algo grande por un don que le venía en los genes: hacer fácil lo difícil.
El destino movió sus hilos y nos juntó a finales de 1996, cuando cumplí un sueño de niño y Edgar Fonseca me ofreció la sección deportiva de La Nación, en donde don Eli fungía como subeditor.
A mí me gustaban las formas, a él, el fondo y en esa trinchera dispar floreció una relación profesional de respeto y admiración mutua, que se fortaleció cuando encontramos el necesario equilibrio y nos pusimos a trabajar juntos.
Tener a don Eli al lado era un honor y un lujo: editaba como un rayo, cazaba gazapos y dedazos en las notas que corregía y lidiaba con montañas de material que despachaba con fluidez a diagramación para no demorar el cierre e impresión del diario.
Empecé a admirarlo y me preguntaba cómo hacía para arreglárselas solo un domingo, con un suplemento de 24, 28 o 32 páginas, una cuota regular de publicidad y una redacción deportiva que hervía de cronistas y colaboradores.
Era un crack; una legión de periodistas jóvenes lo llora porque les enseñó a encontrar el camino más corto para escribir una excelente nota, una gran crónica, un reportaje de impacto o una columna de opinión.
Don Eli ahorraba palabras, iba al grano y tenía punch o contundencia, algo que cuesta muchísimo en el periodismo deportivo, en donde a veces uno se deja tentar por la prosa cargada y densa.
Otra de sus virtudes era dar con las incongruencias que atentaban contra la claridad de un texto, enmarcándolas en negrita y llamando a cuentas al autor para explicarle con la sabiduría de un gran maestro por qué convenía eliminar aquello y replantear.
Lo tuve a mi lado casi ocho años; me liberó de la presión que significaba lidiar con los cierres cotidianos para dedicarme a trabajos especiales, análisis tácticos de los partidos, proyectos editoriales, trabajos especiales y entrevistas.
Fui feliz en Deportes de La Nación porque tuve a mi lado a un escudero de lujo y el resultado fue una sección esplendorosa. El destino lo premió a mediados del 2003 y fue ascendido a Editor, así, con mayúscula. Poco antes, tomé otro camino profesional y dejé de verlo, pero nunca lo olvidé. Don Eli, fue un honor…